martes, 31 de julio de 2007

Sobre el Bushido. "Los Siete Principios del Samurai".


Sobre los
"Siete Principios del Bushido"



Gi: la correcta decisión, la que se realiza con justicia, la correcta actitud, la verdad, conducta y rectitud.
Yu: valentía.
Jin: amor universal, benevolencia hacia la humanidad; compasión.
Rei: la correcta acción – con una característica casi esencial, la cortesía.
Makoto: sinceridad completa y absoluta, y apego a la verdad.
Melyo: honor y gloria.
Chugo: devoción y lealtad.

BUSHIDO (BUSHI – Guerrero, DO – camino). "El Camino del guerrero es muerte". Esta frase de uno de los libros Samurai más conocidos, el "Hagakure", nos puede parecer muy fuerte o muy negativa desde nuestra visión occidental y material de las cosas, o al menos en nuestros tiempos donde predomina la fiebre del hombre exitoso, la de ser siempre el primero, donde dominar a los demás es una meta cotidiana, etc, sin embargo, como afirma la frase del Bushido, "si cada mañana, y cada noche, firmas tu resolución de muerte y estas en todo momento preparado para morir, serás libre en el Bushido y para cumplir las obligaciones de tu vida, porque nadie podrá dañarte".

En este sentido, la muerte en el camino del guerrero, el Bushido, no significaba su destrucción material, sino la búsqueda en la superación de sus defectos, en conseguir la suprema victoria en el derrotarse a sí mismo, venciendo sus flaquezas y deseos, y admitiendo la muerte como algo que debe ocurrir tarde o temprano, y en cuya llegada tiene el hombre poca intervención, era una manera de liberarse mentalmente.

Este "camino", hacía que el Samurai fuera una persona moralmente importante para los habitantes del Japón, sirviéndoles a éstos de guía y modelo, modelo que estaba reglamentado por el llamado Código Bushido, en el que se recogían diversos preceptos o normas que debían regir la vida del guerrero, y cuyas fuentes fueron el Budismo, el Shintoísmo y las enseñanzas del Zen y de Confucio, éstas últimas con relación a la ética. “La perfección para todo aquel que manda es ser pacífico; para el que combate es no encolerizarse; para el que desea vencer es no buscar una pelea; para aquel que se sirve de los hombres es ponerse al servicio de ellos”.

El guerrero debía comportarse de manera tal que se veía con malos ojos a aquel que desperdiciaba su vida, o que corría peligros irreflexivamente ya que, según Confucio el valor es "saber lo que es justo, y hacerlo". Se decía que “morir por una causa no digna era muerte de perro”; un príncipe de Mito decía que "es fácil hacerse matar penetrando en lo más duro de la batalla, eso puede hacerlo cualquier patán, el verdadero valor consiste en vivir cuando es preciso vivir y morir sólo cuando hace falta morir". Esta frase resultaba dura y difícil de comprender para algunos cuyo desorbitado sentido del honor los hacía buscar la muerte, sea por su propia mano (hara kiri, o seppuku) o en el centro de la batalla, como expiación de una presunta falta que su honor no consentía en sí mismo.

A su vez el Samurai debía ser completo, no solamente en el arte de la guerra, sino que debía buscar la virtud en las artes, las letras, la filosofía y las ciencias, pues la visión de los valores que lo comprendían incluían la búsqueda de la verdad y el entendimiento humano por ello es que de estas fuentes emanaron virtudes que debían ser la guía de la “conducta” del Samurai:

- Rectitud.- Justicia.- Valor.- Audacia.- Resistencia (no sólo física).- Piedad.- Cortesía (imprescindible).- Sinceridad.- Honor (en su grado máximo y definitivo).- Fidelidad.- Control de sí mismo.
y se añadiría:
- Modestia, pues hay en Japón un proverbio que dice: "La espiga de arroz cuanto más madura, más baja la cabeza", así es que por ejemplo el guerrero fanfarrón y pendenciero estaba mal visto y era poco considerado.

Una Reflexión desde el Bushido:

“No te preocupes y toma las cosas como vienen, no huyas ni corras, sólo ocúpate.
Camina cuando quieras caminar, siéntate cuando quieras sentarte, pero nunca te olvides de los que te rodean.
No veas ni oigas a los otros, míralos y escúchalos.
No te vuelvas hacia los que consideres tus maestros o tus guías para alabarlos y sólo decir: "Impresionante, ahí esta la verdad", hazlo pero para que ellos te ayuden a buscar en tu interior lo que hay allí, toda esa verdad también esta dentro de tuyo, confía en ti mismo para ese viaje, y así podrás mejorarte para ser cada día mejor persona y un día ser también un maestro para otros...”

Debate sobre el poder en el movimiento popular (Rubén Dri)

Retruco.Las movilizaciones de los últimos tiempos han puesto en evidencia una fuerte voluntad popular de afirmar su realidad subjetual. Pero ser sujeto significa ponerse como tal, crearse, luchar por el reconocimiento, lo cual implica necesariamente plantearse el problema del poder, en torno al cual, en el ámbito del movimiento popular, podemos vislumbrar tres posiciones típicas:

a. La concepción clásica del marxismo-leninismo que se expresa como "toma del poder".
b. La de pensadores influenciados por el posmodernismo, como Negri y Holloway, cuya concepción es la de "huida del poder".
c. La de militantes de los nuevos movimientos sociales y políticos que prefieren hablar de la "construcción del poder".
Se trata de una tipificación que permite tomar las diversas concepciones como si se tratase de casos puros y resaltar, de esa manera, las diferencias y oposiciones. En la realidad las concepciones se suelen entrecruzar.

1.- Toma el poder o el poder como objeto.

En los movimientos sociales y políticos de las décadas del 60 y 70 que marcaron profundamente a nuestra sociedad, el problema del poder fue planteado con fuerza, en contra de concepciones de izquierda tradicionales para la cuales el tema se postergaba de manera indefinida.
Partidos considerados siempre de izquierda como el Partido Comunista, los diversos Partidos Socialistas, las variantes maoístas y trotzquistas no se planteaban el problema del poder.

No significa ello que no hablasen sobre el poder. El asunto es que para ellos el problema no se imponía como una exigencia perentoria a realizar. No se cuestionaba en los hechos seriamente el poder del capitalismo.
Por una u otra razón, la revolución estaba postergada, de manera que había tiempo de sobra para debatirlo.

El problema, en cambio, adquirió no sólo actualidad, sino exigencia perentoria en las diversas agrupaciones y partidos de una nueva izquierda, por llamarla de esa manera, que se proponían hacer la revolución. Ello significaba, terminar con la sociedad capitalista, sustituirla por una sociedad socialista. Ya no se trataba de una meta lejana, sino de algo que estaba en cierta manera a la mano.
El debate sobre el poder fue intenso, y las concepciones, diversas, pero todas, de una u otra manera se sintetizaban en "la toma del poder". En realidad la expresión pertenece a la teoría que fundamentó los procesos revolucionarios del siglo veinte. Toma del poder, asalto al poder, asalto al cielo, son expresiones equivalentes. Sin duda que son movilizadoras, encienden en la imaginación figuras utópicas que impulsan a la voluntad para la lucha.

El poder, en primer lugar, es concebido como un objeto. Así como se puede tomar, asir, o, en términos populares, "agarrar" un objeto, también se puede tomar o agarrar el poder. De esta manera, se piensa que no se tiene el poder, no se lo ejerce, hasta que no se lo ha tomado. El poder está en manos de las clases dominantes, de los grandes consorcios, del ejército. En fin, alguien, o algunos lo tienen. Se trata de arrebatárselo.
En segundo lugar, el poder está en un lugar determinado. Ese lugar puede ser la "Casa Rosada", Campo de Mayo o La Tablada. Quienes están ahí tienen el poder. Para arrebatárselo es necesario trasladarse hasta ese lugar. La columna del Che, desde la sierra Maestra a Santa Clara, y desde allí a la Habana, o la "Larga Marcha" de Mao son símbolos de este ir hasta el lugar donde se encuentra el poder, para tomarlo, arrebatándoselo al enemigo.
El poder, en consecuencia, es como una cosa que está en un determinado lugar al que hay que trasladarse para tomarlo. Algo semejante a la expedición de los Argonautas dirigidos por Jason a la Cólquide para arrebatar el célebre "vellocino de oro". Pero ya se sabe, semejante tesoro está bien guardado, bien custodiado. La marcha para su conquista no es una fiesta, sino una lucha. Menester es tener la organización y los instrumentos necesarios para dar esa lucha.
El instrumento por excelencia es el partido político. Para la toma del poder se necesita un partido revolucionario y para que éste lo sea, debe estar constituido por el sujeto o los sujetos revolucionarios. Como en la teoría marxista tradición al el sujeto revolucionario es el proletariado, el partido debe ser un partido obrero y, su meta próxima es la conquista del poder y el establecimiento de la dictadura del proletariado.
El concepto de "dictadura del proletariado" es por demás significativo. Normalmente significó lo contrario a la democracia, en cualquiera de sus formas. Entiendo que no fue ésa la concepción de Marx, en el cual, por otra parte, el concepto es marginal, nunca tematizado. Pero en él el concepto de dictadura no se oponía al de democracia, en el sentido de elecciones, partidos políticos diferentes, en la medida en que consideraba que las democracias burguesas eran dictaduras.
Ello significa que para Marx la dictadura implicaba la dominación de una clase sobre las otras, no necesariamente la de un partido político. Así como la dictadura de la burguesía se ejerce mediante diversos partidos políticos, lo mismo podría hacer el proletariado. Quiero decir que la lógica de la dominación de clase no implica necesariamente el partido único.
El establecimiento de las dictaduras del proletariado ha producido resultados decepcionantes. Los partidos revolucionarios que lograron la toma del poder establecieron efectivamente una dictadura que se llamó "dictadura del proletariado" pero que, en realidad, fue una dictadura del partido, del aparato burocrático y finalmente del líder, depositario de la ciencia.
La revolución se había realizado para construir una sociedad plenamente liberada, con igualdad efectiva de derechos para todos. La realidad fue decepcionante. La dominación no fue quebrada sino sustituida. Los revolucionarios pasaron a ser los nuevos señores. Mentiras, crímenes y corrupción acompañaron a la nueva sociedad, que no resultó nueva, sino antigua. La caída del Muro de Berlín es el símbolo de la derrota de las revoluciones que tomaron el poder.
Hablar de traición, referirse a las condiciones difíciles en que se produjo la revolución soviética, a la temprana muerte de Lenin y a otras circunstancias, de ninguna manera logran explicar un fracaso tan rotundo. Volver al debate entre Lenin y Rosa Luxemburgo puede ser un ejercicio excelente, no para darle ahora la razón a Rosa, sino para bucear en el destino de una revolución realizada por una organización, el partido político, que "toma el poder".
2.- Huir del poder o fugar al anti-poder.
Las posiciones de Holloway, de Negri y de Hardt pertenecen al amplio espacio abierto por autores que, desencantados de las revoluciones que se habían producido bajo la égida del marxismo ortodoxo, reniegan de todo lo que suene a estructura o institución. Se fundan en interpretaciones de las nuevas prácticas que se generaron luego de la caída del Muro de Berlín, como las de Chiapas, las de los Sin Tierra de Brasil, las de los diversos Movimientos Sociales, de las Asambleas en Argentina y, en general, de los movimientos anti-globalización.
El planteo de Holloway guarda semejanzas con el de Negri y Hardt, pero también diferencias, cuya base fundamental se encuentra en la diferente posición frente a la dialéctica. Mientras éstos la rechazan como un elemento burgués inserto en el pensamiento revolucionario, Holloway, por el contrario, la incorpora como clave de su pensamiento.
En este sentido, recupera a Hegel y fundamentalmente a Marx. Sus análisis de la alienación en Marx, especialmente como se expresa en los Manuscritos de 1844 son excelentes. Pero su dialéctica no es tanto la de Marx, sino la dialéctica negativa de Adorno. Esto lo lleva directamente a la conclusión de que toda institución constituye una alienación. La única formulación posible de una revolución que se pretenda liberadora será la del anti-poder.
Las coincidencias fundamentales contemplan dos rubros, "la centralidad de la lucha oposicional (ya sea que la llamemos poder de la multitud o anti-poder) como la fuerza que da forma al desarrollo social" y el concentrarse en la revolución, que "no puede concebirse en términos de tomar el poder del Estado". (Holloway; 2002; 244). Mientras los autores de "Imperio" a la fuerza de oposición la denominan "multitud", Holloway, le da el nombre de "anti-poder".

