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sábado, 14 de abril de 2012

“La Actual Globalización Exige un Nuevo Paradigma de Cooperaciòn”


Entrevista a Leonardo Boff (*)
“Es el momento de encontrar un nuevo paradigma, que supere lo viejo y dinamice lo nuevo. Debe ser un eje esencial de las relaciones planetarias”, enfatiza Leonardo Boff, teólogo de la liberación, uno de los más prominentes pensadores latinoamericanos contemporáneos.
Si la globalización es la lógica predominante en el planeta; si la tierra es el espacio común único, y los seres humanos una especie profundamente interdependiente; entonces la antigua noción de cooperación Norte-Sur debe ser redefinida. “Es el momento de encontrar un nuevo paradigma, que supere lo viejo y dinamice lo nuevo. Debe ser un eje esencial de las relaciones planetarias”, enfatiza Leonardo Boff, teólogo de la liberación, uno de los más prominentes pensadores latinoamericanos contemporáneos. En esta entrevista exclusiva Boff apuesta a un “Contrato social universal,” donde imperen relaciones justas, una cultura del diálogo- consenso, y, particularmente, una cooperación realmente solidaria.
REFLEXIÓN AL CUMPLIRSE 50 AÑOS DE E-CHANGER (INTERCAMBIAR)
Entrevistador (E): La humanidad vive en un planeta cada vez más global. ¿Cuál es el desafío presente y futuro de la relación entre hemisferios, continentes y hombres?
Leonardo Boff (LB): Esta globalización significa una nueva etapa de la historia de la humanidad y de la tierra que se caracteriza porque todos los pueblos, culturas, tradiciones, religiones se encuentran en un lugar único, la casa común, el planeta tierra. Entonces, debemos compartir. No hay otra alternativa. Este concepto, tal vez, constituye el aspecto singular de este momento. Como nunca, hoy, el ser humano se reconoce como una especie, una familia, que habita un espacio que tiene recursos limitados, con superpoblación y en una tierra que se muestra enferma dado al calentamiento global y el desequilibrio pronunciado de los ecosistemas.
Esta constatación global exige una solución global. Una acción global sólo puede resultar de la colaboración, de la solidaridad que cada cultura, religión, ser humano, persona, iglesia, país, pueda promover en beneficio de la totalidad. Por lo tanto, la actual globalización exige una nueva cooperación y solidaridad.
LA COOPERACIÓN RIGE EL UNIVERSO:
E: Es decir...
LB: Sin la cooperación y la solidaridad quedaríamos presos del viejo paradigma que se caracteriza por la competencia y no por la colaboración. Un mundo de conflictos, enfrenamientos, de una gran acumulación de riquezas por una parte minúscula en detrimento de la exclusión de la otra parte mayoritaria. Pienso que por primera vez, dada la magnitud de la crisis, se da la posibilidad de entender que los recursos de la tierra deben ser distribuidos en forma equitativa entre todos los seres humanos. Eso exige una gestión global y consciente de los recursos con que contamos. Y ahí la categoría central de la cooperación y la solidaridad. Conceptos que no dependen de la virtud individual que uno pueda o no tener. Una cooperación y solidaridad en el marco del trasfondo de lo que nos confirman los astrofísicos, los biólogos, los científicos en general. Quienes afirman que la ley más universal del universo es la cooperación de todos con todos. Como decía el físico alemán Heisenberg, la ley máxima es que todo tiene que ver con todo, en cualquier momento y circunstancia. El todo es hecho con la suma de los entes virtuales y reales. El conjunto de energías del conjunto de los seres. Y allí rige la cooperación y la solidaridad de unos con otros para que todos puedan vivir y coexistir asegurando el respeto de la biodiversidad.
E: ¿Sostiene la figura del planeta como casa común y los seres humanos, no importa en que continente, como la gran familia humana?
