Mostrando entradas con la etiqueta Krishnamurti. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Krishnamurti. Mostrar todas las entradas

lunes, 13 de septiembre de 2010

"Una Cualidad que no debe olvidarse"

IV (*)
El Amor es la cualidad más importante, por­que cuando es bastante fuerte en un hombre, lo estimula a revestirse de todas las demás, que sin ella nunca serían suficientes. Suele definirse el amor como un intenso deseo de unión con Dios y de liberación de la rueda de nacimientos y muertes. Pero este concepto del amor suena a egoísta e implica sólo una parte de su significa­do. El amor es más que deseo; es voluntad, reso­lución, determinación. Para producir este resul­tado, la resolución debe llenar vuestra natura­leza entera, hasta el punto de no dejar lugar para ningún otro sentimiento. Es, sin duda, la volun­tad de ser uno con Dios, no para escapar del su­frimiento y de la fatiga, sino a fin de que, en ra­zón de vuestro amor profundo hacia Él, podáis obrar con Él y como Él obra... Pues siendo Dios Amor, si queréis llegar a ser uno con Él, debéis también estar poseídos de amor y perfecto al­truismo.
En la vida diaria, esto significa dos cosas: pri­mera, que procuréis cuidadosamente no causar daño a ningún ser viviente; segunda, que siem­pre estéis alerta por si se presenta la oportunidad de ayudar.
Primero, no dañar. Hay tres pecados que causan en el mundo mayores males que todos los demás: maledicencia, crueldad y superstición, porque son pecados contra el amor. Si el hombre quiere henchir su corazón de amor divino, ha de vigilarlos y combatirlos constantemente.
Veamos los efectos de la maledicencia: Prin­cipia con el mal pensamiento, y esto en sí mismo es ya un crimen. Porque en todas las personas y en todas las cosas existe el bien y el mal. A cualquiera de éstos podemos prestarle fuerza, pensando en él, y por este medio ayudar o estor­bar la evolución; podemos hacer la voluntad del Logos o trabajar en contra de ella.
Si pensáis mal de otro, cometéis tres iniquida­des a un tiempo:
1a Llenáis el ambiente que os rodea de malos pensamientos en vez de buenos, y así aumentáis las tristezas del mundo.
2a Si en el ser en quien pensáis existe el mal que le atribuís, lo vigorizáis y alimentáis; y así, hacéis peor a vuestro hermano en vez de hacerlo mejor. Pero, si generalmente el mal no existe en él y tan sólo lo habéis imaginado, entonces vuestro maligno pensamiento tienta a vuestro hermano y lo induce a obrar mal, porque, si no es todavía perfecto, podéis convertirlo en aque­llo que de él habéis pensado.
3a Nutrís vuestra propia mente de malos en vez de buenos pensamientos, y así impedís vuestro propio desarrollo y os hacéis, a los ojos de quienes pueden ver, un objeto feo y repulsivo, en vez de bello y amable.
No contento con hacerse todo este daño y ha­cerlo a su víctima, el maldiciente procura con to­das sus fuerzas que los demás participen de su crimen. Les expone con vehemencia su chisme, con la esperanza de que lo crean, y entonces los convencidos cooperan con él, enviando malos pensamientos al pobre paciente. Y esto continúa día tras día, y no lo hace sólo una persona, sino miles. ¿Veis ahora cuán bajo, cuán terrible es este pecado? Procurad evitarlo en absoluto. No habléis jamás mal de nadie; negaos a escuchar a quien os hable mal de otro, y decidle, afectuo­samente: "Tal vez eso no sea verdad, y, aunque lo fuese, es mejor no hablar de ello".
(* extracto de "A los Pies del Maestro" de Jiddu Krishnamurti)

martes, 24 de agosto de 2010

"...En cuanto a la crueldad..." (*)

