viernes, 29 de enero de 2010

17. LA JUVENTUD Y LA ESPERANZA

(de La voz del Maestro, Khalil Gibrán)

La juventud pasó junto a mí, y yo la seguí hasta una campiña lejana. Allí se detuvo y clavó los ojos en las nubes que se cernían sobre el horizonte como un rebaño de blancos corderos. Después miró a los árboles, cuyas ramas desnudas señalaban el cielo, como si pidiesen a la Altura que les devolviese su follaje.

Y yo le dije:
—¿Dónde estamos, juventud?

A lo que replicó:
—Estamos en la campiña de la Perplejidad. Observa.

Y yo le dije:
—Volvámonos inmediatamente, porque este paraje tan desolado me da miedo, y la vista de las nubes y de los árboles desnudos entristece mi corazón.

A lo que replicó:
—Ten paciencia. La Perplejidad es el principio de la sabiduría.

Entonces miré en torno a mí y divisé una forma que se aproximaba graciosamente a nosotros, y pregunté:
—¿Quién es esta mujer?

Y la juventud replicó:
—Es Melpómene, hija de Zeus y Musa de la Tragedia.

—Oh, juventud feliz —exclamé—, ¿qué quiere de mí la Tragedia, estando tú a mi lado?

Y me respondió:
—Ha venido a enseñarte la Tierra y sus pesadumbres; porque el que no ha contemplado el Dolor jamás verá la Alegría.

Entonces el espíritu me puso una mano sobre los ojos. Cuando la retiró, la juventud había desaparecido, y yo me encontraba solo; despojado de mis vestiduras terrenas y exclamé acongojado:

—Hija de Zeus, ¿dónde está la juventud?

Pero Melpómene no me contestó, sino que me colocó bajo sus alas y me transportó a la cima de una altísima montaña. Allá abajo veía la tierra y cuanto hay en ella, extendida como las páginas de un libro, sobre el cual se hubiesen grabado los secretos del universo. Me quedé atónito junto a la doncella, cavilando sobre el misterio del Hombre y afanándome por descifrar los símbolos de la Vida.

Y contemplé seres medrosos: los Ángeles de la Felicidad peleaban con los Diablos de la Miseria, y entre ellos se erguía el Hombre, unas veces arrastrado por la Esperanza, y otras por la Desesperación.

Vi cómo jugaban el Amor y el Odio con el corazón humano; el Amor, ocultándole su culpa y adormeciéndole con el vino de la sumisión, de la loa y de la adulación; en tanto que el Odio lo provocaba, sellaba sus oídos y cegaba sus ojos a la Verdad.

Y observé que la ciudad andaba a gatas, como un niño de sus suburbios, y que se agarraba al vestido del hijo de Adán. Y allá, a lo lejos, divisé las lozanas campiñas que sollozaban por la tribulación del Hombre.

Vi sacerdotes echando espumarajos como raposas taimadas; y falsos mesías que conspiraban y maquinaban contra la felicidad del Hombre.

Y fui testigo de cómo el Hombre pedía auxilio a la Sabiduría para que lo liberase; pero la Sabiduría no quiso escuchar sus gritos, porque la había desairado cuando ella le habló en las calles de la ciudad.

Y observé cómo los predicadores levantaban su vista hacia los cielos en gesto de adoración, mientras sus corazones se enfangaban en las ciénagas de la Codicia.

Y vi a un joven que trataba de conquistar el corazón de una doncella con sus palabras seductoras; pero sus verdaderos sentimientos estaban adormecidos, y su divinidad se encontraba muy lejos.

Advertí que los legisladores charlaban como tontos, perdiendo el tiempo y vendiendo sus mercancías en los mercados del Engaño y la Hipocresía.

Divisé a los médicos, que jugaban con las almas de los ingenuos y de corazón sencillo.

Vi que los ignorantes estaban sentados junto a los sabios, elevando su pasado al trono de la gloria, adornando su presente con los delicados mantos de la abundancia y preparando un diván suntuoso para el futuro.

Observé cómo los pobres, desamparados arrojaban la semilla, y cómo se apoderaban los fuertes de la cosecha; en tanto que la opresión, mal llamada Ley, hacía centinela a lo que estaba aconteciendo.

Vi a los ladrones de la Ignorancia saqueando los tesoros del Saber, en tanto que los custodios de la Luz se hundían en el sueño profundo de la inacción.

Y descubrí a dos amantes; pero la mujer era como un laúd en manos de un hombre que no sabe tañerlo, sino que sólo entiende de ásperas estridencias.

Y divisé a las fuerzas del Saber sitiando la ciudad del Privilegio Heredado; pero eran escasos en número y no tardaron en ser dispersados.