LB: La noción del Estado-Nación existe y tiene su función, pero en cierta forma es una categoría del pasado. Ahora, la Nación única es la tierra. Y todos los seres humanos son ciudadanos de la misma. Conservando las experiencias que ellos han hecho a lo largo de siglos, en sus culturas, ecosistemas, mundo de valores y espiritualidades. Todos aportan y comprueban que esas dimensiones son todas humanas. Significa que el ser humano puede ser humano de mil formas diferentes. Que no hay una sola forma occidental y cristiana. El conjunto de esas manifestaciones diversas son dignas, expresan la riqueza de lo que significa el ser humano. Y ahí aparece la familia humana, con distintos rostros, hermanos y hermanas, formas de vivir diferentes, pero todos como miembros de la misma. Hay muchas especies de seres vivientes. Entre ellas el ser humano, que forma dicha familia. Y el gran sueño de la familia, por pequeña que sea, es reunirse, celebrar juntos, festejar la generosidad de la naturaleza. Y este es el sueño de la familia humana que se sienta alrededor de la mesa de la casa común, para disfrutar lo que la tierra puede ofrecerle y los bienes culturales que hemos creado. Y entonces, en ese caso, la familia se sentirá contenta. No en un valle de lágrimas sino en un terreno de bienaventuranzas.
EL VIEJO PARADIGMA DE LA COOPERACIÓN
E: Diferentemente a su visión humana y humanista de la cooperación, lo que hoy impera, sin embargo, es la reproducción de mecanismos de dominación del Sur por parte del Norte... Y, a veces, en ese marco, la cooperación aparece como una fórmula para tranquilizar conciencias.
LB: Es la estrategia del viejo paradigma. Que haya naciones que tengan la hegemonía. Donde una entre ellas es imperial y domina e impone rumbos. Ese paradigma no busca cambiar el sistema sino, a lo sumo, disminuir los efectos negativos del mismo. Y ahí entra la visión tradicional de la cooperación, que no cambia ni las relaciones de poder ni los privilegios. La tierra crucificada, dividida en muchos países, explotada. Con una cooperación existente pero que no constituye el eje mismo de la sociedad planetaria, que sirve para tranquilizar la mala conciencia de algunos, que intenta tranquilizar a los que sufren para que no se rebelen, mientras el sistema que crea marginados se mantiene intacto. Esa visión, pienso, se está desgastando. Y cambiamos rotundamente de rumbo y referentes o vamos hacia un conflicto generalizado.
GLOBALIZACIÓN, BALCANIZACIÓN Y COOPERACIÓN
E: En ese desafío de paradigmas, aparece un concepto –muy debatido en los diversos Foros Sociales Mundiales- de particular peso: el del Sur Global. ¿Cuál es su visión?
LB: Hay dos actitudes y tareas importantes. La primera, reforzar a los países del Sur para que ellos tengan más fuerza de negociación con el Norte. Reivindicando, por ejemplo, mejores precios de sus productos en el comercio internacional; influyendo sobre las políticas internacionales. La segunda, es darse cuenta que el proceso mundial es contradictorio: existe al mismo tiempo globalización y balcanización. En ese sentido es muy importante que exista esa articulación del Sur global, porque es justamente en el Sur donde existen todos los elementos que necesita el Norte: agua dulce, petróleo, diversidad. Todo eso está en el Sur pero cada vez más re-colonizado por las empresas multinacionales. Si bien existe esa contradicción Norte-Sur, es importante ver la tierra como la ven los astronautas, como una entidad única y junto con ella la humanidad formando un ente solo. De allí encima, no se ven las diferencias Norte-Sur, si este ser es católico o musulmán... Y en el nuevo paradigma es fundamental esa visión. E impedir lo que promueve la explotación actual de recursos: la bifurcación de la gran familia humana.
El gran riesgo hoy es que los poderosos construyan un Muro de Berlín que separe el Norte y el Sur. Que utilicen todas las tecnologías y avances como la biotecnología o la nanotecnología, para que en el Norte se viva hasta los 130 años, dejando al resto de la humanidad afuera. Y pienso que uno de los desafíos humanísticos clave hoy –que incumbe también a las iglesias- es el de mantener unida la familia humana, impedir la bifurcación. Y aquí vuelvo a insistir en el valor del nuevo concepto de cooperación. No debemos pensarlo como un dato más. Sino como un proyecto personal y colectivo, que anime la relación entre los pueblos y mantenga unida la familia humana. De lo contrario habrá profundos desgarramientos.
E: Entendiendo entonces al Sur global como la unión de los marginados tanto del Sur como del Norte...
