martes, 30 de agosto de 2011

Argentinidad y el berretín del sólo dos (*)

Argentina es un país maravilloso, pero el problema somos los argentinos, que no terminamos de entendernos.

De tanto en tanto nos gana “la dualidad”, ese berretín de pensar que el mundo argento sólo se divide en dos. Unitarios o federales; peronistas o antiperonistas; fachos o zurdos; oficialistas u opositores. Ese dualismo se trasladó, incluso, al comercio, como cuando viajábamos a comprar a Miami, o a Uruguayana, en Brasil, con “la tablita” de Martínez de Hoz en los 80, al grito de “déme dos”. Mientras tanto, acá teníamos centros de tortura ... y de esos tuvimos más que dos.

Pero en nuestras cabecitas locas aparece siempre la idea de que todo es “sólo dos”. Sé que algún día comprenderemos los argentos y argentas que el mundo del “sólo dos” deja afuera a muchos, porque el mundo es tan diverso como humanos habitan en él...

Ah, claro, ¿humanos dije? Eso, humanidad. Podríamos empezar a trabajar esa cualidad, digo. Como para arrancar y darnos cuenta de que podemos ser muchos más que simplemente dos, si empezamos desde uno.

Carlos A. Riego





(*) carta de lectores publicada en Diario Clarín.


Edición Impresa: Domingo 28/08/2011, pag 32.

martes, 9 de agosto de 2011

La causa de la igualdad en un mundo incierto.