La crueldad intencionada consiste en causar, de propósito, dolor a otros seres vivientes, y éste es el pecado más grave de todos: obra de diablo más bien que de hombre. Diréis que ningún hom­bre puede hacer una cosa semejante; pero preci­samente los hombres la han hecho muy a menu­do y aún la están haciendo cada día. Los inquisi­dores la practicaron, y también muchas gentes religiosas en nombre de su religión; los vivisectores, así como habitualmente algunos maestros de escuela. Todas estas personas tratan de ex­cusar su brutalidad con la costumbre; pero un crimen no deja de serlo porque muchos hombres lo cometan. Karma no tiene en cuenta las cos­tumbres; y el karma de la crueldad es el más terrible. En la India, al menos, no puede haber excusa para tales costumbres, porque todos co­nocen el deber de no acusar mal a nadie. El des­tino de los crueles cae también sobre aquellos que se dedican intencionadamente a matar a las criaturas de Dios, y llaman a esto deporte.
Ya sé que tales cosas no las efectuáis vosotros, y por amor de Dios hablaréis claramente contra ellas cuando la oportunidad se os presente. Pero también hay crueldad en las palabras como en los actos, y una persona que diga una palabra con intención de herir a otra es culpable de este crimen. Esto tampoco lo haréis vosotros; pero algunas veces una palabra dicha al descuido ha­ce tanto daño como una maliciosa. Así pues, de­béis estar siempre en guardia contra la crueldad no intencionada.
En general, ello procede de la irreflexión. Hay hombres tan poseídos de la ambición y de la ava­ricia, que ni siquiera se dan cuenta del sufri­miento que causan a los demás pagándoles poco, o haciendo pasar hambre a su mujer e hijos Otros, pensando tan sólo en su codicia, se preocupan poco de los cuerpos y de las almas, a quie­nes arruinan por satisfacerla. Para librarse de unos cuantos minutos de molestia, un hombre deja de pagar a sus obreros el día que les corres­ponde, sin acordarse de las dificultades que este hecho les reporta. ¡Tanto sufrimiento se causa por descuido, por olvidar cómo una acción ha de afectar a los demás!...
-------------------------------------
(*) Fragmento extraido de "A los pies del Maestro", J. Krishnamurti
(NOTA: las publicaciones tienen el sólo objeto informativo y educativo sin fines de lucro)

jueves, 13 de mayo de 2010

"Un ser humano es la humanidad entera "

La responsabilidad.
"Un ser humano es la humanidad entera"

La palabra responsabilidad debe ser comprendida en toda su significación. Proviene de ‘responder’, responder no de forma parcial sino íntegramente. La palabra también supone responder apelando al propio acervo, o sea remitiéndose al condicionamiento personal. Tal como se entiende generalmente, la responsabilidad es la acción del propio condicionamiento humano. Es natural que nuestra cultura, la sociedad en que vivimos, condicione la mente, ya se trate de una cultura autóctona o foránea. Uno responde a partir de ese condicionamiento y dicha respuesta limita nuestra responsabilidad. Si uno ha nacido en la India, en Europa, en América o donde fuere, su respuesta se corresponderá con la superstición religiosa —todas las religiones son estructuras supersticiosas— , con el nacionalismo o con las teorías científicas. Estas cosas condicionan nuestra respuesta y, como son siempre limitadas y finitas, siempre hay contradicción, conflicto y la creación de confusión. Esto es inevitable y ocasiona división entre los seres humanos. Cualquier forma de división tiene que conducir no sólo al conflicto y la violencia sino, en última instancia, a la guerra.

Si uno comprende el verdadero significado de la palabra responsable y lo que está pasando actualmente en el mundo, ve que la responsabilidad se ha vuelto irresponsable. En la comprensión de lo que es irresponsable comenzaremos a comprender qué es la responsabilidad. La responsabilidad, tal como la palabra indica, es para con la totalidad, no para consigo mismo ni con su familia, no en relación a ciertos conceptos o creencias, sino para con la humanidad entera.
Nuestras diversas culturas han puesto el énfasis en la separatividad, a la que se le da el nombre de individualismo, la cual ha tenido como resultado que cada cual hace lo que quiere o se compromete con su pequeño talento particular, por muy provechoso o útil que ese talento sea para la sociedad. Esto no significa lo que los totalitarios quieren hacerle creer a uno: que los únicos que importan son el Estado y las autoridades que lo representan, no los seres humanos. El Estado es un concepto, pero un ser humano, aunque viva en el Estado, no es un concepto. El miedo es una realidad, no un concepto.