LB: Esta observación es muy importante. No debemos comprender lo del Norte y Sur como categorías sólo geográficas, sino sociológicas. Y es esencial la unión de ese Sur global porque le da fuerza al grito contra la injusticia. Sería importante definir une especie de diplomacia popular. Que los pueblos se visiten, se encuentren, se sientan, vean las respectivas voluntades de amar, de construir... Y ahí desaparecerán rápidamente los preconceptos. Descubrimos que todos somos humanos, frágiles, llenos de deseos, que queremos la felicidad. Y que todo eso vale mucho más que una nutrida cuenta en un banco. Y que el ser humano es mucho más importante que cualquier proyecto tecnológico. Todo eso es sólo posible, insisto, a partir del contacto de piel con piel. ¿Porqué no promover un verdadero Contrato Social Mundial, que hoy por hoy no existe. Un Contrato que nazca desde abajo, desde los pueblos.
UNA NUEVA COSMOVISIÓN
E: ¿Podría definir más ese nuevo paradigma de sociedad planetaria? ¿Algunos conceptos esenciales de la misma?
LB: Más que preceptos o reglas me parece que hay que pensar direcciones y rumbos. En primer lugar, el convencimiento de que tenemos una sola tierra como casa humana. Luego, que la tierra-humanidad es una gran unidad. La tierra es vida y no sólo tiene vida sobre ella. Esa tierra-humanidad hay que protegerla porque está amenazada por actividades irresponsables de los seres humanos, especialmente en los últimos trescientos años al generalizarse un modo de producción industrialista.
En tercer lugar, la ética fundamental es la del cuidado. Todo lo que vive exige un cuidado. Nosotros mismos no existiríamos sin el cuidado de nuestras madres al nacer. Otro punto clave, es desarrollar la compasión. No como piedad sino promoviendo la capacidad de sentir como el otro. Y crear estructuras que permitan que la tierra pueda existir. El quinto aspecto es el de la responsabilidad universal. Darnos cuenta de las consecuencias de nuestros actos. No podemos impulsar una guerra hoy porque significaría la destrucción de la especie humana. No podemos usar los organismos genéticamente modificados porque producen consecuencias enormes a la estructura de la vida. Eso implica promover una ética de la vida. Y tener en cada país o región cuerpos éticos que estudien las consecuencias de los actos. Impulsar una ciencia con conciencia. No una ciencia para el desarrollo sino para la vida, que sea buena para las grandes mayorías. Complementariamente, y un sexto aspecto, estoy convencido de que una ética no se impone si no hay un áurea de espiritualidad. Un sentido más amplio de la vida.
Estamos enganchados con algo que trasciende el mundo, somos seres en una serie infinita de acción que sólo descansan cuando identifican esa realidad más trascendente y ven lo que está por detrás.
Permitiendo que la vida continúe. Poniendo orden en el caos del universo. Algo que los seres humanos respeten y valoren. A esto las religiones le han dado como nombre “Dios”. En todo caso sin esa espiritualidad el ser humano siente un vacío enorme. Y una advertencia: es bueno que las culturas desarrollen todo eso. No hay que dejar que la espiritualidad sea el monopolio de las religiones, sino un dato antropológico.
LA COOPERACIÓN “PIEL A PIEL”
E: Volviendo al plano de la cooperación. Hablaba anteriormente de la importancia del contacto “piel a piel” para la construcción de una nueva cultura planetaria. Hay una tendencia en el Norte de subestimar la cooperación que promueve el intercambio entre personas. Lo que más es la transferencia tecnológica y los resultados cuantitativos-mesurables.
LB: La crítica viene de un viejo modelo de desarrollo sólo material, que busca sobre todo eficiencia, que ve las relaciones objetivas con la naturaleza como más importante que las transformaciones sociales. Y eso es una visión débil. Porque en verdad el garante de la felicidad del ser humano, que unifica la familia humana, no es el cúmulo de bienes materiales, una tecnología más desarrollada, sino el sentimiento de felicidad, de autoestima, de reconocimiento, de respeto, de amor entre personas y pueblos. Eso no está en el banco ni en la bolsa de valores sino en el corazón humano. Hay una lucha entre dos paradigmas que también toca la cooperación. El viejo, es materialista, calculista, eficientista. En realidad necesitamos tecnología, ciencia, producción. No queremos ser obtusos en nuestros pensamientos. Pero queremos un modelo donde la ciencia pueda integrar la poesía, donde la producción se integre con la celebración y la fiesta. Una combinación compleja que hace la plenitud del ser humano.