La diferente denominación no es una simple cuestión de nombres. Significan dos posiciones diferentes en cuanto al contenido mismo de la oposición. La "multitud", aunque sea algo indeterminado, volátil, pulverizado, es "algo", mientras que el anti- poder es nada, o mejor, es "no". Ninguna posibilidad de darle un contenido, una forma, una estructura.
La segunda coincidencia es, en realidad, la verdadera coincidencia. La alergia al Estado, a cualquier Estado es total, porque el Estado no es otra cosa que "una forma rigidizada o fetichizada de las relaciones sociales. Es una relación entre personas que no parece ser una relación entre personas, una relación social que existe en la forma de algo externo a las relaciones sociales" (Id.; 142). Es necesario escapar del Estado. La fuga, en todos los autores citados es la clave de toda la lucha por una nueva sociedad.
Holloway, al igual que Negri, se considera heredero del pensamiento de Marx. Se plantea entonces aquí un problema, pues para Marx, el Estado es mucho más que la simple fetichización de las relaciones sociales. Es la forma "en la que se condensa toda la sociedad civil de una época" (Marx; 1977; 72), por lo cual en el primer proyecto de su obra, esto es, de El Capital, figura como el tercer momento de la primera dialéctica, formada de la siguiente manera:

1) "Las determinaciones abstractas que corresponden en mayor, o menor medida a todas las formas de sociedad".
2) "Las categorías que constituyen la articulación interna de la sociedad burguesa".
3) "Síntesis de la sociedad burguesa bajo la forma de Estado". (Marx; 1980; 2930).En la concepción tradicional, ortodoxa del marxismo se sostiene la desaparición del Estado, pero al final, luego del acto revolucionario de toma del mismo por parte del proletariado dirigido por el partido. Menester es tener en cuenta que el concepto "destrucción" o "eliminación" es antidialéctico. Engels lo utiliza sin problemas y de allí provienen las confusiones posteriores. Marx es mucho más cauto al respecto y suele referirse al problema mediante el concepto de Auf-hebung, que traducimos por "superación".
Se lograría ello no mediante una destrucción, sino mediante la universalización de la satisfacción de necesidades. La característica cautela de Marx para no incursionar en realidades futuras que sólo podían ser barruntadas es, en cierta manera compartida por Holloway, si bien tanto él como Negri exageran nuestra ignorancia con respecto a todo futuro.

Las disidencias, por su parte, están centradas "en el tema del paradigma". Para Hardt y Negri, en efecto, la revolución consiste en un cambio de paradigma, semejante a los que ya hubo, como ser, "del imperialismo al Imperio" o " de la modernidad a la posmodernidad, de la disciplina al control, del fordismo al posfordismo, de una economía industrial a una informacional" (Idem; 245). Ello significa que la sociedad es algo estable, lo cual es totalmente contradictorio con una dialéctica negativa como la de Holloway.
El enfoque paradigmático lleva al funcionalismo, según Holloway, a una concepción de la sociedad en la que todo encaja. Su origen se encuentra en la posición anti- dialéctica y anti-humanista de ambos autores, lo que, por otra parte, los lleva a sostener la continuidad entre animales, seres humanos y máquinas, siendo éstas últimas, prótesis de nuestros cuerpos y mentes. Con ello entramos en una antropología del ciberespacio, pero "el problema con esta visión, dice Holloway, seguramente, es que ni las hormigas ni las máquinas se rebelan. Una teoría que está basada en la rebelión tiene poca opción: tiene que reconocer el carácter distintivo de la humanidad" (Idem; 249).
La revolución no es otra cosa que "el desarrollo del anti-poder", del no-poder, de la negación del poder, la cual "toma millones de formas diferentes: desde arrojar el despertador contra la pared, hasta llegar tarde al "trabajo", realizar tareas sin esforzarse, ausentismo, sabotaje, luchas por descansos, por el acortamiento de la jornada laboral, por vacaciones más largas, por mejores pensiones, huelgas de todo tipo, etc." (Idem; 270).
Dos observaciones se imponen al respecto. En primer lugar, es imposible pensar todas estas prácticas como simple no-poder. De hecho constituyen construcción de poder. Son prácticas constitutivas del poder popular. Es que el concepto mismo de anti-poder como no-poder que se debe lograr, es contradictorio, pues para lograrlo hay que luchar, lo cual significa siempre construir poder.
La pesadilla de la que Holloway quiere escapar mediante su concepción del anti poder es el círculo diabólico de la circularidad del poder, sobre el cual se había explayado Foucault. El poder como siempre se lo ha considerado y practicado es el poder-sobre, la dominación sobre otros. Cuando se lucha en contra de ese poder, de hecho lo que se hace es cambiar de quien ejerce el poder-sobre.

Así ha pasado con las revoluciones socialistas, especialmente con aquéllas que fueron denominadas del "socialismo real". No se modificaron sustancialmente las relaciones sociales. Cambiaron los dominadores, pero no se eliminó la dominación. Holloway quiere salir del círculo con la pretensión de separar taxativamente el poder-hacer del poder- sobre, como si el sujeto pudiese ejercerán poder sin encontrarse con la relación de poder del otro. En otras palabras, pretende saltar afuera de la dialéctica del señor y del siervo.
En segundo lugar, todas esas prácticas han sido realizadas por los obreros, maestros, empleados, profesores universitarios, y trabajadores distintos desde la implantación del capitalismo. Nunca se consideró que ello se hacía por el no -poder. Todo lo contrario, lo que se quería es unpoder de abajo, de los dominados, un poder alternativo.
Entre las formas de lucha Holloway destaca la migración, pues mediante ella "millones de personas huyen del capital, buscando esperanza" (Idem; 270). Esta apreciación de la migración es compartida con entusiasmo por Hardt y Negri. Dos observaciones se imponen también aquí. En primer lugar, la migración puede interpretarse, más allá de la conciencia de los migrantes como una fuga del capital, pero de hecho éstos buscan un lugar donde el capital les permita tener un trabajo que en su lugar de origen no consiguen. El mexicano que pasa a Estados Unidos lo hace bajo esa condición, lo mismo que el boliviano que migra a la Argentina.
En segundo lugar, es curiosa esta manera de privilegiar la migración como forma de lucha por el anti-poder. Es cierto que constituye una forma de lucha, como todas las enumeradas, pero está lejos de ser privilegiada. Es una lucha penosa, amarga y que al capital no le ocasiona demasiados trastornos. En todo caso los soluciona con medidas cada vez más represivas.
Otro aspecto de la concepción de Holloway con respecto a la revolución es el heroísmo. En su concepción "el movimiento del comunismo es anti-heroico", pues "el objetivo de la revolución es la transformación de la vida común, cotidiana y es ciertamente de esa vida común y ordinaria que la revolución debe surgir" (Idem; 302; 303). Esto lo lleva, a su vez, a criticar la concepción revolucionaria que se basa en la conducción de los líderes y los héroes.
Toda revolución que se realiza a partir de un liderazgo, reproduce desde el principio las relaciones que quiere subvertir e hipoteca las realizaciones a la voluntad del líder. Éste, por otra parte, tenderá a ahogar todo avance que suponga una mengua de su propio poder-sobre. En este sentido, Holloway tiene razón. Además, el liderazgo siempre tenderá a perpetuarse y tendrá fuertes tentaciones de manera el poder como si proviniese de él y no del pueblo.
Es importante la observación de Holloway en lo referente a los héroes. Efectivamente, la revolución no es una tarea de héroes, sino del pueblo. La revolución no la hacen los héroes, ni se hace para vivir una vida heroica. Se hace para vivir mejor, para "vivir bien" como quería Aristóteles, donde "bien" no significa sólo realidades materiales, las que deben ser suficientes, sino la posibilidad del sujeto de realizarse plenamente.
Pero las afirmaciones de Holloway no parecen admitir espacio alguno para el heroísmo, virtud excelsa que expresa realizaciones humanas superiores, en el sentido cualitativo, sin que ello dé ninguna razón para ejercer un poder sobre los demás. La construcción de esa futura sociedad en la que podamos fraternizar entre todos, puede exigir, y de hecho así es, actos de heroísmo. Un piquetero que, entre las balas de la policía, se detiene a auxiliar al compañero caído es un acto heroico. La lucha siempre estará llena de ellos.
Los 30.000 mil compañeros detenidos-desaparecidos eran jóvenes, la mayoría de ellos, como cualesquiera de los jóvenes de hoy, con una vida común, con sus afectos, virtudes y defectos. En un momento determinado fueron puestos en la situación-límite del heroísmo. Pero ello le sucede también a la más común de las madres cuando debe enfrentar situaciones-límites en la defensa de su hijo.
Por otra parte, el heroísmo es un momento fundamental en los proyectos que se formulan en la juventud. Nada más aplastante y descorazonador que encontrarse con jóvenes que quieren vivir una vida tranquila. Pasión, ansias de transformar la realidad, son constitutivas de una juventud no contaminada por el cansancio de la vida, propio de sociedades decadentes. No por nada muchas veces se siente tentada por la aventura fascista. No se hace una revolución para vivir una vida heroica, pero su realización suele exigir momentos de heroísmo.
3.- La construcción del poder, o el poder como relación social.