Y vi a la Libertad caminando a solas, llamando a las puertas de las casas e implorando un albergue; pero nadie hacía caso de sus palabras suplicantes.
Después contemplé el espectáculo de la Prodigalidad avanzando a pasos arrogantes en todo su esplendor ante la multitud, que la aclamaba como si fuese la Libertad.

Y vi a la Religión sepultada en libros, y a la Duda ocupando su lugar.

Y presencié cómo el hombre se ataviaba con el ropaje de la Paciencia, como manto para ocultar su Cobardía, y noté que llamaba Tolerancia a la Pereza, y Cortesía al Miedo.

Y observé cómo el intruso se sentaba a la sabia mesa del Conocimiento, barbotando groserías, en tanto que los invitados guardaban silencio.

Y vi que el oro llenaba las manos de los despilfarradores, que lo empleaban para obrar el mal y llevar a cabo sus perversidades; y vi también el oro en manos de los miserables, como carnaza del odio. Pero, en cambio, no vi oro alguno en manos de los sabios.

Cuando contemplaba estos tristes espectáculos, exhalé un gemido de dolor, y dije:
—Oh, Hija de Zeus, ¿pero es ésta la Tierra? ¿Es este el Hombre?

Y ella me contestó con voz suave y angustiada:
—Lo que estás viendo es el camino del Alba, pavimentado con piedras de aristas cortantes y alfombrado de espinas. Esto no es más que la sombra del Hombre. Esto es la Noche. ¡Pero espera! ¡La mañana no tardará en llegar!

Entonces me puso sobre los ojos su mano delicada, y cuando la retiró, he aquí que junto a mí caminaba a pasos lentos la juventud y, por delante de nosotros, marcando el camino, marchaba la Esperanza.

martes, 19 de enero de 2010

QUEDA PROHIBIDO



Queda prohibido llorar sin aprender,
Levantarte un día sin saber que hacer,
tener miedo a tus recuerdos...

Queda prohibido no sonreir a los problemas,
no luchar por lo que quieres,
Abandonarlo todo por miedo,
no convertir en realidad tus sueños...

Queda prohibido no intentar comprender a las personas,
pensar que sus vidas valen menos que la tuya,
no saber que cada uno tiene un camino y su dicha...

Queda prohibido no crear tu historia,
no tener un momento para la gente que te necesita,
no comprender que lo que la vida te da,
tambien te lo quita...

Queda prohibido no buscar tu felicidad
no vivir tu vida como una actitud positiva,
no pensar en que podemos ser mejores,
no sentir que sin ti, este mundo no sería igual.

Pablo Neruda.

miércoles, 13 de enero de 2010

Transformación del Individuo y la Sociedad

(selección) *

… El hombre es la medida de todas las cosas y si su visión está pervertida, entonces lo que piensa y crea debe inevitablemente conducir al desastre y al sufrimiento. El individuo construye la sociedad con lo que él piensa y siente. Personalmente, yo siento que el mundo es yo mismo, que lo que yo hago crea paz o sufrimiento en el mundo, que es yo mismo, y mientras yo no me comprenda no puedo traerle paz al mundo: así pues, lo que me concierne de un modo inmediato es yo mismo, no egoístamente con objeto de obtener mayor felicidad, mayores sensaciones, mayor éxito, porque mientras yo no me entienda a mí mismo, tengo que vivir en la pena y el sufrimiento y no puedo descubrir la paz y felicidad duraderas.

Para comprendernos, tenemos, en primer lugar, que estar interesados en el descubrimiento de nosotros mismos, debemos llegar a estar alerta respecto de nuestro propio proceso de pensamiento y sentimiento. ¿En qué están principalmente interesados nuestros pensamientos y sentimientos, qué es lo que les concierne? Les conciernen las cosas, las gentes y las ideas. En esto es en lo que estamos fundamentalmente interesados: las cosas, las gentes, las ideas.

Ahora bien, ¿por qué es que las cosas han asumido tan inmensa importancia en nuestras vidas? ¿Por qué es que las cosas, la propiedad, las casas, los vestidos, etc., toman un lugar tan dominante en nuestras vidas? ¿Es porque simplemente las necesitamos?, o ¿es que dependemos de ellas para nuestra felicidad psicológica? Todos necesitamos vestido, alimento y morada. Esto es notorio, pero ¿por qué es que esto ha asumido importancia y significación tremendas? Las cosas asumen tal valor y significación desproporcionados porque psicológicamente dependemos de ellas para nuestro bienestar. Alimentan nuestra vanidad, nos dan prestigio social, nos brindan los medios de lograr el poder. Las usamos con objeto de realizar propósitos diversos de los que tienen en sí mismas. Necesitamos alimento, vestidos, albergue, lo cual es natural y no pervierte; pero cuando dependemos de las cosas para nuestra gratificación, para nuestra satisfacción, cuando las cosas llegan a ser necesidades psicológicas, asumen un valor e importancia completamente desproporcionados y de aquí se origina la lucha y el conflicto por poseerlas y los diversos medios de conservar las cosas de las cuales dependemos.