E: Otra tendencia de la cooperación no logra trascender la relación marco Norte-Sur. No entiende que hay un verdadero potencial en el intercambio Sur-Sur y que hay nuevos espacios, como el de las redes mundiales, el de los foros sociales, que potencian significativamente una forma futura de cooperación diferente...
LB: Es contradictorio para esa tendencia aceptar nuestra cosmovisión porque es anti-sistémica. Y esas categorías tan válidas como la del intercambio, enriquecimiento intercultural mutuo etc. no caben en el universo mental de los que defienden números, cuentas, rentabilidad. Es esencial construir una plataforma común, humana, basada en el diálogo. Lo que puede facilitar el diálogo del gran gerente de una transnacional helvética y una persona de la base en un país latinoamericano no es la racionalidad, sino la razón sensible, la inteligencia emocional. Dado que el mundo está globalizado hay que generalizar el aparato de conversación. Todo el mundo conversando, intercambiando. Y sobre esa base, acentuar los puntos comunes, las convergencias en la diversidad. La concepción que no prioriza este intercambio interpersonal, muchas veces termina apostando a la violencia como vector de imposición, sea militar, ideológica, informativa etc.
Una reflexión final…
LB: Compartir con ustedes un convencimiento que creo que es mutuo. En mi caso, luego de tantos años de luchas, muchas de ellas perdidas porque el sistema nos venció más de una vez, rescato dos elementos importantes. Uno, que a pesar de todo, hemos seguido, perseveramos, continuamos, sin conceder nada. La otra, que nos consideramos semilla. Ya eso es importante. Para que juntos con otros la convirtamos en árbol grande...

viernes, 27 de marzo de 2009

"El desafío ético de la globalización"

de Zygmunt Bauman
"Globalización” significa que todos dependemos unos de otros. Las distancias importan poco ahora. Lo que suceda en un lugar puede tener consecuencias mundiales. Gracias a los recursos, instrumentos técnicos y conocimientos que hemos adquirido, nuestras acciones abarcan enormes distancias en el espacio y en el tiempo. Por muy limitadas localmente que sean nuestras intenciones, erraríamos si no tuviéramos en cuenta los factores globales, pues pueden decidir el éxito o el fracaso de nuestras acciones. Lo que hacemos (o nos abstenemos de hacer) puede influir en las condiciones de vida (o de muerte) de gente que vive en lugares que nunca visitaremos y de generaciones que no conoceremos jamás.
Seamos conscientes o no, éstas son las condiciones bajo las que hacemos hoy nuestra historia común. Aunque buena parte (y muy posiblemente toda o casi toda) la historia que se va tejiendo dependa de decisiones humanas, las condiciones bajo las que se toman estas decisiones escapan a nuestro control.
Una vez derribados la mayoría de los límites que antes confinaban nuestra potencial acción a un territorio que podíamos inspeccionar, supervisar y controlar, hemos dejado de poder protegernos, tanto a nosotros como a los que sufren las consecuencias de nuestras acciones, de esta red mundial de interdependencias.
No se puede hacer nada para dar marcha atrás a la globalización. Uno puede estar “a favor” o “en contra” de esta nueva interdependencia mundial. Pero sí hay muchas cosas que dependen de nuestro consentimiento o resistencia a la equívoca forma que hasta la fecha ha adoptado la globalización.
Hace sólo medio siglo, Karl Jaspers podía aún separar limpiamente la “culpa moral” (el remordimiento que sentimos cuando hacemos daño a otros seres humanos, bien por lo que hemos hecho o por lo que hemos dejado de hacer) de la “culpa metafísica” (la culpa que sentimos cuando se hace daño a un ser humano, aunque dicho daño no esté en absoluto relacionado con nuestra acción). Esta distinción ha perdido su sentido con la globalización. La frase de John Donne “no preguntes nunca por quién doblan las campanas; están doblando por ti” representa como nunca la solidaridad de nuestro destino, aunque todavía esté lejos de ser equilibrada por la solidaridad de nuestros sentimientos y acciones.
