viernes, 22 de octubre de 2010

REFLEXIÓN: VIOLENCIA y TEMPLANZA DEL IDEARIO DEMOCRÁTICO.

La violencia, y su ejercicio, lisa y llanamente implica la negación y destrucción del diferente, del que piensa distinto, siendo por ello profundamente antidemocrática. En este sentido, no es compatible con ningún proyecto que se defina como democrático, nacional y popular, o republicano.

Así, por un lado, cualquier Gobierno que ocupe y administre el poder del Estado Democrático, debe pronunciarse con fuerza y vigor contra todo hecho violento, y debe dirigir sus deliberaciones y acciones políticas por la senda de la tolerancia social para educar en ella pues, en primer lugar, se guía y se enseña con el ejemplo.

Por otro lado, las fuerzas vivas de nuestro país deben templarse para apuntalar el pluralismo bregando por más derechos y libertades y, a su vez, defendiendo aquellas ya conseguidas, incipientes en algunos casos, pero reconociendo que cada paso dado en la conquista de derechos que refuercen el ideario de la Libertad es una batalla ganada y, como sociedad, no podemos consentir un retroceso en ese camino de progreso permitiendo que la violencia se utilice como método de construcción de poder o como modo de interacción social.

Es necesario comprender desde nuestra propia historia, como país y como continente, que construir una verdadera sociedad que se destaque no se logra por medio de la ruptura constante, de la incentivación de fanatismos, o de la aplicación del rótulo de enemigo a quien no acuerda o piensa igual, ya que ello es otra forma de la violencia. Esa es una polarización maniquea que fuerza a ponerse de un lado o de otro, planteando un escenario bipolar que es falaz y contrario al espíritu de vida Democrático en el que no hay sólo dos bandos, sino que en el existen y coexisten tantos como voces, opiniones, pensamientos y sentimientos hay en cada miembro de nuestro pueblo.

No es posible construir una Democracia y una República Inclusiva, con Justicia, Verdad y Responsabilidad Social, cuando vemos cotidianamente que se consiente, se fomenta, y se ejercita la violencia por medio de varias de sus formas, sea física, moral, de la palabra o por medio de la exclusión o la negación del otro humano. Esto es aún más grave si se observa en aquellos y aquellas que son personalidades públicas que se presentan como actores de la vida democrática. Deben comprender de una vez, al igual que aquellos que aspiran ocupar algún día esos lugares, que al aceptar voluntariamente (repito: voluntariamente), desempeñar esos roles sociales podrán lograr estima social, pero también aceptan la más alta y maravillosa de las responsabilidades: ser ejemplo vivo del ideario democrático lo que se manifiesta no sólo con palabras, sino con conducta coherente y diaria entre el decir y el hacer. Así mismo esta responsabilidad no es sólo para con quienes coinciden en opinión, sino que es para con el conjunto social todo, ya que ese es el sentido vinculado a la vocación pública en el ideario democrático, sea éste desempeñado por tener exposición y reconocimiento público, sea desde el estado o desde las organizaciones civiles o sociales. Pero hay otra responsabilidad menos visible pero importante en la consolidación de la cultura democrática, y es la que cada uno de los que integramos esta sociedad, este pueblo, tenemos, y por eso debemos también transmitir y ejercitar el ideario democrático aún en el más simple y pequeño acto de nuestra más privada cotidianeidad.

Es hora que empecemos a trabajar en una nueva etapa, la de construir la base común desde la cual todos debemos partir: el reconocimiento de la Condición Humana como cualidad esencial en cada persona, siendo ella el fundamento de la búsqueda y concreción de un real “derecho al derecho”, base igualitaria que garantice la Dignidad para la Vida como valor supremo, e implique la Fraternidad y el Respeto como indispensables en el trato humano, la Libertad como herramienta de crecimiento y límite infranqueable para el abuso de poder, la Tolerancia como cualidad de convivencia democrática, y la Paz como actitud que se refleje en nuestro hacer social. Con ello creo que lograremos construir una sociedad en la que tengamos como meta común el crecimiento del individuo y del conjunto social como un todo, y podremos progresar en el camino hacia la Virtud que es, en definitiva, lo que nos hará grandes como Nación.

Carlos A. Riego. (Octubre de 2010)

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