El poder, veíamos, no es un objeto o una cosa que se encuentra en algún lugar al que es necesario ir para tomarlo. Es una tendencia difícil de vencer, como anotaba Hegel, poner en movimiento las representaciones propias del entendimiento. El poder concebido como objeto no es otra cosa que una representación del entendimiento. Menester es fluidificarlo, ponerlo en movimiento.
El poder es una realidad propia del ámbito de las relaciones humanas que, de una u otra manera, siempre son sociales y políticas. No existe, no es, igual que los sujetos. Se hace, se construye de la misma manera en que se construyen los sujetos. Éstos, para crearse, empeñan una lucha a muerte por el reconocimiento. Esta lucha genera poder. Generarse como sujeto es generar poder. Todo cambio, toda transformación, toda revolución que se proponga siempre tiene en su centro el tema del poder que significa quién y como será reconocido. La frase que figura como acápite es el corte que le da Jesús a la discusión que se había entablado entre los componentes más cercanos de su movimiento, cuando, al dirigirse a Jerusalén pensaban en el triunfo de la propuesta liberadora.
Los dirigentes del movimiento de Jesús discuten sobre cómo se van a repartir el poder en la nueva sociedad, y Jesús les replica que no habrá nada que repartir, porque habrá que pensar el poder de una manera totalmente distinta, contraria a la que ellos pensaban. No como poder de dominación, no en la relación señor siervo, sino como diakonía, como servicio, como mutuo reconocimiento de sujetos plenamente libres. Ese poder no puede empezar a construirse una vez que "se lo ha tomado", porque en realidad entonces lo que se ha hecho es ocupar el lugar que antes tenían “los otros”. No se rompe la relación señor-siervo, aunque se sostenga que ello constituye una fase para romper la dominación anterior. La célebre “dictadura del proletariado” que es, siempre, la dictadura del partido, de determinados aparatos del Estado o de una persona, el “líder”, no se instala para desinstalarse en función de la diakonía, sino que llega para quedarse a perpetuidad si ello es posible.
El poder es esencialmente relación social, relación de reconocimiento. En ese sentido es fluido, circula, cambia. Pero necesita momentos de reposo, de instalación. Es el momento de las célebres estructuras, sin las cuales todo poder se evapora. La mínima relación, la que se produce entre dos sujetos, sean éstos madre e hijo, amigo con amigo, novios, es lucha por el reconocimiento y, en consecuencia genera un ámbito de poder. En ese sentido todos ejercemos y se ejerce poder sobre nosotros.
Crear nuevo poder, crear poder popular significa crear nuevas relaciones humanas, nuevas relaciones sociales, nuevas relaciones políticas (1). Éstas no pueden comenzar cuando, por ejemplo, se tome el aparato del Estado. Se realizan en el camino, en el proceso. Si el otro es un objeto para mí, o un súbdito, mero soldado del partido o de la organización, se está reproduciendo el poder de dominación.
Microfísica del poder, en consecuencia, y redes del poder sobre las cuales nos informa abundantemente Foucault. Pero su planteo no logra romper, traspasar las paredes que encierran a los micropoderes en los cuales nos enredamos. No habría otra salida que un juego de poderes y contrapoderes, o en todo caso un pequeño espacio de libera-ción, ese espacio en el que se ejerce mi poder, que sería la “línea de fuga” de Deleuze o, en todo caso el ser “militante de la acción restringida, limitada” de Badiou.
Ello significa lisa y llanamente renunciar a construir poder popular en sentido fuerte, es decir a construir una sociedad del mutuo reconocimiento, una sociedad plenamente democrática, en la que el poder se ejerza tendencialmente en forma horizontal. En otras palabras, los micropoderes se encuentran englobados en megapoderes, y así como hay que construir los primeros, también hay que construir los segundos. De la microfísica es necesario pasar a la macrofísica, no en forma línea sino dialéctica. Los pequeños poderes se encuentran englobados en los megapoderes. No hay paso lineal de unos a los otros.
Esto significa que toda lucha, ya sea barrial, villera, campesina, en las cárceles, en la escuela, en la familia debe conectarse dialécticamente con una lucha más amplia, que tenga como horizonte la totalidad. Si ello se pierde de vista, estamos condenados a movernos en un círculo sin salida. Es un magro consuelo o una burla decirles a desocupados que ellos también ejercen poder. Es cierto que ejercen poder, y lo hacen cuando, por ejemplo cortan rutas y obligan al poder político a ceder a determinados reclamos. Pero ese poder es totalmente asimétrico con el poder del gran capital, de las grandes corporaciones.
Los trabajadores desocupados, los villeros, los campesinos construyen poder con su trabajo, con sus debates, con sus asambleas, con sus medidas de lucha. Ese poder comienza siendo micropoder, o mejor, micropoderes que se gestan en las diversas asambleas que se conectan entre sí en forma de redes. Éstas interactúan con los mega-poderes, confrontan con ellos, negocian, se retiran y vuelven.
Micropoderes, redes de poder, circulación de poderes, fluidez de relaciones. Todo ello es cierto, pero toda fluidez tiene momentos de condensación. Dicho de otra manera, el movimiento necesita estructurarse. Con la estructuración aparecen nuevos desafíos, expresados sobre todo en el fenómeno de la burocratización. Una verdadera construcción del poder, o sea de relaciones sociales, luchará siempre contra la tendencia, siempre renaciente a la burocratización.
Hegemonía y poder.
Como es sabido el triunfo de la revolución en la Rusia zarista y las derrotas de los intentos revolucionarios de la segunda década del siglo XIX en Alemania, Hungría e Italia, llevaron a Antonio Gramsci a una profunda reflexión sobre las causas de tan dispar destino de los intentos revolucionarios. La contribución más importante de estas reflexiones gira alrededor del concepto de hegemonía que desde entonces figura en todas las elucubraciones que tienen que ver con la realidad política.
Me interesa, en este apartado, trabajar sobre la relación entre dicho concepto y la construcción del poder popular, reinterpretando el concepto de hegemonía, o, incluso, corrigiéndolo. Para empezar, hay una observación importante que hace Gramsci al referirse a las diferencias existentes entre las tareas que le esperan a la revolución de octubre y las que es perentorio realizar en las revoluciones del los países centroeuropeos.
Siendo la sociedad zarista una sociedad en la que prácticamente no había sociedad civil, tomado el Estado, o la fortaleza, como lo denomina Gramsci, la tarea a realizar era nada menos que la de crear la sociedad civil, lo que significa, crear la hegemonía, entendida ésta como consenso de los ciudadanos. Ese consenso es poder. Construir la hegemonía es construir poder, poder horizontal, democrático, lo cual significa, a la vez, construirse como sujetos.
Esta tarea no puede ser creada desde arriba, pero es el único lugar en que esa revolución la podía realizar. Una contradicción prácticamente insoluble, como se mostró ulteriormente. Como se ve, nos estamos sirviendo del concepto gramsciano de hegemonía, pero transformado o reinterpretado, como se quiera. Es muy difícil, por no decir imposible, que la revolución soviética no terminase en el estalinismo.
De hecho, esto ya había sido expuesto por Hegel en la célebre dialéctica del señor y el siervo. El camino del señor es un callejón sin salida. Desde el poder de dominación, aunque éste se denomine “dictadura del proletariado” es imposible pasar a una sociedad del mutuo reconocimiento. Los sujetos no se realizan por una concesión que se les hace desde arriba. Se conquista en una lucha en la que los siervos, dejan de serlo, no se reconocen como siervos, sino como sujetos.
Gramsci plantea correctamente, para las sociedades avanzadas, con sociedad civil ampliamente desarrollada, que la hegemonía debía preceder a la toma del poder o del Estado. En realidad, ese principio vale para toda revolución y no sólo para las sociedades avanzadas, porque si la hegemonía no se construye en el camino, no se la construirá posteriormente. Se repetirán las prácticas anteriores.
A menudo se me pregunta en los seminarios si los amos o señores no pueden también lograr el reconocimiento y, por lo tanto ser sujetos en sentido pleno. La respuesta es absolutamente negativa. Ni los señores, ni los siervos pueden logra el reconocimiento como autoconciencias o sujetos sin dejar de ser señores o siervos. Tanto el ser siervo como el ser señor es la negativa del sujeto.
La hegemonía como consenso democrático no puede ser construida desde arriba, porque ello implica subordinación. Quien detenta el poder del Estado o el poder político y económico puede obtener legitimación, que implica aceptación de la dominación, pero no hegemonía en el sentido de consenso democrático. Éste sólo puede lograrse desde el seno de la sociedad civil. Es una construcción que se realiza entre iguales, entre sujetos que se reconocen mutuamente como tales.
4.- Criterios fundamentales.
En la construcción del poder popular habría que tener en cuenta algunos criterios fundamentales:
No se debe partir de organizaciones o partidos políticos ya estructurados, con línea que se pretende clara para bajarla a los sectores populares que se están movilizan-do. Esta práctica expresa todo lo contrario de la construcción de una nueva sociedad en la que sus miembros sean sujetos reconocidos. Esa estructura partidaria es la representación de la sociedad en la que unos saben y los otros son ignorantes, unos son esclarecidos y otros andan en tinieblas, unos mandan y otro obedecen.
Por lo tanto, es necesario dejar de lado la concepción leninista de que al proletariado o, en nuestro caso, a los sectores populares, se les inyectará conciencia “desde afuera”. Sería conveniente, al respecto, como he dicho más arriba, revisar las polémicas entre Lenin y Rosa Luxemburgo sobre el partido, no para darle ahora la razón a Rosa en contra de Lenin, sino para incorporar críticamente algunas intuiciones y aciertos de Rosa en cuanto al protagonismo popular en el proceso revolucionario.
Decía Rosa, en contra de Kautsky: “Piensan que educar a las masas proletarias en el espíritu socialista significa darles conferencias, distribuir panfletos. ¡No! La es-cuela proletaria socialista no necesita de eso. La actividad misma educa a las masas” (Cliff 1971; 64). Descontextualizada esta afirmación es errónea. Rosa aquí exagera, porque está polemizando con la dirección burocrática de la socialdemocracia alemana que pretendía dar conciencia desde afuera, mediante conferencias y panfletos. La con-ciencia crece en la práctica, en la acción, en la lucha.
En ese proceso de práctica-conciencia, de lucha-reflexión se cometen errores, pero “los errores cometidos por un movimiento obrero auténticamente revolucionario, dice Rosa, son mucho más fructíferos y tienen más importancia histórica que la infalibilidad del mejor Comité Central” (Ibidem). Ya sabemos a dónde han conducido la in-falibilidad de los diversos comités centrales. Los pueblos en su lucha aciertan y se equivocan, logran victorias y sufren derrotas. Aprenden continuamente. Una dirigencia in-falible nunca aprende, ya lo sabe todo. Eso no tiene remedio.
En contra de la concepción de una determinada élite revolucionaria que desde arriba, desde afuera pretende dar conciencia a los trabajadores, o a los sectores populares, es conveniente hacer efectiva la concepción gramsciana de que se debe partir del “buen sentido” que radica en el desagregado y caótico “sentido común” que se encuentra en dichos sectores. O, en palabras del Che, ayudar a desarrollar “los gérmenes de socialismo” que se encuentran el pueblo. Toda pretensión de construcción que tenga que ver con una elaboración teórica separada de las aspiraciones, expectativas, valores presentes en los sectores populares, contribuirá a instalar una nueva dominación. El socialismo tendrá sentido y será una verdadera solución si es el despliegue de valores pro-fundamente arraigados en los seres humanos.
En contra de que el socialismo es primeramente una teoría que habría nacido recién en el siglo XIX, menester es tener en cuenta que, en cuanto expresa, por una parte, valores, aspiraciones, ideales y utopías y, por otra, luchas para conseguirlos, es tan antiguo como el mismo ser humano. Luchas en contra de la opresión, luchas de libe-ración han existido siempre. Realizaciones socialistas, en el sentido de agrupaciones o sociedades humanas liberadas, con relaciones relativamente horizontales, siempre se han dado en la historia.
El socialismo es fundamentalmente la realización de una sociedad fundada en los mejores valores del ser humano. Éste es tanto egoísta como altruista, tanto tacaño como generoso, tanto se ama a sí mismo como se odia, tanto ama a su vecino como lo aborrece. Es un ser dialéctico. El buen sentido del que habla Gramsci está constituido, precisamente, por los valores de amor a sí mismo, de generosidad, de bondad. De esos valores socialistas es necesario partir.
Ello no significa renegar de la teoría. El problema es no confundir teoría o ciencia o filosofía con conciencia. La conciencia nunca puede venir de fuera. La conciencia es autoconciencia desde el primer momento, pero sólo lo es implícitamente. Avanza de desde los primeros balbuceos en el plano de lo sensible. Toda teoría al entrar en relaciones dialécticas con la conciencia será motivo de crecimiento de ésta, tanto de la conciencia del teórico como de aquél a quien se comunica la teoría, la cual a su vez sufre transformaciones en el proceso. Se avanza de la conciencia a la autoconciencia, o de la conciencia en sí a la conciencia para-sí, como dice Marx en la Miseria de la filosofía.
El para-sí o nivel superior de la conciencia no es un agregado que viene de fuera. Es el en-sí que se supera en el para-sí. Este segundo momento, que en realidad es tercero, es decir, en-sí-para-sí, es una superación –Aufhebung- que sólo puede darse en el sujeto. Es éste que se supera en su totalidad. Si el tercer momento no estuviese ya en el primero, nunca llegaría a ser, por más adoctrinamiento externo que se practicase.

