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lunes, 14 de febrero de 2011

Las Fuerzas Morales *



1.- Se transmutan sin cesar en la humanidad. En el perpetuo fluir del universo nada es y todo deviene, como anunció el oscuro Heráclito efesio. Al par de lo cósmico, lo humano vive en eterno movimiento; la experiencia social es incesante renovación de conceptos, normas y valores. Las fuerzas morales son plásticas, proteiformes, como las costumbres y las instituciones. No son tangibles ni mensurables, pero la humanidad siente su empuje. Imantan los corazones y fecundan los ingenios. Dan, elocuencia al apóstol cuando predica su credo, aunque pocos le escuchen y ninguno le siga; dan heroísmo al mártir cuando afirma su fe, aunque le hostilicen escribas y fariseos. Sostienen al filósofo que medita largas noches insomnes, al poeta que canta un dolor o alienta una esperanza, al sabio que enciende una chispa en su crisol, al utopista que persigue una perfección ilusoria. Seducen al que logra escuchar su canto sirenio; confunden al que pretende en vano desoírlo. Son tribunal supremo que transmite al porvenir lo mejor del presente, lo que embellece y dignifica la vida. Todo rango es transitorio sin su sanción inapelable.

Su imperio es superior a la coacción y la violencia: Las temen los poderosos y hacen temblar a los tiranos. Su heraclia firmeza vence, pronto o tarde, a la Injusticia, la hidra generadora de la inmoralidad social.

El hombre que atesora esas fuerzas adquiere valor moral, recto sentimiento del deber que condiciona su dignidad. Piensa como debe, dice como siente, obra como quiere. No persigue recompensas ni le arredran desventuras. Recibe con serenidad el contraste y con prudencia la victoria.

Acepta las responsabilidades de sus propios yerros y rehúsa su complicidad a los errores ajenos. Sólo el valor moral puede sostener a los que impenden la vida por su patria o por su doctrina, ascendiendo al heroísmo. Nada se les parece menos que la temeridad ocasional del matamoros o del pretoriano, que afrontan riesgos estériles por vanidad o por mesada. Una hora de bravura episódica no equivale al valor de Sócrates, de Cristo, de Spinoza, constante convergencia de pensamiento y de acción, pulcritud de condena frente a las insanas supersticiones del pasado.

Las fuerzas morales no son virtudes de catálogo, sino moralidad viva. El perfeccionamiento de la ética no consiste en reglosar categorías tradicionales. Nacen, viven y mueren, en función de las sociedades; difieren en el Rig-Veda y en la Ilíada, en la Biblia y en el Corán, en el Romancero y en la Enciclopedia. Las corrientes en los catecismos usuales poseen el encanto de una abstracta vaguedad, que permite acomodarlas a los más opuestos intereses. Son viejas, multiseculares; están ya apergaminadas.

Las cuatro virtudes cardinales: Prudencia, Templanza, Coraje y Justicia, eran ya para los socráticos formas diversas de una misma virtud: la Sabiduría.
Las conservó Platón, pero supo idealizar la virtud en un concepto de armonía universal. Aristóteles, en cambio, las descendió a ras de tierra, definiendo la virtud como el hábito de atenerse al justo medio y de evitar en todo los extremos. De esta noción no se apartó Tomás de Aquino, que a los cardinales del estagirita agregó las teologales, sin evitar que sus continuadores las complicaran. Estáticas, absolutas, invariables, son frías escorias dejadas por la fervorosa moralidad de culturas pretéritas, reglas anfibológicas que de tiempo en tiempo resucitan nuevos retóricos de añejas teologías.

Poner la virtud en el justo medio fue negarle toda función en el desenvolvimiento moral de la humanidad; punto de equilibrio entre fuerzas contrarias que se anulan, la virtud resultó, apenas, una prudente transacción entre las perfecciones y los vicios.