Cuando un ser humano sufre indignidad, pobreza o dolor, no podemos tener certeza de nuestra inocencia moral. No podemos declarar que no lo sabíamos, ni estar seguros de que no hay nada que cambiar en nuestra conducta para impedir o por lo menos aliviar la suerte del que sufre. Puede que individualmente seamos impotentes, pero podríamos hacer algo unidos. Y esta unión está hecha de individuos y por los individuos.
El problema es, como alegaba Hans Jonas, otro gran filósofo del siglo XX, que, aunque el espacio y el tiempo ya no establezcan límites a las consecuencias de nuestras acciones, nuestra imaginación moral no ha ido mucho más allá del ámbito que tenía en los tiempos de Adán y Eva.
Las responsabilidades que estamos dispuestos a asumir no se han aventurado tan lejos como la influencia que nuestra conducta diaria ejerce sobre las vidas de personas cada vez más lejanas.
El “proceso de globalización” significa que esa red de dependencias llega a los más remotos recovecos del planeta, pero poco más (por lo menos hasta ahora). Sería muy prematuro hablar de una sociedad global o de una cultura global, y más aún de una política o un derecho globales. ¿Está surgiendo un sistema social global en ese extremo último del proceso de globalización? Si tal sistema existe, no se parece a los sistemas sociales que solemos considerar normativos.
Solíamos pensar en los sistemas sociales como una totalidad que coordinaba y adaptaba todos los aspectos de la existencia humana a través de mecanismos económicos, poder político y patrones culturales. Hoy día, sin embargo, aquello que se solía coordinar al mismo nivel y dentro de una misma totalidad ha sido separado y situado en niveles radicalmente diferentes.
La globalidad del capital, las finanzas y el comercio (esas fuerzas decisivas para la libertad de elección y la eficacia de las acciones humanas) no se ha emparejado a una escala semejante con los recursos que la humanidad ha desarrollado para controlar las fuerzas que rigen las vidas humanas. Y lo que es más importante, la globalidad no se ha igualado con una escala global semejante de control democrático.
De hecho podemos decir que el poder ha “volado” de las instituciones desarrolladas a lo largo de la historia que, en los Estados nacionales modernos, solían ejercer un control democrático sobre los usos y abusos del poder. La globalización en su forma actual significa pérdida de poder de los Estados nacionales y (por el momento) ausencia de cualquier sustituto eficaz.
Ya en otra ocasión, los actores económicos efectuaron una desaparición a lo Houdini semejante a ésta, aunque, evidentemente, a una escala mucho más modesta que la que se ha efectuado en nuestra era de la globalización. Max Weber, uno de los analistas más agudos de la lógica de la historia moderna (o de la falta de ella), observó que lo que marcaba el nacimiento del nuevo capitalismo era la separación de la actividad económica de lo doméstico (donde lo “doméstico” significaba la densa red de derechos y obligaciones mutuas mantenidos por las comunidades rurales y urbanas, por las parroquias o los gremios de artesanos, en las que familias y vecinos habían estado estrechamente envueltos). Con esta separación (mejor llamarla “secesión” en honor de la antigua alegoría de Menenio Agripa), el mundo de los negocios se aventuró por una auténtica tierra fronteriza, una tierra de nadie libre de problemas morales y restricciones legales y pronta a ser subordinada al código de conducta propio de la empresa.
Como ya sabemos, esta extraterritorialidad sin precedentes de la actividad económica condujo en su momento a un espectacular avance de la capacidad industrial y al acrecimiento de la riqueza. También sabemos que, durante casi la totalidad del siglo XIX, esa misma extraterritorialidad redundó en mucha miseria humana, en pobreza y en una casi inconcebible polarización de las oportunidades y niveles de vida de la humanidad.
Por último, también sabemos que los Estados modernos entonces emergentes reclamaron esa tierra de nadie que el mundo de los negocios consideraba de su exclusiva propiedad. Los organismos que establecen las normas del comportamiento de los Estados invadieron aquel espacio hasta que, no sin vencer una resistencia feroz, se lo anexionaron y colonizaron, llenando así el vacío ético y mitigando sus consecuencias más desagradables para la vida de sus súbditos o ciudadanos.