Psicológicamente un ser humano es la humanidad entera. No sólo la representa sino que es la totalidad de la raza humana. Un ser humano es, en esencia, la totalidad de la psiquis de la humanidad. Sobre esta realidad diversas culturas han impuesto la ilusión de que cada ser humano es diferente. La humanidad lleva siglos atrapada en esta ilusión, la cual ha acabado convirtiéndose en una realidad. Si observa muy detenidamente toda su propia estructura psicológica, descubrirá que al igual que uno sufre también sufre, en distintas medidas, toda la humanidad. Si uno se siente solo, la humanidad entera conoce esa soledad. La agonía, los celos, la envidia y el miedo son conocidos por todos. De modo que psicológica, internamente uno es idéntico a otro ser humano. Puede haber diferencias físicas, biológicas, que uno es alto o bajo, etcétera, pero básicamente uno es el representante de toda la humanidad. Así que psicológicamente usted es el mundo. Usted es responsable de toda la humanidad, no de sí mismo como persona aparte, lo cual es una ilusión psicológica. Como representante de toda la raza humana, su respuesta es total, no parcial. De manera que la responsabilidad tiene un significado totalmente distinto. Uno tiene que aprender el arte de esta responsabilidad. Si capta plenamente el significado del hecho de que psicológicamente usted es el mundo, entonces esa responsabilidad se convierte en un sentimiento desbordante de amor. Entonces uno cuidará del niño, y no sólo en su más tierna edad sino que se cerciorará de que comprenda la significación de la responsabilidad a lo largo de toda su vida. Este arte incluye la conducta, las formas de pensar y la importancia de la acción correcta. En estas escuelas la responsabilidad para con la tierra, la naturaleza y el prójimo forma parte de nuestra educación y no sólo el énfasis en las materias académicas, aunque éstas sean necesarias.

Entonces podemos preguntar: ¿qué es lo que el maestro enseña y qué es lo que el alumno recibe? Y más ampliamente: ¿qué significa aprender? ¿Cuál es la función del educador? ¿Consiste meramente en enseñar álgebra y física, o en despertar en el estudiante y, por lo tanto, en sí mismo, un sentimiento inmenso de responsabilidad? ¿Pueden ir juntas ambas cosas, o sea las asignaturas que contribuirán a sacar una carrera y la responsabilidad para con la totalidad de la humanidad y de la vida, o deben mantenerse separadas? Si se mantienen aparte, entonces habrá contradicción en la vida del estudiante; éste se volverá un hipócrita e inconsciente o deliberadamente repartirá su vida entre dos compartimentos estancos. La humanidad vive en esta división. En casa será de una manera y en la fábrica o en la oficina se pondrá otro antifaz. ¿Pueden caminar juntas esas dos cosas?

Cuando se formula una pregunta de esta clase, uno debe investigar lo que la pregunta implica y no si es o no es posible. Así que su modo de abordar esta pregunta es sumamente importante. Si la aborda desde su condicionamiento limitado —y todo condicionamiento es limitado—, entonces sólo obtendrá una comprensión parcial de las implicaciones que esto supone. Usted debe abordar esta pregunta como por primera vez. Entonces descubrirá la inutilidad de la propia pregunta porque, al abordarla de ese modo, verá que ambas cosas confluyen como dos corrientes para formar el río formidable que es su vida, su vida diaria de responsabilidad total. ¿Es eso lo que usted está enseñando, comprendiendo que el magisterio es la más noble de todas las profesiones? Éstas no son meras palabras sino una realidad perdurable que no se debe pasar por alto. Si no siente la verdad de esto, entonces en realidad usted debería tener otra profesión, pues vivirá en las ilusiones que la humanidad se ha inventado.

Así que podemos preguntar nuevamente: ¿Qué está usted enseñando y qué es lo que aprende el estudiante? ¿Está usted creando ese ambiente peculiar en el que se da el verdadero aprender? Si ha comprendido lo tremenda que es la responsabilidad y su belleza, entonces usted es totalmente responsable del estudiante: de lo que viste, de lo que come, de su forma de hablar, etcétera. De esta pregunta surge otra: ¿Qué significa aprender? Probablemente la mayoría de nosotros ni siquiera se haya formulado esta pregunta, o si nos la hemos planteado, nuestra respuesta se ha basado en la tradición, que es conocimiento acumulado, conocimiento que empleamos con destreza o sin destreza para ganarnos el pan de cada día. Esto es lo que le han enseñado a uno y para lo que existen todos los colegios, institutos y universidades normales. Lo que predomina es el conocimiento, que es uno de nuestros mayores condicionamientos, y de ese modo el cerebro nunca está libre de lo conocido. Siempre está añadiendo a lo que ya se conoce y así el cerebro se pone la camisa de fuerza de lo conocido y nunca tiene libertad para descubrir un modo de vida que acaso no se base para nada en lo conocido. Lo conocido tiende a crear una rutina de mayor o menor envergadura y uno se mantiene en esa rutina pensando que en ella hay seguridad; pero esa seguridad es destruida por la propia finitud de lo conocido. Ésta ha sido la forma de vida de la humanidad hasta la fecha.