de Zygmunt Bauman*
Liberadas de la rienda de la política y de las coacciones locales, la rápida globalización y la creciente economía extraterritorial producen brechas cada vez más grandes entre los ingresos de los sectores más ricos y los más pobres de la población mundial, y dentro de cada sociedad. Además, hay porciones cada vez más grandes de la población que no sólo se ven arrojadas a una vida de pobreza, miseria y destitución, sino que por añadidura se encuentran expulsadas de lo que ha sido socialmente reconocido como un trabajo útil y económicamente racional, convirtiéndose así en prescindibles en lo social y en lo económico.
Según el informe más recientes del proyecto de desarrollo de las Naciones Unidas (tal como apareció en Le monde el 10 de septiembre de 1998), mientras que el consumo global de bienes y servicios fue en 1997 el doble que en 1975 y semultiplicó seis veces desde 1950, hay mil millones de personas “que no pueden satisfacer siquiera sus necesidades elementales”. Entre los 4.500 millones de habitantes de los países (en vías de desarrollo), 3 de cada 5 no tienen acceso a infraestructuras básicas: un tercio no tiene acceso al agua potable, un cuarto no tiene viviendas que merezcan ese nombre, un quinto carece de servicios sanitarios y médicos. Uno de cada 5 niños tiene menos de 5 años de instrucción de cualquier tipo, y una proporción similar padece desnutrición parecido. En 70 u 80 delos cien países (en desarrollo) el ingreso medio per cápita de la población es actualmente inferior al de hace 10 años e incluso 30 años atrás: 120 millones de personas viven con menos de un dólar por día.
Al mismo tiempo, en los Estados Unidos, que es por lejos el país más rico del mundo y la patria de la gente más rica del mundo, el 16,5 por cien de la población vive en la pobreza; un quinto de los adultos no sabe leer ni escribir, en tanto el 13 por ciento tiene una expectativa de vida inferior a los 60 años.
Por otra parte, los hombres más ricos del globo tiene un patrimonio privado mayor que la suma de los productos nacionales de los 40 y 80 países más pobres; la fortuna de las 15 personas más ricas excede el total de producto de toda África Subsahariana. Según el informe, menos del 4% de la riqueza de las 225 personas más ricas bastaría para brindar a los pobres del mundo acceso a cuidados sanitarios y educativas elementales, así como una nutrición adecuada.
Los efectos de esta preocupante tendencia contemporánea han sido ampliamente examinados y debatidos, aunque, por razones que ya deberían entenderse perfectamente, se han tomado muy pocas medidas destinadas a contrarrestarlos, salvo algunas ad hoc, poco definidas y fragmentarias, y no se ha hecho nada por detener la tendencia. Esta reiterada historia de preocupación e inacción ha sido contada y vuelta a contar muchas veces, sin ningún beneficio visible hasta el momento. No tengo la intención de repetir la historia una vez más, sino más bien de cuestionar el encuadre cognitivo y el conjunto de valores con los que la ha evaluado; un encuadre y un conjunto que impiden la plena comprensión de la gravedad de la situación y, por lo tanto, tampoco permiten la búsqueda de alternativas factibles.
El encuadre cognitivo en que suele situarse todo debate sobre la creciente pobreza es puramente económico (en sentido de “economía” primordialmente como la suma de transacciones mediadas por el dinero): el encuadre de la distribución de la riqueza y los ingresos y de acceso a un empleo remunerado. Ocasionalmente, suele expresarse además cierta preocupación por la seguridad del orden social, aunque casi nunca —y con razón— en voz alta, ya que algunas mentes agudas podrían ver en la terrible situación de los pobres contemporáneos una amenaza tangible de rebelión. Ni el encuadre cognitivo ni la escala de valores son erróneos en sí mismo. Más precisamente, no son erróneos en lo que denotan, sino en lo que glosan en silencio y ocultan a la vista.
Uno de los hechos suprimidos es el rol que desempeñan nuevos pobres en la reproducción y la vigorización en la clase de orden global que es la causa misma de su indigencia y del “miedo ambiente” que vuelve desdichadas las vidas de todos los demás; otro es el grado en el que la auto perpetuación del orden global depende de esa indigencia y de ese miedo en el ambiente. Karl Marx en la época de emergencia del capitalismo salvaje, todavía no domesticado, todavía demasiado iletrado, como para descifrar los mensajes escritos en los muros, dijo que los trabajadores no pueden liberarse sin liberar al resto de la sociedad. Podría decirse ahora, en la época del capitalismo triunfante, que ya no presta atención a los mensajes escritos en los muros (ni a los muros mismos) que el resto de la sociedad humana no puede liberarse del su “miedo ambiente” ni de su impotencia si su parte más pobre no es liberada de sus penurias. Sacar a los pobres de su pobreza no es tan sólo un asunto de caridad, conciencia y deber ético, sino una condición indispensable (aunque meramente preliminar) para reconstruir una República de ciudadanos libres a partir de la tierra baldía del mercado global.
Para decirlo brevemente: la presencia de un gran ejército de pobres y la publicidad dada a su escandalosa situación son un factor de contrapeso de gran importancia para el orden existente. Cuanto mayores sean la indigencia y la deshumanización de los pobres del mundo y de los de la calle de al lado, y cuanta más se las muestre, tanto mejor desempeñarán en un drama que ellos no escribieron y en el que no se postularon como actores.
En otras épocas, la gente era inducida a soportaron docilidad su destino mediante imágenes, vívidamente pintadas, del infierno, siempre presto a tragarse a cualquier culpable de rebeldía. Como todas las cosas sobrenaturales y eternas, el inframundo dedicado a conseguir un efecto similar ha sido traído a la tierra, firmemente situado de los confines de la vida terrenal y presentado de manera de permitir un consumo instantánea. Los pobres son EL OTRO de los asustados consumidores... el Otro que, por una vez, es verdadera y plenamente el infierno. En un aspecto vital, los pobres son aquellos que el resto querría ser (aunque no se atreven): seres libres de la incertidumbre. Pero la incertidumbre que les toca viene bajo la forma de enfermedades, crímenes y calles infectadas por la droga (eso si les toca vivir en Washington DC), o de una lenta muerte por desnutrición (si viven en Sudán). La lección que aprendemos de los pobres es que la certidumbre debe ser más temida que la destetada incertidumbre, y que el castigo por rebelarse al sufrimiento provocado por al incertidumbre cotidiana es inmediato y despiadado.
La imagen de los pobres mantiene a raya a los no pobres y, de ese modo, perpetúa su vida de incertidumbre. Los insta a tolerar con resignación esa incesante “flexibilización” del mundo. La visión de los pobres encarcela la imaginación de los no pobres y les ata las manos. No se atreven a imaginar un mundo diferente; tiene buen cuidado de no hacer ningún intento de cambiar el que existe. Mientras esta situación se mantenga hay poquísimas —por no decir ninguna— posibilidad de que exista y una sociedad autónoma, auto constituida, de la república y de los ciudadanos.