La globalización se puede considerar como la “segunda secesión”. Una vez más, el mundo económico se ha escapado del confinamiento doméstico, aunque esta vez el hogar que se ha abandonado es el moderno “hogar imaginario”, circunscrito y protegido por los poderes económicos, militares y culturales del Estado nacional, a los que se suma la soberanía política. De nuevo, el ámbito económico ha conseguido un “territorio extraterritorial”, un espacio propio por el que pueden andar, tumbando con toda libertad los pequeños obstáculos levantados por las débiles potencias de lo local y tratando de sortear los obstáculos construidos por los fuertes, y donde pueden perseguir sus fines pasando por alto o dando de lado el resto de los fines, a los que consideran irrelevantes económicamente y por tanto ilegítimos. Y una vez más observamos unos efectos sociales semejantes a aquellos que, en tiempos de la primera secesión, tropezaron con la repulsa social, sólo que esta vez a una escala inmensamente mayor, global (como la segunda secesión en sí).
Hace casi dos siglos, en plena primera secesión, Karl Marx acusó de “utópicos” a aquellos que abogaban por una sociedad mejor, más equitativa y justa y que tenían la esperanza de lograrlo deteniendo en seco el avance del capitalismo y volviendo al punto de partida, al mundo pre-moderno del ámbito doméstico y los talleres familiares.
No había vuelta atrás, insistía Marx; y, al menos en ese punto, la historia le dio la razón. Cualquier tipo de justicia y de equidad susceptible de arraigar hoy día tiene que partir del punto en que unas transformaciones irreversibles han llevado ya a la condición humana.
Una vuelta atrás de la globalización de la dependencia humana, del alcance global de la tecnología y de las actividades económicas es imprevisible con toda seguridad. Respuestas como “pongamos las carretas en círculo” o “volvamos a las tiendas de campaña tribales” (nacionales, comunitarias) no servirán. No se trata de cómo remontar el río de la historia, sino de cómo luchar contra su contaminación y canalizar sus aguas para lograr una distribución más equitativa de los beneficios que comporta.
Y otro punto que es necesario recordar: sea cual fuere la forma que adopte el control global sobre las fuerzas globales, no puede ser una copia ampliada de las instituciones democráticas desarrolladas en los dos primeros siglos de la historia contemporánea. Dichas instituciones se hicieron a la medida del Estado nacional, que entonces era la 'totalidad social', de mayor tamaño y que más abarcaba y son particularmente poco aptas para ser ampliadas hasta una escala global.
El Estado nacional no era tampoco una hipérbole de los mecanismos comunitarios sino que, por el contrario, era el producto final de formas radicalmente nuevas de convivencia humana, así como de solidaridad social. Tampoco fue el resultado de una negociación y un consenso logrado tras una dura negociación entre comunidades locales. El Estado nacional, que finalmente proporcionó la tan buscada respuesta a los desafíos de la “primera secesión”, surgió a pesar de los obstinados defensores de las tradiciones comunitarias y mediante la progresiva erosión de las ya escuálidas y menguadas soberanías locales.
Toda respuesta eficaz a la globalización no puede más que ser global. Y el destino de semejante respuesta global depende de que surja y arraigue un ámbito político global (entendido como algo distinto de “internacional” o, para ser más precisos, interestatal). Es este ámbito político el que hoy brilla por su ausencia.
Los actuales actores mundiales se niegan abiertamente a establecer dicho ámbito. Sus adversarios visibles, entrenados en el viejo y cada día menos eficaz arte de la diplomacia entre Estados, parecen carecer de la habilidad necesaria y de los recursos indispensables para lograrlo. Se necesitan nuevas fuerzas para establecer y dar vigor a un foro auténticamente mundial adecuado a la era de la globalización, y éstas sólo se harán valer evitando a unos y otros.
Ésta parece ser la única certeza. El resto depende de nuestra inventiva compartida y de la práctica política del tanteo. Al fin y al cabo, muy pocos pensadores, si es que hubo alguno, fueron capaces de prever en plena primera secesión la forma que adoptaría finalmente la operación encaminada a reparar los daños. De lo que sí estaban seguros era de que una operación de esa clase era la necesidad más imperiosa de su tiempo. Todos estamos en deuda con ellos por esa clarividencia.
(Artículo publicado en el diario EL PAÍS el 20 de Julio de 2001. )