La concepción dinámica del universo relega a las vitrinas de museo esas momias éticas, inútiles ya para el devenir de la moralidad en la historia humana. Sólo merecen el nombre de Virtudes las fuerzas que obran en tensión activa hacia la perfección, funcionales, generadores. En su vidente libro de juventud escribió Renán: "El gran progreso de la reflexión moderna ha sido sustituir la categoría del devenir a la categoría del ser, la concepción de lo relativo a la concepción de lo absoluto, el movimiento a la inmovilidad". Pocas sentenciar son más justas que la del sutil maestro del idealismo.

Para una joven generación de nuestro tiempo es esencial conocer las fuerzas morales que obran en las sociedades contemporáneas: virtudes para la vida social, que no descansan bajo ninguna cúpula. Más que enseñarlas o difundirlas, conviene despertarlas en la juventud que virtualmente las posee. Si la catequesis favorece la perpetuación del pasado, la mayéutica es propicia al florecimiento del porvenir.
Dichosos los pueblos de la América latina si los jóvenes de la Nueva Generación descubren en sí mismos las fuerzas morales necesarias para la magna Obra: desenvolver la justicia social en la nacionalidad continental.
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*extracto del libro "Las Fuerzas Morales", de José Ingenieros - 1925

martes, 14 de diciembre de 2010

"Del Mérito" (*)


I. Del mérito.

47. El rango sólo es justo como sanción del mérito. No van siempre juntos, ni guardan armónica proporción. El rango se recibe, es adventicio y su valor fluctúa con la opinión de los demás, pues necesita la convergencia de sanciones sociales que le son extrínsecas; el mérito se conquista, vale por sí mismo y nada puede amenguarlo, porque es una síntesis de virtudes individuales intrínsecas. Cuanto mayor es la inmoralidad social, más grande es su divorcio; el mérito sigue siendo afirmación de aisladas excelencias; el rango se convierte en premio a la complicidad en el mal.

Los jóvenes que olvidan esos distingos viven genuflexos, rindiendo homenaje al rango ajeno para avanzar el propio; empampanándose de cargos y de títulos medran más que resistiendo con firmeza la tentación de la domesticidad. Cegados por bastos apetitos llegan a creer, al fin, que los funcionarios de más bulto son los hombres de mayor mérito y se acostumbran a medirlos por el número de favores que pueden dispensar.

El mérito está en ser y no en parecer; en la cosa y no en la sombra. Construir una doctrina, arar un campo, crear una industria, escribir un poema, son obras cuajadas de mérito, nimban de luz la frente y en ella encienden una chispa de personalidad: nebulosa, astro, estrella.

El mérito del pensador, del sabio, del energeta, del artista, es el mismo en la cumbre o en el llano, en la gloria o en la adversidad, en la opulencia o en la miseria. Puede variar el rango que los demás le conceden; pero si es mérito verdadero sobrevive a quienes lo otorgan o niegan, y crece, y crece, prolongándose hacia la posteridad, que es la menos injusta de las injusticias colectivas.
48. La servidumbre moral es precio del rango injusto. En las generaciones sin ideales se advierte una sorda confabulación de mediocridades contra el mérito. Todos los incapaces de crear su propio destino conjugan sus impotencias y las condensan en una moral burocrática que infecta a la sociedad entera. Los hombres aspiran a ser medidos por su rango de funcionarios; el culto cuantitativo de la actitud suplanta el respeto cualitativo de la aptitud.

Cuando el mal es hondo, como ocurre entre los diplomáticos de profesión, adquiere la inmoralidad estructura de sistema; los individuos se miden entre sí según su jerarquía, como fichas de valor diverso en una mesa de juego. El hábito de ver tasar a los demás por los títulos que ostentan, despierta en todos un obsesivo anhelo de poseerlos y hace olvidar que el Estado puede usar en su provecho la competencia individual, pero no puede conferirla a quien carece de ella. En el engranaje de la burocracia no es necesariamente economista el profesor de economía política, ni astrónomo el director de observatorio, ni historiador el archivero, ni escritor el secretario, como tampoco es fuerza que sea estadista el gobernante. Las más de esas personas, respetadas por su rango, ruedan al anonimo el día mismo en que lo pierden; en esa hora se mide la vanidad de su destino por el empeño con que sus domésticos alaban a los nuevos amos que los sustituyen.