La conciencia socialista no se inventa, no se crea desde arriba, no se introduce desde afuera. O ya está en la conciencia humana o nunca estará. Está, pero no está “puesta” para decirlo hegelianamente. O no está “en acto”, para emplear la categoría aristotélica. No está puesta, y puede no estarlo nunca. Ello dependerá de la práctica o, para decirlo con una categorización marxiana, dependerá de la revolución. Ésta es el proceso de mediatizar lo inmediato o llevar al acto lo que está en potencia.
Por lo tanto no se avanza con la “unión de la izquierda”, si ello significa hacer unidos lo mismo que se está haciendo en forma separada, es decir, actuar como estructuras piramidales que poseen “la ciencia”. La verdadera unión hay que encontrarla atreviéndose a criticar las formas tradicionales de concepción de los partidos de izquierda e ir confluyendo con inserción verdadera en los sectores populares.
Un proyecto alternativo que ya se encuentra en germen en agrupaciones, comunidades, organismos de derechos humanos, movimientos de trabajadores desocupados, asambleas barriales, luchas de diverso tipo, asume una forma movimientista que se está descubriendo y construyendo. El peligro del movimientismo es su posible transformación en un “gigante invertebrado y míope”, según la expresión de John W. Cook El movimiento, verdadero torrente de los sectores populares, debe estructurarse, con todo lo que ello implica de peligro de burocratización y obstaculización de la marcha dialéctica.
Para la construcción de la identidad, sin la cual no hay sujeto, por una parte, es necesario recuperar auténticos símbolos populares como Agustín Tosco, John W. Cook, Enrique Angelelli, Evita. El Che por su parte, es un poderoso símbolo convocante para las nuevas generaciones. Por otra parte, es necesario dar la lucha hermenéutica en torno a los símbolos arraigados en los sectores populares.
No hay identificación posible o, de otra manera, no hay construcción posible de un sujeto sin los símbolos. Los sujetos son esencialmente simbólicos y, entre los símbolos, los que asumen características religiosas –tal vez sea la realidad de todos- tienen especial importancia, por cuanto los sectores populares son particularmente religiosos. La posición “cientificista” que el marxismo “ortodoxo” heredó de la Ilustración es ciego frente a esta realidad.
Si el símbolo con el cual construye su identidad determinado sujeto es considerado sólo únicamente como “fetiche”, ya se ha puesto un telón de acero para comprender qué construye dicho sujeto en la relación con el símbolo. No se tiene en cuenta que borrar el símbolo es borrar al sujeto que con él se relaciona y, fundamentalmente, que la relación símbolo –fetiche es una relación dialéctica. Todo símbolo tiene algo de fetiche.
Desde las diversas prácticas sociales y políticas es necesario ir confluyendo en un proyecto político común que sea la unión en la diversidad. Como todo proyecto político debe darse su instrumento que tradicionalmente es el partido. Pero, de acuerdo a lo que venimos reflexionando, el partido tradicional de izquierda no nos sirve. Reproduce las relaciones de dominación. Se necesita un nuevo tipo de partido que sea una verdadera articulación del poder popular gestado en la base.

5.- El socialismo de cada día.
Con la caída del denominado “socialismo real” y la imposición de la globalización neoliberal conservadora entró en crisis también una determinada concepción de lo que significa hacer la revolución. Ésta era pensada como una lucha en la que siempre se jugaba el todo social. Se trataba de derribar el capitalismo para instaurar el socialismo. La consecuencia era que, salvo en los países que esto se habría logrado, en todas las demás sociedad la revolución o había fracasado o estaba retrasada.
La visión que en general se tenía era que una sociedad era capitalista o socialista. El socialismo como modo de vida no podía realizarse en una sociedad capitalista, de manera que el sujeto socialista sólo surgiría cuando esa nueva sociedad pudiese implantarse. La visión totalizadora, el bosque, no permitía ver las partes, los árboles.
La globalización, verdadera imposición del universal abstracto, como hemos visto, produce un resquebrajamiento del todo social en fragmentos aislados. Contradictoriamente esta nueva realidad ha permitido repensar todo el problema de la revolución y, en consecuencia, del socialismo. Por una parte hay un impulso posmoderno de quedarse en la sola parcialidad, pero, por otra, permitió repensar la totalidad no sólo sin sacrificar la parcialidad, sino tomándola como punto de partida.
En esta visión, no se trata de pretender inmediatamente la gran meta, lo que históricamente se conoce como la toma del poder. En primer lugar, porque el poder no es ninguna cosa u objeto que se tome; en segundo lugar, porque es necesario plantearse metas reales, a las que sea posible acceder y finalmente porque si las relaciones sociales no se cambian en el camino, cuando se llegue a la meta y se pretenda realizar el socialismo, lo que se hará será reproducir las relaciones anteriores. Esto ya no necesita demostración alguna. La historia del “socialismo real” lo ha puesto en claro.
El poder no es una cosa u objeto, sino “relación social”. Se trata, por lo tanto, de ir creando nuevas relaciones sociales, acordes con lo que pensamos que deba ser una realización del poder que sea efectivamente liberadora. En consecuencia, relaciones lo más horizontales posibles, con la vista puesta en el horizonte utópico de un poder horizontal, profundamente democrático.
No es que no queramos transformar toda la sociedad, derrotar definitivamente al capitalismo. Claro que queremos hacer eso, pero debemos tratar de clarificarnos sobre lo que nos corresponde hacer hoy, en un hoy en el que debemos hacer presentes los valores socialistas.
La objeción que surge de toda la concepción anterior es que no se puede vivir con los valores socialistas, es decir, humanos, en una sociedad capitalista, porque ésta impone sus leyes. Esta objeción es verdadera sólo en parte y, en consecuencia, si se la afirma de esa manera, es falsa. Es cierta en el sentido de que ninguna parte, llámese un grupo, una organización o un individuo pueda sustraerse de las leyes que impone la sociedad en la que se encuentran enclavadas.
Esto puede incluso generalizarse, como lo hizo Marx, al mundo entero. Ninguna nación, y aquí es necesario colocar a Cuba, puede realizar el socialismo hasta que éste se realice de manera hegemónica en el mundo entero, porque finalmente el sistema hegemónico termina imponiendo sus leyes. Eso es cierto cum grano salis, porque allí se viven auténticos valores socialistas, humanistas, como el haber sacado del “negocio” a la salud, la educación y la alimentación.
Ello también puede y debe realizarse, con todas las limitaciones y contradicciones del caso, en el seno de la sociedad capitalista. Si un sujeto quiere vivir de acuerdo con valores socialistas, ¿quién se lo puede impedir? ¿No es posible ser generoso? ¿Debemos necesariamente verlo todo como un negocio?
El socialismo no se ha de construir a partir de las ideas “científicas” que tengamos en nuestra cabeza o en nuestros libros, ni por la acción de un grupo esclarecido. Ya ha comenzado su construcción. Está en camino en los diversos movimientos a los que he hecho alusión.
Como decía el Che, el socialismo está en germen en el pueblo. No es el socialismo ninguna construcción teórica o “científica” pensada desde fuera, sino el desarrollo contradictorio, creativo, que se realiza todos los días en nuestras luchas, proyectos, encuentros, debates. La solidaridad, la ayuda, el diálogo, la fiesta, el compartir constituyen valores esenciales del socialismo de cada día.

Notas(1) Prefiero hablar siempre de “construcción del poder popular” y no de “contra-poder” o “doble poder”. La expresión “contrapoder” expresa una voluntad de permanecer siempre allí, en la contra, por lo cual va acompañado de “contracultura”. Ello implica considerar que sólo es política el contraponerse. Será siempre una política marginal. La expresión de “doble poder”, es la concepción leninista que supone dos poderes como dos entidades ubicadas una arriba y la otra abajo. Se trata de derribar la que está arriba para poner la que está abajo.
Bibliografía citada
Cliff, Tony: Rosa Luxemburg- (Introducción a su lectura). Galerna, Buenos Aires, 1971.
Holloway, John: Cambiar el mundo sin tomar el poder. (El significado de la revolución hoy). Herramienta y Universidad Autónoma de Puebla. Buenos Aires, 2002.
Marx, Karl: Elementos fundamentales para la crítica de la economía política (Grundrisse) 1857-1858) 1. Siglo XXI, México, 1980.
Marx, Karl: La ideología alemana. Ediciones Pueblos Unidos, México, 1977.
Rubén Dri.
Buenos Aires, 15 de noviembre de 2002

PODER, POLÍTICA, AUTONOMÍA. (Cornelius Castoriadis)


El autodespligue del imaginario radical como sociedad y como historia -como lo social-histórico- sólo se hace, y no puede dejar de hacerse, en y por las dos dimensiones del instituyente y de lo instituido. La institución, en el sentido fundador, es una creación originaria del campo social-histórico -del colectivo-anónimo- que sobrepasa, como eidos, toda “producción” posible de los individuos o de la subjetividad. El individuo -y los individuos- es institución, institución de una vez por todas e institución cada vez distinta en cada distinta sociedad. Es el polo cada vez específico de la imputación y de la atribución social, establecidos según normas, sin las cuales no puede haber sociedad.

La subjetividad, como instancia reflexiva y deliberante (como pensamiento y voluntad) es proyecto social histórico, pues el origen (acaecido dos veces, en Grecia y en Europa Occidental, bajo modalidades diferentes) es datable y localizable. En el núcleo de las dos, la mónada psíquica, irreductible a lo social-histórico, pero formable por este casi ilimitadamente a condición de que la institución satisfaga algunos requisitos mínimos de la psique. El principal entre todos: nutrir a la psique de sentido diurno, lo cual se efectúa forzando e induciendo al ser humano singular, a través de un aprendizaje que empieza desde su nacimiento y que va robusteciendo su vida, invistiendo y dando sentido para sí a las partes emergidas del magma de significaciones imaginarias sociales instituidas cada vez por la sociedad y que son las que comparte con sus propias instituciones particulares.

Resulta evidente que lo social-histórico sobrepasa infinitamente toda “inter-subjetividad”. Este término viene a ser la hoja de parra que no logra cubrir la desnudez del pensamiento heredado a este respecto, la evidencia de su incapacidad para concebir lo social-histórico como tal. La sociedad no es reducible a la “intersubjetividad”, no es un cara- a-cara indefinidamente múltiple, pues el cara-a-cara o el espalda-a-espalda sólo pueden tener lugar entre sujetos ya socializados. Ninguna “cooperación” de sujetos sabría crear el lenguaje, por ejemplo. Y una asamblea de inconscientes nucleares sería imaginariamente más abstrusa que la peor sala de locos furiosos de un manicomio. La sociedad, en tanto que siempre ya instituida, es auto-creación y capacidad de auto-alteración, obra del imaginario radical como instituyente que se autoconstituye como sociedad constituida e imaginario social cada vez particularizado.

El individuo como tal no es, por lo tanto, “contingente” relativamente a la sociedad. Concretamente, la sociedad no es más que una mediación de encarnación y de incorporación fragmentaria y complementaria, de su institución y de sus significaciones imaginarias, por los individuos vivos, que hablan y se mueven. La sociedad ateniense no es otra cosa que los atenienses -sin los cuales no es más que restos de un paisaje trabajado, restos de mármol y de ánforas, de inscripciones indescifrables, estatuas salvadas de las aguas en alguna parte del Mediterráneo-, pero los atenienses son sólo atenienses por el nomos de las polis.

En esta relación entre una sociedad instituida que sobrepasa infinitamente la totalidad de los individuos que la “componen”, pero no puede ser efectivamente más que en estado “realizado” en los individuos que ella fabrica, y en estos individuos puede verse un tipo de relación inédita y original, imposible de pensar bajo las categorías del todo y las partes, del conjunto y los elementos, de lo universal y lo particular, etc. Creándose, la sociedad crea al individuo y los individuos en y por los cuales sólo puede ser efectivamente. Pero la sociedad no es una propiedad de composición, ni un todo conteniendo otra cosa y algo más que sus partes -no sería más que por ello que sus “partes” son llamadas al ser, y a “ser así”, por ese “todo” que, en consecuencia, no puede ser más que por ellas, en un tipo de relación sin analogía en ningún otro lugar, que debe ser pensada por “ella misma”, a partir de “ella misma” como modelo de “sí misma”.

Pero a partir de aquí hay que ser muy precavidos. Se habría apenas avanzado (como algunos creen) diciendo: la sociedad hace los individuos que hacen la sociedad. La sociedad es obra del imaginario instituyente. Los individuos están hechos por la sociedad, al mismo tiempo que hacen y rehacen cada vez la sociedad instituida: en un sentido, ellos sí son sociedad. Los dos polos irreductibles son el imaginario, radical instituyente -el campo de creación sociohistórico-, por una parte, y la psique singular, por otra. A partir de la psique, la sociedad instituida hace cada vez a los individuos -que como tales, no pueden hacer más que la sociedad que les ha hecho-. Lo cual no es mas que la imaginación radical de la psique que llega a transpirar a través de los estratos sucesivos de la coraza social que es el individuo, que la recubre y penetra hasta un cierto punto -límite insondable, ya que se da una acción de vuelta del ser humano singular sobre la sociedad-. Nótese de entrada, que una tal acción es rarísima y en todo caso imperceptible en la casi totalidad de las sociedades, donde reina la heteronomía instituida, y donde aparte del abanico de roles sociales predefinidos, las únicas vías de manifestación reparable de la psique singular son la transgresión y la patología. Sucede de manera distinta en aquellas sociedades donde la ruptura de la heteronomía completa permite una verdadera individualización del individuo, y donde la imaginación radical de la psique singular puede a la vez encontrar o crear los medios sociales de una expresión pública original y contribuir a la auto-alteración del mundo social.