Esta es una buena razón para que la economía política de la incertidumbre incluya, en calidad de ingrediente indispensable, el “problema de los pobres”, considerándolo alternativamente como tema de la ley y el orden o como objeto de preocupación humanitaria... pero solamente en una de esas dos representaciones. Cuando se emplea la primera representación, la condenación popular de los pobres —como depravados más que como carenciados— se asemeja tanto como es posible a quemar la efigie del miedo popular. Cuando se usa la segunda representación, la ira contra la crueldad y contra la indiferencia de los azares del destino puede canalizarse a través de inocuos carnavales de caridad, y la vergüenza que produce la pasividad se evapora en breves explosiones de solidaridad humana.
Día a día, sin embargo, los pobres del mundo y del país hacen su silenciosos trabajo, socavando la confianza y la resolución de todos aquellos que tiene empleo y un ingreso regular. El vínculo entre la pobreza de los pobres y la rendición de los no pobres no tiene nada de irracional. El hecho de ver a los indigentes y destituidos es, para todos los seres coherentes y sensibles, un oportuno recordatorio de que incluso la vida más próspera es insegura y de que el éxito de hoy no impide la caída de mañana. Existe una sensación, bien fundada, de que el mundo está cada vez más superpoblado; de que la única opción que tiene los gobierno de los países es, en el mejor de los casos, la de optar entre una pobreza generalizada con alto nivel de desempleo —como ocurre en la mayoría de los países europeos— y una pobreza generalizada con un poco menos de desempleo, como en los Estados Unidos. Las investigaciones académicas confirman esa sensación: cada vez hay menos trabajo pago. Y esta vez, el desempleo parece más siniestro que nunca. No parece producto de una “depresión económica” cíclica, una temporaria condensación de la miseria que será disipada por el siguiente boom económico.
Tal como argumentaba Jean Poul Marèchal, durante la época de “intensa industrialización” la necesidad de construir una enorme infraestructura industrial y de conseguir grandes maquinarias justificó la creación regular de más empleos de los que desaparecerían como consecuencia de la aniquilación de las artes y oficios tradicionales; pero evidentemente ya no ocurre lo mismo. Hasta la década de 1970, todavía seguía existiendo una relación positiva entre el aumento de la productividad y las dimensiones del empleo; desde entonces, la relación se hace más negativa cada año. Por lo que parece, se cruzó un importante umbral en el transcurso de los años 70 y se dejó atrás una continua línea de desarrollo que persistió durante por lo menos un siglo. Según investigaciones comparadas realizadas por Olivier Marchans, en Francia el volumen de trabajo disponible en 1991 era tan sólo el 57 por ciento del que se ofrecía en 1891: 34.100 millones de horas en lugar de 60.000 millones. Durante ese período, el PBI se multiplicó por 10 y la productividad horaria se multiplicó por 18, mientras que el número total de personas empleadas creció, en 100 años, de 19 millones de personas a alrededor de 22 millones. Se han registrado tendencias semejantes en todos los países que iniciaron el proceso de industrialización en el siglo XIX. Las cifras justifican que hay razones para sentirse inseguro incluso en el empleo más estable y regular.
La reducción del volumen de empleo no es, sin embargo, la única razón de inseguridad. Los empleos que aún pueden conseguirse ya no están resguardados contra los impredecibles azares del futuro; podríamos decir que el trabajo es, en la actualidad, un ensayo diario para la prescindibilidad. La “economía política de la inseguridad” se ocupó de que las defensas ortodoxas fueran desmanteladas y de que a las tropas que las mantenía fueran desbandadas. El trabajo se ha vuelto “flexible”, algo que, dicho con claridad, significa que ahora los empleadores pueden despedir a los empleados a voluntad y sin compasión, y que la acción solidaria —y eficaz— de los sindicatos en defensa de los despedidos es cada vez más una fantasía. “Flexibilidad” también significa la negación de la seguridad: casi todos los trabajos disponibles son de tiempo parcial o por un tiempo fijo, casi todos los contratos son “renovables” con suficiente frecuencia como para impedir que cobre fuerza el derecho a una relativa estabilidad. “Flexibilidad” también significa que la antigua estrategia vital de invertir tiempo y esfuerzo para lograr capacitación especializada, con la esperanza de lograr una remuneración constante, tiene cada vez menos sentido; por lo tanto, ha desaparecido la opción que antes era más racional para las personas que anhelaban una vida segura.
La subsistencia —esa roca en la que deben descansar todos los proyectos y todas las aspiraciones vitales para ser factibles, para tener sentido y para justificar la energía que requiere su creación ( o, al menos, el intento de concretarlos)— se ha vuelto frágil, errática y poco confiable. Lo que los partidarios de los programas de “bienestar para trabajar” no toman en cuenta es que la función de la subsistencia no es tan sólo proporcionar un medio de manutención día a día para empleados, y dependientes, sino algo de igual importancia: ofrecer una segura existencia sin la que no se puede conseguir la libertad ni la autoafirmarción y que es el punto de partida de toda autonomía. En su forma actual, el trabajo no puede ofrecer esa seguridad aun cuando consiga cubrir los costos de seguir con vida. El camino del bienestar para trabajar conduce de la seguridad a la inseguridad, o de menos inseguridad a una inseguridad mayor. Ese camino que incita a la mayor cantidad de gente a seguirlo, hace un eco adecuado a los principios de la economía política de la inseguridad.
Repitámoslo una vez más: la inestabilidad endémica de la vida abrumadora mayoría de hombres y mujeres contemporáneos es la causa última de la actual crisis de la república... y, por lo tanto, de la desaparición y el angostamiento de la “sociedad buena” como propósito y motivo de la acción colectiva en general y de la resistencia contra la progresiva erosión del espacio privado-público, el único del que pueden surgir y florecer la solidaridad humana y el reconocimiento de las causas comunes. La inseguridad engendra más inseguridad; la inseguridad se auto perpetúa. Tiende a atar un nudo gordiano imposible de desatar, que sólo puede ser cortado.
El problema es encontrar el lugar donde el cuchillo de la acción política pueda aplicarse con mayor efecto. Tal vez haya que concebir un coraje y una imaginación iguales a los de Alejandro Magno.
* extracto de “En busca de la política”, Zygmunt Bauman. Fondo de Cultura Económica. México. 2002 y publicado en RevistaTeína, Revista de sociedad y cultura, Valencia, España, Octubre de 2007.

