(*) Fragmento del "Discurso Fúnebre" de Pericles,
pronunciado el año 431 a.C. en Atenas, en las exequias de los caídos en el
primer año de la guerra contra Esparta. El historiados Tulcídides, lo incorporó
al relato de sus Historias (II, 35-46).
----
VI
En efecto, amamos el arte y la belleza
sin desmedirnos, y cultivamos el saber sin ablandarnos. La riqueza representa
para nosotros la oportunidad de realizar algo, y no un motivo para hablar con
soberbia; y en cuanto a la pobreza, para nadie constituye una vergüenza el
reconocerla, sino el no esforzarse por evitarla. Los individuos pueden ellos
mismos ocuparse simultáneamente de sus asuntos privados y de los públicos; no
por el hecho de que cada uno esté entregado a lo suyo, su conocimiento de las
materias políticas es insuficiente. Somos los únicos que tenemos más por inútil
que por tranquila a la persona que no
participa en las tareas de la comunidad.
Somos nosotros mismos los que
deliberamos y decidimos conforme a derecho sobre la cosa pública, pues no
creemos que lo que perjudica a la acción sea el debate, sino precisamente el no
dejarse instruir por la discusión antes de llevar a cabo lo que hay que hacer.
Y esto porque también nos diferenciamos de los demás en que podemos ser muy
osados y, al mismo tiempo, examinar cuidadosamente las acciones que estamos por
emprender; en este aspecto, en cambio, para los otros la audacia es producto de
su ignorancia, y la reflexión los vuelve temerosos. Con justicia pueden ser
reputados como los de mayor fortaleza espiritual aquellos que, conociendo tanto
los padecimientos como los placeres, no por ello retroceden ante los peligros.
También por nuestra liberalidad somos
muy distintos de la mayoría de los hombres, ya que no es recibiendo beneficios,
sino prestándolos, que nos granjeamos amigos. El que hace un beneficio
establece lazos de amistad más sólidos, puesto que con sus servicios al
beneficiado alimenta la deuda de gratitud de éste. El que debe favores, en
cambio, es más desafecto, pues sabe que al retribuir la generosidad de que ha
sido objeto, no se hará merecedor de la gratitud, sino que tan sólo estará
pagando una deuda. Somos los únicos que, movidos, no por un cálculo de
conveniencia, sino por nuestra fe en la liberalidad, no vacilamos en prestar
nuestra ayuda a cualquiera8.
VII
Para abreviar, diré que nuestra
ciudad, tomada en su conjunto, es norma para toda Grecia, y que, individualmente,
un mismo hombre de los nuestros se basta para enfrentar las más diversas
situaciones, y lo hace con gracia y con la mayor destreza. Y que estas palabras
no son un ocasional alarde retórico, sino la verdad de los hechos, lo demuestra
el poderío mismo que nuestra ciudad ha alcanzado gracias a estas cualidades.
Ella, en efecto, es la única de las actuales que, puesta a prueba, supera su
propia reputación; es la única cuya victoria, el agresor vencido, dada la
superioridad de los causantes de su desgracia, acepta con resignación; es la
única, en fin, que no les da motivo a sus súbditos para alegar que están
inmerecidamente bajo su yugo.
Nuestro poderío, pues, es manifiesto
para todos, y está ciertamente más que probado. No sólo somos motivo de
admiración para nuestros contemporáneos, sino que lo seremos también para los
que han de venir después.
No necesitamos ni a un Homero que haga
nuestro panegírico, ni a ningún otro que venga a darnos momentáneamente en el
gusto con sus versos, y cuyas ficciones resulten luego desbaratadas por la
verdad de los hechos. Por todos los mares y por todas las tierras se ha abierto
camino nuestro coraje, dejando aquí y allá, para bien o para mal, imperecederos
recuerdos.
Combatiendo por tal ciudad y
resistiéndose a perderla es que estos hombres entregamos notablemente sus
vidas; justo es, por tanto, que cada uno de quienes les hemos sobrevivido
anhele también bregar por ella.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Por favor, si has de dejar un comentario, indica tu nombre y tu correo electrónico, la idea de ello es que quienes lean tu comentario puedan intercambiar opiniones. Gracias