La institución y las significaciones imaginarias que lleva consigo y que la animan son creaciones de un mundo, el mundo de la sociedad dada, que se instaura desde el principio en la articulación entre un mundo “natural” y “sobre-natural” -más comúnmente “extra-social” y “mundo humano” propiamente dicho. Esta articulación puede ir desde la casi fusión imaginaria hasta la voluntad de separación más rotunda; desde la puesta de la sociedad al servicio del orden cósmico o de Dios hasta el delirio más extremo de dominación y enseñoramiento sobre la naturaleza. Pero, en todos los casos, la “naturaleza” como la “sobre-naturaleza”, son cada vez instituidas, en su propio sentido como tal y en sus innombrables articulaciones, y esta articulación contempla relaciones múltiples y cruzadas con las articulaciones de la sociedad misma instauradas cada vez por su institución.

Creándose como eidos cada vez singular (las influencias, transmisiones históricas, continuidades, similitudes, etc., ciertamente existen y son enormes, como las preguntas que suscitan, pero no modifican en nada la situación principal y no pueden evitar la presente discusión), la sociedad se despliega en una multiplicidad de formas organizativas y organizadas. Se despliega, de entrada, como creación de un espacio y de un tiempo (de una espacialidad y de una temporalidad) que le son propias, pobladas de una cáfila de objetos “naturales”. “sobrenaturales” y “humanos”, vinculados por relaciones establecidas en cada ocasión por la sociedad, consideradas y sostenidas siempre sobre una propiedades inmanentes del ser-así del mundo. Pero estas propiedades son re-creadas, elegidas, filtradas, puestas en relación y sobre todo: dotadas de sentido por la institución y las significaciones imaginarias de la sociedad dada.

El discurso general sobre estas articulaciones, trivialidades dejadas de lado, es casi imposible son cada vez obra de la sociedad considerada como tal, impregnada de sus significaciones imaginarias.

La “materialidad”, la “concretud” de tal o cual institución puede aparecer como idéntica o marcadamente similar entre dos sociedades, pero la inmersión, en cada ocasión, de esta aparente identidad material en un magma distinto de diferentes significaciones, es suficiente para alterarla en su efectividad social-histórica (así sucede con la escritura, con el mismo alfabeto, en Atenas el 450 a.C. y en Constantinopla en el 750 de nuestra era). La constatación de la existencia de universales a través de las sociedades -lenguaje, producción de la vida material, organización de la vida sexual y de la reproducción, normas y valores, etc.- está lejos de poder fundar una “teoría cualquiera de la sociedad y de la historia-. En efecto, no se puede negar en el interior de estas universales “formales” la existencia de otras universales más específicas: así, en lo que hace referencia al lenguaje, ciertas leyes fonológicas. Pero precisamente -como la escritura con el mismo alfabeto- estas leyes sólo conciernen a los límites del ser de la sociedad, que se despliega como sentido y significación. En el momento en que se trata de las “universales”, “gramaticales” o “sintácticas”, se encuentran preguntas mucho más temibles. Por ejemplo, la empresa de Chomsky debe enfrentarse a este dilema imposible: o bien las formas gramaticales (sintácticas) son totalmente indiferentes en cuanto al sentido enunciado del que todo traductor conoce lo absurdo del mismo; o bien estos contienen desde el primer lenguaje humano, y no se sabe cómo, todas las significaciones que aparecerán para siempre en la historia -lo cual comporta una pesada e ingenua metafísica de la historia. Decir que, en todo lenguaje debe ser posible expresar la idea “John ha dado una manzana a Mary” es correcto, pero tristemente insuficiente.

Uno de los universales que podemos “deducir” de la idea de sociedad, una vez que sabemos qué es una sociedad y qué es la psique, concierne a la validez efectiva (Geltung), positiva (en el sentido del “derecho positivo”) del inmenso edificio instituido. ¿Qué sucede para que la institución y las instituciones (lenguajes, definición de la “realidad” y de la “verdad”, maneras de hacer, trabajo, regulación sexual, permisión / prohibición, llamadas a dar la vida por la tribu o por la nación, casi siempre acogida con entusiasmo) se impongan a la psique, por esencia radicalmente rebelde a todo este pesado fárrago, que cuanto más lo perciba másrepugnante le resultará? Dos vertientes se nos muestran para abordar la cuestión: la psíquica y la social.

Desde el punto de vista psíquico la fabricación social del individuo es un proceso histórico a través del cual la psiquis es constreñida (sea de una manera brutal o suave, es siempre por un acto que violenta su propia naturaleza) a abandonar (nunca totalmente, pero lo suficiente en cuanto necesidad / uso social) sus objetos y su mundo inicial y a investir unos objetos, un mundo, unas reglas que están socialmente instituidas. En esto consiste el verdadero sentido del proceso de sublimación. El requisito mínimo para que el proceso pueda desarrollarse es que la institución ofrezca a la psique un sentido -otro tipo de sentido que el protosentido de la mónada psíquica-. El individuo social que constituye así interiorizando el mundo y las significaciones creadas por la sociedad -interiorizando de este modo explícitamente fragmentos importantes e implícitamente su totalidad virtual por los “re-envíos” interminables que ligan magmáticamente cada fragmento de este mundo a los otros.

La vertiente social de este proceso es el conjunto de las instituciones que impregnan constantemente al ser humano desde su nacimiento, y en destacado primer lugar el otro social, generalmente pero no ineluctablemente la madre, (que toma conciencia de sí estando ya ella misma socializada de una manera determinada), y el lenguaje que hable ese otro. Desde una perspectiva más abstracta, se trata de la “parte” de todas las instituciones que tiende a la escolarización, al pupilaje, a la educación de los recién llegados -lo que los griegos denominan paideia: familia, ritos, escuela, costumbre y leyes, etc.

La validez efectiva de las instituciones está así asegurada de entrada y antes que nada por el proceso mismo mediante el cual el pequeño monstruo chillón se convierte en un individuo social. Y no puede convertirse en tal más que en la medida en que ha interiorizado el proceso.

Si definimos como poder la capacidad de una instancia cualquiera (personal o impersonal) de llevar a alguno (o algunos-unos) a hacer (o no hacer) lo que, a sí mismo, no habría necesariamente (o habría hecho quizá) es evidente que el mayor poder concebible es el de preformar a alguien de suerte que por sí mismo haga lo que se quería que hiciese sin necesidad de dominación (Herrschaft) o de poder explícito para llevarlo a... Resulta evidente que esto crea para el sujeto sometido a esa formación, a la vez la apariencia de la “espontaneidad” más completa y en la realidad estamos ante la heteronomía más total posible. En relación a este poder absoluto, todo poder explícito y toda dominación son deficientes y testimonian una caída irreversible. (En adelante hablaré de poder explícito; el término dominación debe ser reservado a situaciones social-históricas específicas, esas en las que se ha instituido una división asimétrica y antagónica del cuerpo social).

Anterior a todo poder explícito y, mucho más, anterior a toda “dominación”, la institución de la sociedad ejerce un infra-poder radical sobre todos los individuos que produce. Este infra-poder, manifestación y dimensión del poder instituyente del imaginario radical- no es localizable. Nunca es solo el de un individuo o una instancia determinada. Es “ejercido” por la sociedad instituida, pero detrás de ésta se halla la sociedad instituyente, “y desde que la institución se establece, lo social instituyente se sustrae, se distancia, está ya aparte”. A su alrededor la sociedad instituyente, por radical que sea su creación, trabaja siempre a partir y sobre lo ya constituido, se halla siempre -salvo por un punto inaccesible en su origen- en la historia. La sociedad instituyente es, por un lado, inmensurable, pero también siempre retoma lo ya dado, siguiendo las huellas de una herencia, y tampoco entonces se sabría fijar sus límites. Es pues, en cierto sentido, el poder del campo histórico-social mismo, el poder de autis, de Nadie.

La política tal y como ha sido creada por los griegos ha comportado la puesta en tela de juicio explícita de la institución establecida de la sociedad -lo que presuponía y esto se ve claramente afirmado en el siglo V, que al menos grandes partes de esta institución no tenían nada de “sagrado”, ni de “natural”, pero sustituyeron al nomos-. El movimiento democrático se acerca a lo que he denominado el poder explícito y tiende a reinstituirlo.

Tanto la política griega como la política kata ton orthon logon pueden ser definidas como la actividad colectiva explícita queriendo ser lúcida (reflexiva y deliberativa), dándose como objeto la institución de la sociedad como tal. Así pues, supone una puesta al día, ciertamente parcial, del instituyente en persona (dramáticamente, pero no de una manera exclusiva, ilustrada por los momentos de revolución). La creación de la política tiene lugar debido a que la institución dada de la sociedad es puesta en duda como tal y en su diferentes aspectos y dimensiones (lo que permite descubrir rápidamente, explicitar, pero también articular de una manera distinta la solidaridad), a partir de que una relación otra, inédita hasta entonces, se crea entre el instituyente y el instituido.

La política se sitúa pues de golpe, potencialmente, a un nivel a la vez radical y global, así como su vástago, la “filosofía política” clásica.

Hemos dicho potencialmente ya que, como se sabe, muchas instituciones explícitas, y entre ellas, algunas que nos chocan particularmente (la esclavitud, el estatuto de las mujeres), en la práctica nunca fueron cuestionadas. Pero esta consideración no es pertinente. La creación de la democracia y de la filosofía es la creación del movimiento histórico en su origen, movimiento que se da desde el siglo VIII al siglo V, y que se acaba de hecho con el descalabro del 404.

La institución de la sociedad es considerada como obra humana (Demócríto, Mikros Diakosmos en la transmisión de Tzetzés). Al mismo tiempo los griegos supieron muy pronto que el ser humano será aquello que hagan los nomoi de la polis (claramente formulado por Simónides, la idea fue todavía respetada en varias ocasiones como una evidencia por Aristóteles). Sabían pues, que no existe ser humano que valga sin una polis que valga, que sea regida por el nomos apropiado. Es el descubrimiento de lo “arbitrario” del nomos al mismo tiempo que su dimensión constitutiva para el ser humano, individual y colectivo, lo que abre la discusión interminable sobre lo justo y lo injusto y sobre el “buen régimen”.

Es esta radicalidad y esta conciencia de la fabricación del individuo por la sociedad en la cual vive, lo que encontramos detrás de las obras filosóficas de la decadencia -del siglo IV, de Platón y de Aristóteles-, las dirige como una Selbstverstandlichkeit -y las alimenta-. No es de ninguna manera casualidad que el renacimiento de la vida política en Europa Occidental vaya unida, con relativa rapidez, a la reaparición de “utopías” radicales. Estas utopías prueban, de entrada y antes que nada, esta conciencia: la institución es obra humana.

La creación por los griegos de la política y la filosofía es la primera aparición histórica del proyecto de autonomía colectiva e individual. Si queremos ser libres, debemos hacer nuestro nomos. Si queremos ser libres, nadie debe poder decirnos lo que debemos pensar.

Casi siempre y en todas partes las sociedades han vivido en la heteronomía instituida. En esta situación, la representación instituida de una fuente extra-social del nomos constituye una parte integrante.

La negación de la dimensión instituyente de la sociedad, el recubrimiento del imaginario instituyente por el imaginario instituido va unido a la creación de individuos absolutamente conformados, que se viven y se piensan en la repetición.

La autonomía surge, como germen, desde que la pregunta explícita e ilimitada estalla, haciendo hincapié no sobre los “hechos” sino sobre las significaciones imaginarias sociales y su fundamento posible. Momento de la creación que inaugura, no sólo otro tipo de sociedad sino también otro tipo de individuos. Y digo bien germen, pues la autonomía, ya sea social o individual, es un proyecto.