lunes, 1 de agosto de 2011

¿Por Qué quieren ser Políticos?

Nota de Javier Marías Franco, publicada en el Diario El País de España, con una reflexión sobre la crisis política, aquí va:

A nadie, más que a los propios políticos (bueno, a los más tontos), le ha podido sorprender a estas alturas la aversión que gran parte de la población siente hacia ellos y que se ha manifestado de manera vehemente a raíz de la ocupación de las plazas de toda España. Quienes intentan etiquetar a estas gentes están fracasando: no todas son "jóvenes", ni "antisistema", ni siquiera "de izquierdas" (o no al modo tradicional del término), ni desde luego "rubalcábidas", como se han atrevido a sostener la prensa y los tertulianos más obtusos, que ven al Vicepresidente Rubalcaba como a un "Criminal Mastermind", que era el título que se confería a sí mismo el maquiavélico Profesor Moriarty, archienemigo de Sherlock Holmes y forjador de desgracias y catástrofes para su propio placer malsano (copias de este Profesor las ha habido a decenas, desde el Lex Luthor de Supermán hasta el Joker de Batman, por mencionar a dos bien conocidos). Los componentes del llamado "Movimiento 15-M" son en su mayoría personas normales, con y sin estudios, de diferentes clases sociales y edades; más o menos como los ciudadanos que llevan ya tiempo señalando, en las encuestas, a los políticos como el segundo o tercer mayor problema de España. Con ser en sí mala la cosa, lo peor es que éstos no reaccionan ni hacen limpieza en sus filas. Más bien se les ve una tendencia a atrincherarse y a proclamarse "sacrosantos", como se comprobó en los sospechosos altercados habidos en Barcelona hace unas semanas: unos se montaban con aparatosidad en helicópteros para sortear a las "turbas" y otros -Felip Puig, el insidioso y taimado conseller de Interior de la Generalitat- poco menos que alentaban a esas "turbas" con su dejadez y tal vez -tal vez- con sus agitadores mossos infiltrados, para poder poner luego el grito en lo más alto del cielo y demonizar a los manifestantes en general, cuando resultó obvio que los agresivos fueron una minoría, reprendida además en el acto por la mayoría.