El hombre que se postra ante el rango de fetiches pomposos, logra hacer carrera en el mundo convencional a que sacrifica su personalidad; lo merece. Su destino es frecuentar antesalas para mendigar favores, perfeccionando en protocolos serviles su condición de siervo.

Desdeñe la juventud esos falsos valores creados por la complicidad en el hartazgo. Burlándose de ellos, el hombre libre es un amo natural de todos los necios que los admiran. Respetando la virtud y el mérito, antes que el rango y la influencia, aprenderán los jóvenes a emanciparse de la servidumbre moral.

49. El mérito puede medirse por las resistencias que provoca. Toda afirmación de la personalidad suscita un erizamiento de nulidades; los jóvenes que alienten ideales deben conocer esos peligros y estar dispuestos a vencerlos. En el campo de la acción y del arte, del pensamiento y del trabajo, el mérito vive rodeado de adversarios; la falta de éstos es inapelable testimonio de insignificancia.

Aspero es todo sendero que se asciende sin cómplices; los que no pueden seguirlo conspiran contra el que avanza, como si el mérito ofendiera por el simple hecho de existir. La rebeldía de los caracteres firmes humilla a los que se adaptan con blandura de molusco; la originalidad de los artistas que crean subleva a los académicos cautelosos; el verbo nuevo de los sabios desconcierta a los glosadores de la rutina común. Todos los que se han detenido son enemigos naturales de los que siguen andando.

Sobresalir es incomodar; las medianías se creen insuperables y no se resignan a celebrar el mérito de quien las desengaña. Admirar a otros es un suplicio para los que en vano desean ser admirados. Toda personalidad eminente mortifica la vanidad de sus contemporáneos y los inclina a la venganza.

El anhelo de acrecentar los propios méritos obliga a vivir en guardia contra infinitos enemigos imperceptibles; de cada inferioridad humillada manan sutiles ponzoñas, de cada émulo rezagado parte una flecha traidora. Los jóvenes que sueñan una partícula de gloria deben saber que en su lid sin término sólo tienen por arma sus obras; el mérito está en ellas y triunfa siempre a través del tiempo, pues la envidia misma muere con el hombre que la provoca. Por eso tener ideales es vivir pensando en el futuro, sin acomodarse al azar de la hora presente; para adelantarse a ésta, es menester vivir desorbitados, pues quien se entrega a la moda que pasa, envejece y muere con ella. Si el mérito culmina en creaciones geniales, ellas son de todos los tiempos y para todos los pueblos.
(*) En: "Las Fuerzas Morales", Capítulo 7 - "Mérito, tiempo, estilo"; de José Ingenieros.

lunes, 3 de septiembre de 2007

De La Justicia (José Ingenieros)


- La justicia es el equilibrio entre la moral y el derecho.-
Tiene un valor superior al de la ley. Lo justo es siempre moral; las leyes pueden ser injustas. Acatar la ley es un acto de disciplina, pero a veces implica una inmoralidad; respetar la justicia es un deber del hombre digno, aunque para ello tenga que elevarse sobre las imperfecciones de la ley.
La perfectibilidad social se traduce en aumento de justicia en las relaciones entre los hombres. Esa creencia ha embellecido las inquietudes que en todo tiempo agitaron a los núcleos más morales de la humanidad, y es de augurar que cada generación las renueve con creciente fervor en el porvenir. El mayor obstáculo al progreso de los pueblos es la fosilización de las leyes; si la realidad social varía, es necesario que ellas experimenten variaciones correlativas. La justicia no es inmanente ni absoluta; está en devenir incesante, en función de la moralidad social.
Todos los ideales melioristas tienen la justicia por común denominador y todos anhelan desterrar de la sociedad algún desequilibrio. La justicia tiende a orientar la estimación hacia la virtud, el bienestar hacia el trabajo, la honra hacia el mérito; y es, por eso, la cúspide imaginaria de la moralidad, que sólo puede admirar esos fecundos valores sociales. Cuando por ello se mida a los hombres, habrá justicia en los pueblos; y no es varón justo el que no contribuye al advenimiento de esos valores en la medida de sus fuerzas.