La aparición de la pregunta ilimitada crea un eidos histórico nuevo, -la reflexión en un sentido riguroso y amplio o autoreflexividad, así como el individuo que la encarna y las instituciones donde se instrumentaliza-. Lo que se pregunta, en el terreno social, es: ¿Son buenas nuestras leyes? ¿Son justas? ¿Qué leyes debemos hacer? Y en un plano individual: ¿Es verdad lo que pienso? ¿Cómo puedo saber si es verdad en el caso de que lo sea? El momento del nacimiento de la filosofía no es el de la aparición de la “pregunta por el ser”, sino el de la aparición de la pregunta: ¿qué debemos pensar? (La “pregunta por el ser” no constituye mas que un momento; por otra parte, es planteada y resuelta a la vez en el Pentateuco, así como en la mayor parte de los libros sagrados). El momento del nacimiento de la democracia y de la política, no es el reino de la ley o del derecho, ni el de los “derechos del hombre”, ni siquiera el de la igualdad como tal de los ciudadanos: sino el de la aparición en el hacer efectivo de la colectividad en su puesta a tela de juicio de la ley. ¿Qué leyes debemos hacer? Es en este momento cuando nace la política y la libertad como social-históricamente efectiva.

Nacimiento indisociable del de la filosofía (la ignorancia sistemática y de ningún modo accidental de esta indisociación es lo que falsea constantemente la mirada de Heidegger sobre los griegos así como sobre el resto).
Autonomía auto-nomos, darse uno mismo sus leyes. Precisión apenas necesaria después de lo que hemos dicho sobre la heteronomía. Aparición de un eidos nuevo en la historia del ser: un tipo de ser que se da a sí mismo, reflexivamente, sus leyes de ser.

Esta autonomía no tiene nada que ver con la “autonomía” kantiana por múltiples razones, basta aquí con mencionar una: no se trata, para ella, de descubrir en una Razón inmutable una ley que se dará de una vez por todas -sino de interrogarse sobre la ley y sus fundamentos, y no quedarse fascinado por esta interrogación, sino hacer e instituir (así pues, decir)-. La autonomía es el actuar reflexivo de una razón que se crea en un movimiento sin fin, de una manera a la vez individual y social.

Llegamos a la política propiamente dicha y empezamos por el protéron pros hémas, para facilitar la comprensión: el individuo ¿En qué sentido un individuo puede ser autónomo? Esta pregunta tiene dos aspectos: interno y externo.

El aspecto interno: en el núcleo del individuo se encuentra una psique (inconsciente, pulsional) que no se trata ni de eliminar ni de domesticar; ello no sería simplemente imposible, de hecho supondría matar al ser humano. Y el individuo en cada momento lleva consigo, en sí, una historia que no puede ni debe “eliminar”, ya que su reflexividad misma, su lucidez, son, de algún modo, el producto. La autonomía del individuo consiste precisamente en que establece otra relación entre la instancia reflexiva y las demás instancias psíquicas, así como entre su presente y la historia mediante la cual él se hace tal como es, le permite escapar de la servidumbre de la repetición, de volver sobre sí mismo, de las razones de su pensamiento y de los motivos de sus actos, guiado por la intención de la verdad y la elucidación de su deseo. Que esta autonomía pueda efectivamente alterar el comportamiento del individuo (como sabemos que lo puede hacer), quiere decir que éste ha dejado de ser puro producto de su psique, de su historia, y de la institución que lo ha formado. Dicho de otro modo, la formación de una instancia reflexiva y deliberante, de la verdadera subjetividad, libera la imaginación radical del ser humano singular como fuente de creación y alteración, y le permite alcanzar una libertad efectiva, que presupone ciertamente la indeterminación del mundo psíquico y la permeabilidad en su seno, pero conlleva también el hecho de que el sentido simplemente dado deja de ser planteado (lo cual sucede siempre cuando se trata del mundo social-histórico), y existe elección del sentido no dictado con anterioridad. Dicho de otra manera una vez más, en el despliegue y la formación de este sentido, sea cual sea la fuente (imaginación radical creadora del ser singular o recepción de un sentido socialmente creado), la instancia reflexiva, una vez constituida, juega un rol activo y no predeterminado. A su alrededor, esto presupone también un mecanismo psíquico: ser autónomo implica que se le ha investido psíquicamente la libertad y la pretensión de verdad. Si ese no fuera el caso, no se comprendería por qué Kant, se esfuerza en las Críticas, en lugar de divertirse con otra cosa. Y este investimiento psíquico, -“determinación empírica”- no quita la eventual validez de las ideas contenidas en las Críticas ni la merecida admiración que nos produce el audaz anciano, ni al valor moral de su empresa. Porque desatiende todas estas consideraciones, la libertad de la filosofía heredada permanece como ficción, fantasma sin cuerpo, constructum sin interés “para nosotros, hambres distintos”, según la expresión obsesivamente repetida por el mismo Kant.

El aspecto externo nos sumerge de lleno en medio del océano social-histórico. Yo no puedo ser libre solo, ni en cualquier sociedad (ilusión de Descartes, que pretendió olvidar que él estaba sentado sobre veintidós siglos de preguntas y de dudas, que vivía en una sociedad donde, desde hacía siglos, la Revelación como fe del carbonero dejó de funcionar, la “demostración” de la existencia de Dios se convirtió en exigible para todos aquellos que, incluso los creyentes, pensaban). No se trata de la ausencia de coacción formal (“opresión” sino de la ineliminable interiorización de la institución social sin la cual no hay individuo. Para investir la libertad y la verdad, es necesario que éstas hayan ya aparecido como significaciones imaginarias sociales. Para que los individuos pretendan que surja la autonomía, es preciso que el campo social-histórico ya se haya auto-alterado de manera que permita abrir un espacio de interrogación sin límites (sin Revelación instituida, por ejemplo).

Toda institución, por más lúcida, reflexiva y deseada que sea surge del imaginario instituyente, que no es ni formalizable ni localizable. Toda institución, así como la revolución más radical que se pueda concebir, sucede siempre en una historia ya dada e incluso por más que tenga el proyecto alocado de hacer tabla rasa total, se encuentra que debería utilizar los objetos de la tabla para hacerla rasa. El presente transforma siempre el pasado en pasado-presente, es decir que el ahora adecuado no será más que la “re-interpretación” constante a partir de lo que se está creando, pensando, poniendo -pero es este pasado, no cualquier pasado, el que el presente modela a partir de su imaginario. Toda la sociedad debe proyectarse en un porvenir que es esencialmente incierto y aleatorio. Toda sociedad deberá socializar la psique de los seres que la componen, y la naturaleza de esta psique impone tanto a los modos como al contenido de esta socialización de fuerzas tan inciertas como decisivas.

La política es proyecto de autonomía: actividad colectiva reflexionada y lúcida tendiendo a la institución global de la sociedad como tal. Para decirlo en otros términos, concierne a todo lo que, en la sociedad, es participable y compartible. Pues esta actividad auto-instituyente aparece así como no conociendo, y no reconociendo, de jure, ningún límite (prescindiendo de las leyes naturales y biológicas).

Si la política es proyecto de autonomía individual y social (dos caras de lo mismo), se derivan buenas y abundantes consecuencias sustantivas. En efecto, el proyecto de autonomía debe ser puesto (“aceptado”, “postulado”). La idea de autonomía no puede ser fundada ni demostrada, toda fundación o demostración la presupone (ninguna “fundación” de la reflexión sin presuposición de la reflexividad).

La autonomía es pues el proyecto -y ahora nos situamos sobre un plano a la vez ontológico y político- que tiende, en un sentido amplio, a la puesta al día del poder instituyente y su explicación reflexiva (que no puede nunca ser más que parcial); y en un sentido más estricto, la reabsorción de lo político, como poder explícito, en la política, actividad lúcida y deliberante que tiene como objeto la institución explícita de la sociedad (así como de todo poder explícito) y su función como nomos, diké, télos -legislación, jurisdicción,gobierno- hacia fines comunes y obras públicas que la sociedad se haya propuesto deliberadamente.
Su fin puede formularse así: crear las instituciones que, interiorizadas por los individuos, faciliten lo más posible el acceso a su autonomía individual y su posibilidad de participación efectiva en todo poder explícito existente en la sociedad.
Burgos, marzo 1978
París, noviembre 1987

"La cuestión de la autonomía social e individual" (Cornelius Castoriadis)


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La autonomía no es un cerco sino que es una apertura, apertura ontológica y posibilidad de sobrepasar el cerco de información, de conocimiento y de organización que caracteriza a los seres autoconstituyentes como heterónomos. Apertura ontológica, puesto que sobrepasar ese cerco significa alterar el "sistema" de conocimiento y de organización ya existente, significa pues constituir su propio mundo según otras leyes y, por lo tanto, significa crear un nuevo eidos (forma) ontológico, otro sí-mismo diferente en otro mundo.

Que yo sepa, esta posibilidad solo aparece con el ser humano y aparece como posibilidad de poner en tela de juicio (no de manera aleatoria o ciega sino sabiendo que lo hace) sus propias leyes, sus propia institución cuando se trata de la sociedad.

Al principio, el dominio humano se manifiesta como un dominio de fuerte heterenomía. Las sociedades arcaicas así como las sociedades tradicionales son sociedades con un cerco muy fuerte de información, de conocimiento y de organización. En realidad, ése es el estado de casi todas las sociedades que conocemos casi en todas partes y casi en todos los tiempos. Y, no solamente nada prepara en ese tipo de sociedades el cuestionamiento de las instituciones y de las significaciones establecidas (que representan en ese caso los principios y los portadores del cerco), sino que en dichas sociedades todo está constituido para hacer imposible e inconcebible ese cuestionamiento (en verdad se trata de una tautología).

Por eso se puede concebir como una ruptura, como una creación ontológica, la aparición de sociedades que ponen en tela de juicio sus propias instituciones y significaciones -su "organización" en el sentido profundo del término-, en las que ideas como "nuestros dioses son quizá falsos dioses", "nuestras leyes son quizá injustas" no sólo dejan de ser inconcebibles e impronunciables sino que se convierten en fermento activo de una autoalteración de la sociedad. Y esa creación se hace, como siempre, con un carácter "circular" pues sus elementos se presuponen los unos a los otros y sólo tienen sentido los unos por los otros. Sociedades que se cuestionan a sí mismas quiere decir concretamente individuos capaces de poner en tela de juicio las leyes existentes, y la aparición de individuos tales sólo es posible si se produce al mismo tiempo un cambio en el nivel de la institución global de la sociedad. Esa ruptura sólo se produjo dos veces en la historia de la humanidad: en la antigua Grecia y luego de manera semejante, pero también profundamente diferente, en la Europa Occidental.

(¿Habré de extendernos sobre la relación que hay entre mi idea de magma [1] y la ruptura ontológica que representa la creación humana de la autonomía? Si la lógica conjuntista-identitaria, el orden total y racional, agotara totalmente lo que es, nunca podría hablarse de "ruptura" de alguna clase, ni tampoco podría hablarse de autonomía. Todo se deduciría y produciría partiendo de lo "ya dado" y hasta nuestra contemplación de los efectos de causas eternas (o de leyes dadas de una vez por todas) sería el simple efecto inevitable derivado de la inexplicable ilusión de que podemos tender hacia lo verdadero y tratar de evitar lo falso. Un sujeto inmerso por entero en un universo conjuntista-identitario, lejos de poder modificar algo en ese universo, no podría siquiera saber que está cogido en ese universo. En efecto, sólo podría conocer según el modo conjuntista-identitario, es decir, tratar eternamente y en vano de demostrar como teoremas los axiomas de su universo, pues, por supuesto, desde el punto de vista conjuntista-identitario, ninguna metaconsideración tiene sentido. Digamos al pasar que ésta es la absurda situación en que se colocan los deterministas de todo tipo que se sienten en la obligación rigurosa de presentar como necesarias, partiendo de la nada, las "condiciones iniciales" del universo (número de dimensiones, valor numérico de las constantes universales, cantidad total de materia/energía, etc.)

Al mismo tiempo, existe una necesidad funcional e instrumental de la sociedad (de toda sociedad) que hace que el ser históricosocial sólo pueda existir estableciendo, instituyendo, una dimensión conjuntista-identitaria. Asimismo todo pensamiento tiene la necesidad de apoyarse constantemente en lo conjuntista -identitario. Estos dos hechos conspiran en última instancia y en nuestra tradición histórica -esencialmente desde Platón- para producir diversas "filosofías políticas" y una instancia imaginaria política difusa (que las "ideologías" expresan y racionalizan), filosofías colocadas bajo el signo de la "racionalidad" (o de su pura y simple negación que es empero un fenómeno marginal). Favorecida también por el retroceso de la religión y por mil otros factores, esta seudorracionalidad funciona en definitiva como la única significación imaginaria explícita que hoy puede cimentar la institución, legitimarla, mantener unida la sociedad. Tal vez no sea Dios quien quiso el orden social existente, pero esa es la razón de las cosas y uno no puede hacer nada contra ella.