Nuestros políticos gozan de muy mala fama desde hace mucho. Tan mala que lo que cabe preguntarse es por qué quieren serlo. No tienen las simpatías ni la admiración de nadie -quitando a los militantes ciegos de cada partido-; se los culpa de todos los males; reciben insultos constantes de sus rivales y últimamente también de la ciudadanía; se los acusa de ladrones y corruptos con excesiva frecuencia; se los percibe como a individuos vagos o incompetentes o malvados, cuando no como a puros idiotas; se les reprocha procurar su propio beneficio o el de sus partidos y casi nunca el de sus gobernados; cada vez más se los considera títeres del poder económico. Trae tan poca cuenta y tantos sinsabores ser hoy político que uno no entiende cómo es que hay tantos aspirantes a hacer de muñeco de las bofetadas.

A mi modo de ver hay cinco grupos:

a) sujetos mediocres que nunca podrían hacer carrera -ni tener un sueldo- si no fuera en un medio tan poco exigente como la política (sé de algún alcalde de ciudad conocido en ella, sobre todo, por ser un completo iletrado y darle a la frasca);

b) sujetos que ven un modo de enriquecerse (así lo explicó sin tapujos uno que no quedó lejos de llegar a ministro);

c) sujetos que sólo ansían tener poder, es decir, mandar y que la gente les pida favores; tener potestad para denegar o dar y salir en televisión; en suma, ser "alguien" (recuerdo haberle oído contar a mi padre que, apenas quince días antes de la derrota -ya segura- de la República en la Guerra Civil, había tortas para ser nombrado ministro de lo que fuese en la última remodelación gubernamental, cuando ocupar un cargo así sólo iba a traer muy graves problemas a quienes los ocupasen, al cabo de dos semanas: la vanidad no sabe de cálculos);

d) fanáticos de sus ideas o metas que sólo aspiran a imponerlas;

e) individuos con verdadera vocación política, con espíritu de servicio, buena fe y ganas de ser útiles al conjunto de la población y de mejorarle las condiciones de vida, de libertad y de justicia.

No hace falta decir que, de estos cinco grupos (expuestos -me disculpo- con la grosería inherente a toda simplificación), el único que merece respeto, vale la pena y resulta beneficioso y necesario es el último, que quizá por eso sea el menos nutrido. Lo llamativo es que los votantes no parezcan saber distinguir a los pertenecientes a cada grupo. Acaso no sea fácil, dado que los de los cuatro primeros fingen y engañan, copian y adoptan las maneras y los discursos de los del quinto, se presentan invariablemente como personas desinteresadas y abnegadas. Si en cada legislatura cambiaran las caras, podría entenderse que les diéramos siempre un voto de confianza y nos colaran gato por liebre. Pero esta ingenuidad no es admisible con los políticos veteranos, porque nadie es capaz de fingir bien mucho tiempo. Fingir es difícil y cansa, y el zafio, el oportunista, el tonto, el bruto, el aprovechado, el ladino, el ladrón, el engreído, el fanático, el déspota, todos acaban por parecer lo que son, y sin tardanza. ¿Cómo es que no lo vemos año tras año, legislatura tras legislatura? ¿Cómo es que no sabemos distinguir a los del quinto grupo -que los hay- ni eliminar poco a poco a los de los otros cuatro? Tal vez sería algo a lo que se podrían aplicar los integrantes del 15-M: no a descalificarlos a todos, que es lo que Franco hacía para justificar su prohibición de los partidos; sino a ir señalando, con nombres y apellidos si hace falta, a la enorme cantidad de mediocres, codiciosos, corruptos, fanáticos y engreídos que se han hecho con tanto poder en España.

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Link a la nota Original de JAVIER MARÍAS LA ZONA FANTASMA, Publicado en El País

http://www.elpais.com/articulo/portada/quieren/ser/politicos/elpepusoceps/20110703elpepspor_13/Tes