Formúlese cada uno esta pregunta: ¿Dependo de las cosas para mi felicidad psicológica, para mi satisfacción? Si tratáis seriamente de contestar esta pregunta, sencilla en apariencia, descubriréis el proceso complejo de vuestro pensamiento y sentimiento. Si las cosas son una necesidad física, entonces les ponéis limitación inteligente, entonces no asumen esa importancia abrumadora que tienen cuando llegan a ser una necesidad psicológica. Por este camino comenzáis a comprender la naturaleza de la sensación y de la satisfacción: porque la mente que quiere llegar a comprender la verdad debe estar libre de semejantes ataduras.

Para libertar la mente de la sensación y de la satisfacción, tenéis que comenzar con las sensaciones que os son familiares y establecer allí el adecuado cimiento para la comprensión. La sensación tiene lugar, y comprendiéndola no asume la estúpida deformación que tiene ahora.

Muchos piensan que si las cosas del mundo estuvieran bien organizadas, de tal modo que todos tuviesen lo suficiente, entonces existiría un mundo feliz y pacífico; pero yo temo que esto no será así si individualmente no hemos comprendido el verdadero significado de las cosas. Dependemos de ellas porque internamente somos pobres y encubrimos esa pobreza del ser con cosas, y estas acumulaciones externas, estas posesiones superficiales, llegan a ser tan vitalmente importantes que por ellas estamos dispuestos a mentir, a defraudar, a luchar y a destruirnos unos a otros.
Porque las cosas son el medio para lograr el poder, para tener gloria. Sin comprender la naturaleza de esta pobreza interna del ser, el mero cambio de organización para la equitativa distribución de las cosas, por mas que tal cambio es necesario, creará otros medios y caminos de obtener poder y gloria.

A la mayor parte de nosotros nos interesan las cosas y para comprender nuestra justa relación respecto a ellas, se requiere inteligencia, que no es ascetismo, ni afán adquisitivo; no es renunciación, ni acumulación, sino que es el libre e inteligente darse cuenta de las necesidades sin depender afanosamente de las cosas. Cuando comprendéis esto, no existe el sufrimiento del desprenderse, ni el dolor de la lucha de la competencia. ¿Es uno capaz de examinar y comprender críticamente la diferencia entre las propias necesidades y la dependencia psicológica de las cosas? No podéis responder esta pregunta ahora mismo. Sólo la responderéis si sois persistentemente serios, si vuestro propósito es firme y claro.

Es indudable que podamos comenzar a descubrir cuál es nuestra relación con las cosas. ¿Verdad que se basa en la codicia? ¿Y cuándo se transforma en codicia la necesidad? ¿No es acaso codicia que el pensamiento, percibiendo su propia vaciedad, su propia falta de mérito, proceda a investir las cosas de una importancia mayor que su propio valor intrínseco y en consecuencia crea una dependencia de ellas? Esta dependencia puede producir una especie de cohesión social: pero en ella siempre hay conflicto, dolor, desintegración.
Tenemos que hacer claro nuestro proceso de pensamiento y podemos hacer esto si en nuestra vida diaria llegamos a darnos cuenta conscientemente de esta codicia y de sus aterradores resultados. Este darse cuenta conscientemente de la necesidad y de la codicia, ayuda a establecer el cimiento recto para nuestro pensar. La codicia, en una forma u otra, es siempre la causa del antagonismo, del odio nacional despiadado, y de las brutalidades sutiles. Si no comprendemos la codicia y la combatimos, ¿cómo podemos comprender la realidad que trasciende todas estas formas de lucha y sufrimiento? Debemos comenzar con nosotros mismos, con nuestra relación respecto a las cosas y a la gente. Tomé en primer lugar las cosas porque a la mayor parte de nosotros nos interesan son para nosotros de tremenda importancia. Las guerras son por las cosas y en ellas están basados nuestros valores sociales y morales Sin entender el proceso complejo de la codicia no comprenderemos la realidad.
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* Extraído de "Transformación del Individuo y la Sociedad" conferencia dada en Ojai, Claifornia, EEUU, en 1940 por Jiddu Krishnamurti (escritor y filósofo Indú 1895 -1986).