En esta medida, romper el sello de la lógica conjuntista-identitaria en sus diversos disfraces constituye actualmente una tarea política que se inscribe en el trabajo tendiente a realizar una sociedad autónoma. Lo que es, tal como es, nos permite obrar y crear; lo que es no nos dicta nada. Nosotros hacemos nuestras leyes y por eso somos también responsables de ellas.

Nosotros somos los herederos de esa ruptura que continuó viviendo y obrando en el movimiento democrático y revolucionario que animó al mundo europeo desde hace siglos. Y los avatares históricos conocidos de ese movimiento nos permiten hoy -incluso y sobre todo con sus fracasos- dar una nueva formulación de sus objetivos: instaurar una sociedad autónoma.

Séame permitida aquí una disgresión sobre mi historia personal. En mi trabajo, la idea de autonomía apareció muy temprano, en realidad desde el comienzo de mi actividad, y no como idea filosófica o epistemológica, sino como idea esencialmente política. Mi preocupación constante es su origen, la cuestión revolucionaria y la cuestión de la autotransformación de la sociedad. En Grecia y en diciembre de 1944, mis ideas políticas eran en el fondo las mismas que hoy. El partido comunista, el partido staliniano, intenta adueñarse del poder. Las masas están con ese partido y esto significa que no se trata de un Putsch, sino que es una revolución. Sin embargo, no es una revolución. Esas masas son ciegamente arrastradas por el partido staliniano, allí no hay creación de organismos autónomos de las masas, de organismos que no reciben sus directivas desde el exterior, que no estén sometidos al dominio y al control de una instancia aparte, separada, partido o estado. Un período revolucionario comienza sólo cuando la población crea sus propios órganos autónomos, cuando entra en actividad para darse ella misma sus normas y sus formas de organización. ¿Y de dónde proviene el partido staliniano? En cierto sentido, "de Rusia". Pero en Rusia había habido precisamente una verdadera revolución en 1917 y habían existido dichos órganos autónomos (soviets, comités de fábrica). Un período revolucionario termina cuando los órganos autónomos de la población dejan de vivir y obrar, ya porque hayan sido lisa y llanamente eliminados, ya porque hayan sido domesticados, avasallados, utilizados por un nuevo poder separado como instrumentos o como elementos decorativos. En Rusia, los soviets y los comités de fábrica creados por la población en 1917 fueron gradualmente domesticados por el partido bolchevique y por último privados de todo poder durante el período 1917-1921. El aplastamiento de la comuna de Kronstadt en marzo de 1921 ponía punto final a este proceso ya irreversible en el sentido de que, después de esa fecha, habría sido necesaria nada menos que una revolución plena para desalojar del poder al partido bolchevique. Esto definía al mismo tiempo la cuestión de la naturaleza del régimen ruso, por lo menos negativamente: una cosa era segura, ese régimen no era socialista ni preparaba el advenimiento del "socialismo".

De manera que si una nueva sociedad debe surgir de la revolución, sólo podrá constituirse apoyándose en el poder de los organismos autónomos de la población, poder extendido a todas las esferas de la actividad colectiva, no sólo a la "política" en el sentido estrecho del término, sino también a la producción y a la economía, a la vida cotidiana, etc. Se trata pues de autogobierno y autogestión (en aquella época yo las llamaba gestión obrera y gestión colectiva) que se basan en la autoorganización de las colectividades es cuestión. Pero, ¿autogestión y autogobierno de qué? ¿se trataría de que los presos autoadministraran las cárceles o los obreros las cadenas de armado? ¿tendría la autoorganización como objeto la decoración de las fábricas? La autoorganización y la autogestión sólo tiene sentido si atacan las condiciones instituidas de la heteronomía. Marx veía en la técnica algo positivo y otros ven en ella un medio neutro que puede ser puesto al servicio de cualquier fin. Sabemos que esto no es así, que la técnica contemporánea es parte integrante de la institución heterónoma de la sociedad, así como lo es el sistema educativo, etc. De suerte que si la autogestión y el autogobierno no han de convertirse en mistificaciones o en simples máscaras de otra cosa, todas las condiciones de la vida social deben ponerse en tela de juicio. No se trata de hacer tabla rasa y menos de hacer tabla rasa de la noche a la mañana; se trata de comprender la solidaridad de todos los elementos de la vida social y de sacar la conclusión pertinente: en principio no hay nada que pueda excluirse de la actividad instituyente de una sociedad autónoma.

Así que llegamos a la idea de que lo que define a una sociedad autónoma es su actividad de autoinstitución explícita y lúcida, el hecho de que ella misma se da su ley sabiendo que lo hace. Esto nada tiene que ver con la ficción de una "transparencia" de la sociedad. En menor medida aun que un individuo, la sociedad nunca puede ser transparente para sí misma. Pero puede ser libre y reflexiva... y esa libertad y esa reflexión pueden ser ellas mismas objetos y objetivos de su actividad instituyente.

Partiendo de esta idea, se me hacía inevitable volver a considerar la concepción de conjunto de la sociedad y de la historia. En efecto, esta actividad instituyente que quisiéramos liberar en nuestra sociedad siempre fue autoinstitución; las leyes no fueron dadas por los dioses, por Dios o impuestas por "las fuerzas productivas" (esas fuerzas productivas no son ellas mismas más que uno de los aspectos de la institución de la sociedad), sino que las leyes fueron creadas por los asirios, los judíos, los griegos, etc. Pero esa autoinstitución siempre estuvo oculta, encubierta por la representación (ella misma fuertemente instituida) de una fuente extrasocial de la institución (los dioses, los antepasados o la "razón", la "naturaleza", etc.). Y esa representación apuntaba y continúa apuntando a anular la posibilidad de cuestionar la institución existente. En este sentido, dichas sociedades son heterónomas pues se someten a su propia creación, a su ley. También en este sentido, la aparición de sociedades que ponen en tela de juicio su propia "organización" (en el sentido más amplio y profundo del término) representa una creación ontológica: la aparición de una "forma" que se altera explícitamente a sí misma como forma. Esto significa que, en el caso de tales sociedades, el "cerco" representativo y cognitivo queda en parte y de alguna medida roto. (...)

La autonomía como objetivo, sí, ¿pero es esto suficiente? La autonomía es un objetivo que queremos por él mismo, pero también por otra cosa. Sin esta condición volvemos a caer en el formalismo kantiano y sus encrucijadas. Queremos la autonomía de la sociedad -como individuos- por la autonomía misma y también para poder hacer cosas. ¿Hacer qué? Esta tal vez sea la interrogación más profunda que suscita la situación contemporánea: ese qué se refiere a los contenidos, a los valores sustantivos que son los que están en crisis en la sociedad en que vivimos. No se ve -o se ve muy poco- que surjan nuevos contenidos de vida, nuevas orientaciones simultáneamente con las tendencias -que efectivamente se manifiestan en muchos sectores de la sociedad- hacia una autonomía, hacia una liberación respecto de las reglas simplemente heredadas. Sin embargo, es lícito pensar que sin el surgimiento de nuevos contenidos esas tendencias no podrán ni amplificarse ni profundizarse ni universalizarse.

Vayamos un poco más lejos. ¿Cuáles son las "funciones" de la institución? La institución social es, en primer lugar, fin en sí misma, lo cual quiere decir que una de sus funciones esenciales es la autoconservación. La institución contiene dispositivos incorporados a ella que tienden a reproducirla a través del tiempo y de las generaciones, y en general hasta imponen esa reproducción con una eficacia tal que, pensándolo bien, parece milagrosa. Pero la institución sólo puede hacerlo si cumple otra de sus "funciones", a saber, la socialización de la psique, la fabricación de individuos sociales apropiados y adecuados. En el proceso de socialización de la psique la institución de la sociedad puede hacerlo casi todo; pero hay también un mínimo de cosas que no puede dejar de hacer, cosas que le son impuestas por la naturaleza de la psique. Es claro que la institución debe suministrar a la psique "objetos" de derivación de las pulsiones o de los deseos, que debe suministrarle polos de identificación; pero sobre todo debe darle sentido. Esto implica, en particular, que la institución de la sociedad siempre tendió a encubrir -y más o menos lo logró- el caos, lo sin fondo, el abismo, abismo del mundo, abismo de la sociedad, abismo de la propia psique. Ese dar sentido (que fue al mismo tiempo encubrimiento del abismo) fue el papel que desempeñaron las significaciones sociales nucleares : las significaciones religiosas. La religión es a la vez presentación y ocultación del abismo. Lo sagrado es el simulacro instituido de lo sin fondo (por ejemplo, de la muerte). Esta ocultación es a la vez ocultación de la autoinstitución de la sociedad. Una sociedad autónoma se hace posible únicamente partiendo de la convicción profunda e imposible de la mortalidad de cada uno de nosotros y de todo cuanto hacemos; sólo así se puede vivir como seres autónomos.

NOTA:

1. Un magma es aquello de lo que se pueden extraerse (o aquello en lo que se pueden construir) organizaciones conjuntistas en número indefinido, pero que no puede ser nunca reconstruido (idealmente) por composición conjuntista (finita o infinitas) de esas organizaciones.