¿Existe, pues, una manera de aprender que no convierta la vida en una rutina, en un cauce estrecho? ¿Qué es, entonces, el aprender? Debemos tener muy claro lo que son las modalidades del conocimiento. Adquirimos conocimientos técnicos y psicológicos y luego actuamos partiendo de esos conocimientos; o actuamos y adquirimos conocimientos en base a esa acción. Ambas formas son adquisiciones de conocimiento. El conocimiento es siempre el pasado. ¿Hay un modo de actuar sin el peso enorme del conocimiento que el hombre ha acumulado? Lo hay. No es el aprender tal como lo conocemos; es observación pura. No es una observación continua y que luego se convierte en memoria, sino la observación de instante en instante. El observador es la esencia del conocimiento y él le sobrepone a lo que observa lo que ha adquirido mediante la experiencia y diversas clases de reacción sensorial. El observador siempre está manipulando lo que observa y lo que observa siempre es reducido a conocimiento. De manera que él está siempre atrapado en la vieja tradición de la formación de hábitos.
Por lo tanto, aprender es observación pura, no sólo de las cosas externas sino también de lo que ocurre internamente. Es observación sin el observador.
Jiddu Krishnamurti.
(“Aprender es vivir, Cartas a las escuelas" - extracto publicado por la Fundación Krishnamurti Latinoamericana”).
/NOTA: todo el material publicado aquí es pura y exclusivamente con fines informativos y educativos./

miércoles, 13 de enero de 2010

Transformación del Individuo y la Sociedad

(selección) *

… El hombre es la medida de todas las cosas y si su visión está pervertida, entonces lo que piensa y crea debe inevitablemente conducir al desastre y al sufrimiento. El individuo construye la sociedad con lo que él piensa y siente. Personalmente, yo siento que el mundo es yo mismo, que lo que yo hago crea paz o sufrimiento en el mundo, que es yo mismo, y mientras yo no me comprenda no puedo traerle paz al mundo: así pues, lo que me concierne de un modo inmediato es yo mismo, no egoístamente con objeto de obtener mayor felicidad, mayores sensaciones, mayor éxito, porque mientras yo no me entienda a mí mismo, tengo que vivir en la pena y el sufrimiento y no puedo descubrir la paz y felicidad duraderas.

Para comprendernos, tenemos, en primer lugar, que estar interesados en el descubrimiento de nosotros mismos, debemos llegar a estar alerta respecto de nuestro propio proceso de pensamiento y sentimiento. ¿En qué están principalmente interesados nuestros pensamientos y sentimientos, qué es lo que les concierne? Les conciernen las cosas, las gentes y las ideas. En esto es en lo que estamos fundamentalmente interesados: las cosas, las gentes, las ideas.

Ahora bien, ¿por qué es que las cosas han asumido tan inmensa importancia en nuestras vidas? ¿Por qué es que las cosas, la propiedad, las casas, los vestidos, etc., toman un lugar tan dominante en nuestras vidas? ¿Es porque simplemente las necesitamos?, o ¿es que dependemos de ellas para nuestra felicidad psicológica? Todos necesitamos vestido, alimento y morada. Esto es notorio, pero ¿por qué es que esto ha asumido importancia y significación tremendas? Las cosas asumen tal valor y significación desproporcionados porque psicológicamente dependemos de ellas para nuestro bienestar. Alimentan nuestra vanidad, nos dan prestigio social, nos brindan los medios de lograr el poder. Las usamos con objeto de realizar propósitos diversos de los que tienen en sí mismas. Necesitamos alimento, vestidos, albergue, lo cual es natural y no pervierte; pero cuando dependemos de las cosas para nuestra gratificación, para nuestra satisfacción, cuando las cosas llegan a ser necesidades psicológicas, asumen un valor e importancia completamente desproporcionados y de aquí se origina la lucha y el conflicto por poseerlas y los diversos medios de conservar las cosas de las cuales dependemos.