- Los intereses creados obstruyen la justicia.-
Todo privilegio injusto implica una inmoral subversión de los valores sociales. En las sociedades carcomidas por la injusticia los hombres pierden el sentimiento del deber y se apartan de la virtud. El parasitismo deja de inspirar repulsión a quienes lo usufructúan y encenaga a las víctimas en la domesticación. Los hombres viven esclavos de fantasmas vanos y la honra mayor recae en los sujetos de menores méritos. La justicia enmudece y se abisma.
Cuando en la conciencia social no vibra un fuerte anhelo de justicia nadie templa su personalidad, ni esmalta su carácter. Donde más medran los que más se arrastran, las piernas no se usan para marchar erguidos. Acostumbrándose a ver separado el rango del mérito, los hombres renuncian a éste por conseguir aquél; prefieren una buena prebenda a una recta conducta, si aquélla sirve para inflar el rango y ésta apenas para acrecentar el mérito. Los hombres niéganse a trabajar y a estudiar al ver que la sociedad cubre de privilegios a los holgazanes y a los ignorantes. Y es por falta de justicia que los Estados se convierten en confabulaciones de favoritos y de charlatanes, dispuestos a lucrar de la patria, pero incapaces de honrarla con obras dignas.
Loados sean los jóvenes que izan bandera de justicia para aumentar en el mundo el equilibrio entre el bienestar y el trabajo. Sin ellos las sociedades se estancarían en la quietud que paraliza y mata; la cristalina corriente del progreso, que jamás se detiene, tornaríase mansa estabilidad de pantano que asfixia. Loados los que conciben más justicia, los que por ella trabajan, los que por ella lucha, los que por ella mueren. Son plasmadores del porvenir, encarnan ideales que tienden a realizarse en la humanidad.

- El hombre justo rehuye complicidad en el mal.-

Niega homenaje a los falsos valores que ponen sus raíces en la improbidad colectiva. Los desprecia en los demás y se avergonzaría de usufructuarlos. Todo privilegio inmerecido le parece una inmoralidad.
El hombre justo se inclina respetuoso ante los valores reales; los admira en los otros y aspira a poseerlos él mismo. Ama a todos los virtuosos, a todos los que trabajan, a todos los que aumentan con su esfuerzo el bienestar de sus semejantes.
El hombre justo necesita una inquebrantable firmeza. Los débiles pueden ser caritativos, pero no saber ser justos. La caridad es el reverso de la justicia. El acto caritativo, el favor, es una complicidad en el mal. Detrás de toda caridad existe una injusticia.
El hombre justo quiere que desaparezcan, por innecesarios, el favor y la caridad. La justicia no consiste en ocultar las lacras, sino en suprimirlas. Los remedios inútiles sólo sirven para complicar las enfermedades.
El hombre justo no puede escuchar a los que predican la caridad para seguir aprovechando la injusticia. Pero su respuesta debe estar en su conducta, juzgando sus propios actos como si fueran ajenos, midiéndolos con la misma vara, severamente, inflexiblemente. La complacencia con las propias debilidades constituye la más inmoral de las injusticias. El hombre justo es capaz de rehusar un favor a su familia y a sus amigos, sabiendo que la debilidad de su corazón encubriría una injusticia. El hombre justo es, por fuerza, estoico; debe serlo siempre y con todos, saber decir ¡no! A sus allegados y a sí mismo, cuando le asalta una tentación injusta. La madre de Pausanias llevó la primera piedra para que lapidaran a su hijo indigno…

(de ”Las Fuerzas Morales”, José Ingenieros, 1925)