"El individuo privatizado" - Por Cornelius Castoriadis

De la autonomía en política: "El individuo privatizado"
Por Cornelius Castoriadis [texto publicado en español por el diario Página / 12, originalmente publicado por Le Monde Diplomatique. Sobre bases de notas tomadas por R. Redecker de una conferencia dictada por C.Castoriadis en marzo de 1997]
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La filosofía no es filosofía si no expresa un pensamiento autónomo. ¿Que significa autónomo?. Esto es autosnomos, "que se da a sí mismo su ley". En Filosofía, está claro: darse a sí mismo su ley, quiere decir establecer las cuestiones y no aceptar autoridad alguna. Por lo menos la autoridad de su propio pensamiento previo.
Esto es algo que genera incomodidad, porque los filósofos, casi siempre, construyen sus sistemas cerrados como huevos (como puede apreciarse en Spinoza, sobre todo en Hegel, y en alguna medida en Aristóteles), o permanecen atados a ciertas formas que ellos han creado y no llegan a ponerlas en cuestionamiento. Hay pocos ejemplos de lo contrario. Platon es uno. Freud es otro, dentro del dominio del Psicoanálisis, no habiendo sido filósofo.
La autonomía, dentro del dominio del pensamiento, es la interrogación ilimitada; que no se detiene ante nada y que se pone ella misma constantemente en causa. Esta interrogación no es una interrogación vacía; una interrogación vacía no significa nada. Para ser una interrogación que produzca sentido, hace falta que deje como provisoriamente incontestables un cierto número de términos. De otro modo es un simple punto de interrogación, y no una interrogación filosófica. La interrogación filosófica es articulada, liberada de volver sobre los términos a partir de los cuales ella ha sido articulada.
¿Que es la autonomía en política?. Casi todas las sociedades humanas son instituidas dentro de la heteronomía, lo que es decir dentro de la ausencia de autonomía. Esto quiere decir, a pesar de que ellas crearon todas, ellas mismas, sus instituciones, incorporan en sus instituciones la idea incontrastable para los miembros de la sociedad de que dichas instituciones no son obra humana, que ellas no han sido creadas por los humanos, en todo caso por los humanos que están ahí en ese momento. Han sido creadas por los espíritus, por los ancestros, por los héroes, por los dioses; pero no son obra humana. Ventaja considerable de esta cláusula tácita, al mismo tiempo que no tácita: en la religión hebrea, la donación de la Ley de Dios a Moisés está escrita, explicitada. Hay páginas y páginas en el Antiguo Testamento que describen en detalle la reglamentación que Dios ha suministrado a Moisés. Esto no concierne solamente a los Diez Mandamientos sino a todos los detalles de la Ley. Y todas estas disposiciones, no puede plantearse la cuestión de su puesta en duda: ponerlas en duda significaría poner en duda ya la existencia de Dios, ya su veracidad, ya su bondad, ya su justicia. Esos son los atributos consustanciales de Dios. Y lo mismo es válido para otras sociedades heterónomas. El ejemplo hebraico es aquí citado a causa de su pureza clásica.
Ahora bien, ¿cuál es la gran ruptura que introduce la democracia griega, y de un modo más amplio y generalizado, las revoluciones de los tiempos modernos y los movimientos democráticos revolucionarios que le siguieron?. Es precisamente la conciencia explícita de que nosotros creamos nuestras leyes, y por lo tanto que también podemos cambiarlas.
Las antiguas leyes griegas comienzan todas con la cláusula edoxe te boule kai to demo, " le ha parecido bien al Consejo y al Pueblo" . " Le ha parecido bien", y no "está bien" . Es que le ha parecido bien en ese momento, y allí. Y en los tiempos modernos, tenemos, en las constituciones, la idea de la soberanía de los pueblos. Por ejemplo, la Declaración de los Derechos del Hombre francesa, dice en el preámbulo: "La soberanía perteneciente al pueblo que la ejerce, sea directamente, sea por medio de sus representantes" . El "sea directamente" ha desaparecido, y nos hemos quedado solamente con los " representantes" .
Cuatro millones de dólares para ser electo
Hay, entonces, autonomía política; y esta autonomía política supone que los hombres se sepan creadores de sus propias instituciones. Esto exige que ensayen poner estas instituciones en conocimiento de causa, lúcidamente, luego de una deliberación colectiva. Esto es lo que denomino la autonomía colectiva, que va de modo ineliminable de la mano de la autonomía individual. Una sociedad autónoma no puede estar formada más que por individuos autónomos. Y estos individuos autónomos no pueden verdaderamente existir más que en una sociedad autónoma. ¿Por que?. Es muy fácil de comprender. Un individuo autónomo, es un individuo que no se produce más que a partir de la reflexión y la deliberación. Y así como no puede producirse más que de esta manera, el no puede ser un individuo democrático más que perteneciendo a una sociedad democrática.
¿En que sentido un individuo autónomo, en una sociedad como la que he descrito, es libre?. ¿En que sentido somos nosotros libres hoy mismo?. Tenemos un cierto número de libertades, que han sido establecidas como productos o subproductos de las luchas revolucionarias del pasado. Estas libertades no son meramente formales, como injustamente dijo Karl Marx; que tengamos el poder de reunirnos, implica que lo queremos, eso no es formal. Pero es parcial, es defensivo, es, por decirlo de algún modo, pasivo.
¿Cómo puedo yo ser libre si vivo en una sociedad que es gobernada por una ley que se impone a todos?. Esto aparece como una contradicción insoluble, que ha llevado muchas veces, como a Max Stirner, por ejemplo, a decir que eso no puede existir; y a otros, como los anarquistas, pretendiendo que la sociedad libre significa la abolición completa de todo poder, de toda ley, con el sobrentendido de que hay una naturaleza humana buena que surgirá en ese momento que podrá prescindir de toda regla exterior. Esto es, a mi entender, una utopía incoherente.
Yo puedo decir que soy libre en una sociedad donde hay leyes, si tengo la posibilidad efectiva (y no simplemente puesta sobre un papel) de participar en la discusión, en la deliberación y en la formación de las leyes. Es decir que el poder legislativo debe provenir efectivamente de la colectividad, del pueblo.
Por último, este individuo autónomo es también el objetivo esencial de un psicoanálisis bien entendido. Allí nosotros tenemos una problemática relativamente diferente, porque un ser humano es, en apariencia, un ser consciente; pero, bajo la mirada del psicoanálisis, sobre todo está su inconsciente. Y este inconsciente, generalmente, no se conoce. Y no porque sea inaccesible, sino porque hay una barrera que lo aparta del conocimiento. Esta barrera es la represión.
Nacemos como mónadas psíquicas que se viven a sí mismas como omnipotentes, que no conocen los límites, no reconocen los límites de la satisfacción de sus deseos, delante de los cuales todo obstáculo debe desaparecer. Y terminamos por ser individuos que aceptan bien o mal la existencia de los otros, muy frecuentemente expresando amenazas de muerte en su deferencia (que no se realizan la mayor parte del tiempo), y aceptando que el deseo de los otros tiene el mismo derecho de ser satisfecho que el propio. Esto se produce en función de una represión fundamental que reenvía al inconsciente todas las tendencias profundas de la psique y mantiene allí una buena parte de las creaciones de la imaginación radical.
Un psicoanálisis implica que el individuo, mediante los mecanismos psicoanalíticos, es inducido a penetrar esta barrera del inconsciente, a explorar en tanto sea posible ese inconsciente, a filtrar sus pulsiones inconscientes, y a no proceder sin reflexión y deliberación. Este es el individuo autónomo que es el fin (en el sentido de la finalidad, de la terminación) del proceso psicoanalítico.
Ahora, si hacemos el lazo con la política, es evidente que necesitamos de un tal individuo, pero es evidente también que no podemos someter a la totalidad de los individuos de la sociedad a un psicoanálisis. De donde el rol enorme de la educación y la necesidad de una reforma radical de la educación, realizar una verdadera paideia como decían los griegos, una paideia de la autonomía, una educación para la autonomía y hacia la autonomía, que induzca a aquellos que son educados - y no solamente los niños - a interrogarse constantemente para saber si obran en conocimiento de causa o más bien impulsados por una pasión o un prejuicio.
No solamente los niños, porque la educación de un individuo, en un sentido democrático, es una empresa que comienza con el nacimiento y que no culmina sino con la muerte. Todo lo que ocurre durante la vida de un individuo contribuye a formarlo y deformarlo. La educación esencial que la sociedad contemporánea provee a sus miembros, en las escuelas, en los colegios, en los liceos y universidades, es una educación instrumental, organizada esencialmente para aprender una ocupación profesional. A la par de esto, hay otra educación, a saber, las necedades que difunde la televisión.
Sobre la cuestión de la representación política, Jean-Jackes Rousseau dijo que los Ingleses, en el siglo XVIII, creían que eran libres porque elegían sus representantes cada cinco años. Efectivamente, eran libres, pero un día cada cinco años. Y diciendo esto, Rousseau subestimaba indebidamente su caso. Porque es evidente que aún ese día cada cinco años tampoco eran libres. ¿Porque?. Porque debían votar por los candidatos presentados por los partidos. Y no podían votar por no importa quien. Y debían votar a partir de toda una situación real fabricada por el Parlamento precedente, que ponía los problemas dentro de los términos en los cuales dichos problemas podían ser discutidos y que, por esto, imponía las soluciones, al menos las alternativas de solución, que no correspondían casi nunca a los verdaderos problemas.
Generalmente, la representación significa la alienación de la soberanía de los representados en los representantes. El parlamento no es controlado. Es controlado al cabo de cinco años con una elección, pero la gran mayoría del personal político es inamovible. En Francia un poco menos. En otros lugares lo es un poco más. En los EE.UU., por ejemplo, los senadores son en los hechos senadores de por vida. Para ser elegido en los EE.UU. hacen falta poco más o menos de cuatro millones de dólares. ¿Quien da ese dinero?. No son los obreros parados. Son las empresas. ¿Y por que donan ese dinero?. Para asegurarse que el senador este de acuerdo con el lobby que ellos forman en Washington, para que voten las leyes que los favorecen y no las que los desfavorecen. He allí la vía fatal de las sociedades modernas.
Lo vemos desenvolverse en Francia, malogrando todas las pretendidas disposiciones para controlar la corrupción. La corrupción de los responsables políticos, en las sociedades contemporáneas, ha devenido un rasgo sistemático, un rasgo estructural. No es anecdótico. Está incorporado dentro del funcionamiento del sistema, el cual no puede transformarse en otro sentido.
¿Cuál es el porvenir del proyecto de autonomía?. El porvenir depende de la actividad de la enorme mayoría de los seres humanos. No se puede más hablar en términos de una clase privilegiada, que sería por ejemplo el proletariado industrial, que ha quedado, luego de largo tiempo, reducido dentro de la población. Podemos decir, en revancha, y esto es lo que yo digo, que toda la población, salvo el 3% de privilegiados en la cima, posee un interés personal en la transformación radical de la sociedad en la cual vive.
Pero esto que nosotros observamos después de una cincuentena de años, es el triunfo de la significación imaginaria capitalista, lo que es decir de una expansión ilimitada de un pretendido dominio pretendidamente racional; y la atrofia, la evanescencia de la otra gran significación imaginaria de los tiempos modernos, la de la autonomía.
¿Será durable esta situación?. ¿Será pasajera?. No lo podemos decir. No hay profecías en este tipo de asuntos. La sociedad actual no es ciertamente una sociedad muerta. No vivimos más en Bizancio o en la Roma de siglo V D.C. Hay aún algunos movimientos. Hay ideas que surgen, que circulan, hay reacciones. Permanecen en minoría y fragmentadas a consecuencia de la enormidad de tareas que se alzan ante nosotros. Pero tengo la certeza de que el dilema, retomando los términos de León Trotski, de Rosa Luxemburgo y de Karl Marx, que nos formulamos en los tiempos de Socialismo o Barbarie, continúa siendo válido, a condición evidentemente de no confundir el socialismo con las monstruosidades totalitarias que han transformado a Rusia en un campo de ruinas, ni con la "organización" absurda de la economía, ni con la explotación irrefrenada de la población, ni con el avasallamiento total de la vida cultural e intelectual que se llevó a cabo.
Votando por el mal menor
¿Por que la situación actual es de tal incertidumbre?. Porque, más y más, hemos visto desarrollarse, en el mundo occidental, un tipo de individuo que no es el tipo de individuo de una sociedad democrática o de una sociedad donde puede lucharse por incrementar la libertad, sino un tipo de individuo que está privatizado, que está enfermo dentro de su pequeña miseria personal y que ha devenido cínico a consecuencia de la política.
Cuando la gente vota lo hace cínicamente. No creen en el programa que les es presentado, pero consideran que X o Y es un mal menor en comparación a lo que fue Z en el período anterior. Un montón de gente votarán a Lionel Jospin sin duda en las próximas elecciones, no porque lo adoren o por que hayan sido deslumbrados por sus ideas, lo cual sería asombroso, sino simplemente porque están disgustados con la situación actual. Lo mismo que por otra parte había ocurrido en 1995, cuando la gente se sintió asqueada por catorce años de pretendido socialismo durante los cuales la principal hazaña fue introducir el liberalismo más irrefrenado en Francia, y comenzar a desmantelar las conquistas sociales del período precedente.
Desde el punto de vista de la organización política, una sociedad siempre se articula, explícita o implícitamente, en tres partes. 1) Aquello que los griegos llamaban oikos, es decir, la "casa" , la familia, la vida privada; 2) El agora, el sitio público-privado donde los individuos se reencuentran, discuten, intercambian, donde forman sus asociaciones y empresas, donde se dan las representaciones teatrales, sean privadas o subvencionadas. Es lo que llamamos, después del siglo XVIII, en un término que se presta a la confusión, la sociedad civil, confusión que se ve incrementada en los últimos tiempos. 3) El lugar público-público, el lugar donde se ejerce, donde existe, donde está depositado el poder político: la ekklessia.
La relación entre estas tres esferas no debe ser establecida de un modo fijo y rígido, debe ser flexible, articulada. Desde otro punto, estas tres esferas no pueden estar radicalmente separadas.
El liberalismo actual pretende que es posible separar enteramente el dominio público del privado. Pero esto es imposible, y pretender que lo ha realizado es una mentira demagógica. No hay presupuesto (gubernamental) que no intervenga en la vida pública, lo mismo que en la vida privada. Y este es un ejemplo entre tantos otros. Lo mismo, es que no hay poder que no se vea obligado a establecer un mínimo de leyes restrictivas; por ejemplo que el homicidio está interdicto o, en el mundo moderno, que debe subvencionarse la salud o la educación. Debe haber en este dominio una especie de juego entre el poder público y el ágora, es decir la comunidad.
Es solo en un régimen verdaderamente democrático que podemos intentar establecer una articulación correcta entre estas tres esferas, preservando al máximo la libertad privada, preservando también al máximo la libertad del ágora, es decir las actividades públicas de los individuos, lo que hace participar a todo el mundo en el poder público. Lo que ocurre es que este poder público pertenece a una oligarquía y que su actividad es clandestina en los hechos, puesto que todas las decisiones esenciales son siempre tomadas entre bambalinas.