Formúlese cada uno esta pregunta: ¿Dependo de las cosas para mi felicidad psicológica, para mi satisfacción? Si tratáis seriamente de contestar esta pregunta, sencilla en apariencia, descubriréis el proceso complejo de vuestro pensamiento y sentimiento. Si las cosas son una necesidad física, entonces les ponéis limitación inteligente, entonces no asumen esa importancia abrumadora que tienen cuando llegan a ser una necesidad psicológica. Por este camino comenzáis a comprender la naturaleza de la sensación y de la satisfacción: porque la mente que quiere llegar a comprender la verdad debe estar libre de semejantes ataduras.

Para libertar la mente de la sensación y de la satisfacción, tenéis que comenzar con las sensaciones que os son familiares y establecer allí el adecuado cimiento para la comprensión. La sensación tiene lugar, y comprendiéndola no asume la estúpida deformación que tiene ahora.

Muchos piensan que si las cosas del mundo estuvieran bien organizadas, de tal modo que todos tuviesen lo suficiente, entonces existiría un mundo feliz y pacífico; pero yo temo que esto no será así si individualmente no hemos comprendido el verdadero significado de las cosas. Dependemos de ellas porque internamente somos pobres y encubrimos esa pobreza del ser con cosas, y estas acumulaciones externas, estas posesiones superficiales, llegan a ser tan vitalmente importantes que por ellas estamos dispuestos a mentir, a defraudar, a luchar y a destruirnos unos a otros.
Porque las cosas son el medio para lograr el poder, para tener gloria. Sin comprender la naturaleza de esta pobreza interna del ser, el mero cambio de organización para la equitativa distribución de las cosas, por mas que tal cambio es necesario, creará otros medios y caminos de obtener poder y gloria.

A la mayor parte de nosotros nos interesan las cosas y para comprender nuestra justa relación respecto a ellas, se requiere inteligencia, que no es ascetismo, ni afán adquisitivo; no es renunciación, ni acumulación, sino que es el libre e inteligente darse cuenta de las necesidades sin depender afanosamente de las cosas. Cuando comprendéis esto, no existe el sufrimiento del desprenderse, ni el dolor de la lucha de la competencia. ¿Es uno capaz de examinar y comprender críticamente la diferencia entre las propias necesidades y la dependencia psicológica de las cosas? No podéis responder esta pregunta ahora mismo. Sólo la responderéis si sois persistentemente serios, si vuestro propósito es firme y claro.

Es indudable que podamos comenzar a descubrir cuál es nuestra relación con las cosas. ¿Verdad que se basa en la codicia? ¿Y cuándo se transforma en codicia la necesidad? ¿No es acaso codicia que el pensamiento, percibiendo su propia vaciedad, su propia falta de mérito, proceda a investir las cosas de una importancia mayor que su propio valor intrínseco y en consecuencia crea una dependencia de ellas? Esta dependencia puede producir una especie de cohesión social: pero en ella siempre hay conflicto, dolor, desintegración.
Tenemos que hacer claro nuestro proceso de pensamiento y podemos hacer esto si en nuestra vida diaria llegamos a darnos cuenta conscientemente de esta codicia y de sus aterradores resultados. Este darse cuenta conscientemente de la necesidad y de la codicia, ayuda a establecer el cimiento recto para nuestro pensar. La codicia, en una forma u otra, es siempre la causa del antagonismo, del odio nacional despiadado, y de las brutalidades sutiles. Si no comprendemos la codicia y la combatimos, ¿cómo podemos comprender la realidad que trasciende todas estas formas de lucha y sufrimiento? Debemos comenzar con nosotros mismos, con nuestra relación respecto a las cosas y a la gente. Tomé en primer lugar las cosas porque a la mayor parte de nosotros nos interesan son para nosotros de tremenda importancia. Las guerras son por las cosas y en ellas están basados nuestros valores sociales y morales Sin entender el proceso complejo de la codicia no comprenderemos la realidad.
----
* Extraído de "Transformación del Individuo y la Sociedad" conferencia dada en Ojai, Claifornia, EEUU, en 1940 por Jiddu Krishnamurti (escritor y filósofo Indú 1895 -1986).