viernes, 27 de marzo de 2009

"El desafío ético de la globalización"

de Zygmunt Bauman
"Globalización” significa que todos dependemos unos de otros. Las distancias importan poco ahora. Lo que suceda en un lugar puede tener consecuencias mundiales. Gracias a los recursos, instrumentos técnicos y conocimientos que hemos adquirido, nuestras acciones abarcan enormes distancias en el espacio y en el tiempo. Por muy limitadas localmente que sean nuestras intenciones, erraríamos si no tuviéramos en cuenta los factores globales, pues pueden decidir el éxito o el fracaso de nuestras acciones. Lo que hacemos (o nos abstenemos de hacer) puede influir en las condiciones de vida (o de muerte) de gente que vive en lugares que nunca visitaremos y de generaciones que no conoceremos jamás.
Seamos conscientes o no, éstas son las condiciones bajo las que hacemos hoy nuestra historia común. Aunque buena parte (y muy posiblemente toda o casi toda) la historia que se va tejiendo dependa de decisiones humanas, las condiciones bajo las que se toman estas decisiones escapan a nuestro control.
Una vez derribados la mayoría de los límites que antes confinaban nuestra potencial acción a un territorio que podíamos inspeccionar, supervisar y controlar, hemos dejado de poder protegernos, tanto a nosotros como a los que sufren las consecuencias de nuestras acciones, de esta red mundial de interdependencias.
No se puede hacer nada para dar marcha atrás a la globalización. Uno puede estar “a favor” o “en contra” de esta nueva interdependencia mundial. Pero sí hay muchas cosas que dependen de nuestro consentimiento o resistencia a la equívoca forma que hasta la fecha ha adoptado la globalización.
Hace sólo medio siglo, Karl Jaspers podía aún separar limpiamente la “culpa moral” (el remordimiento que sentimos cuando hacemos daño a otros seres humanos, bien por lo que hemos hecho o por lo que hemos dejado de hacer) de la “culpa metafísica” (la culpa que sentimos cuando se hace daño a un ser humano, aunque dicho daño no esté en absoluto relacionado con nuestra acción). Esta distinción ha perdido su sentido con la globalización. La frase de John Donne “no preguntes nunca por quién doblan las campanas; están doblando por ti” representa como nunca la solidaridad de nuestro destino, aunque todavía esté lejos de ser equilibrada por la solidaridad de nuestros sentimientos y acciones.
Cuando un ser humano sufre indignidad, pobreza o dolor, no podemos tener certeza de nuestra inocencia moral. No podemos declarar que no lo sabíamos, ni estar seguros de que no hay nada que cambiar en nuestra conducta para impedir o por lo menos aliviar la suerte del que sufre. Puede que individualmente seamos impotentes, pero podríamos hacer algo unidos. Y esta unión está hecha de individuos y por los individuos.
El problema es, como alegaba Hans Jonas, otro gran filósofo del siglo XX, que, aunque el espacio y el tiempo ya no establezcan límites a las consecuencias de nuestras acciones, nuestra imaginación moral no ha ido mucho más allá del ámbito que tenía en los tiempos de Adán y Eva.
Las responsabilidades que estamos dispuestos a asumir no se han aventurado tan lejos como la influencia que nuestra conducta diaria ejerce sobre las vidas de personas cada vez más lejanas.
El “proceso de globalización” significa que esa red de dependencias llega a los más remotos recovecos del planeta, pero poco más (por lo menos hasta ahora). Sería muy prematuro hablar de una sociedad global o de una cultura global, y más aún de una política o un derecho globales. ¿Está surgiendo un sistema social global en ese extremo último del proceso de globalización? Si tal sistema existe, no se parece a los sistemas sociales que solemos considerar normativos.
Solíamos pensar en los sistemas sociales como una totalidad que coordinaba y adaptaba todos los aspectos de la existencia humana a través de mecanismos económicos, poder político y patrones culturales. Hoy día, sin embargo, aquello que se solía coordinar al mismo nivel y dentro de una misma totalidad ha sido separado y situado en niveles radicalmente diferentes.
La globalidad del capital, las finanzas y el comercio (esas fuerzas decisivas para la libertad de elección y la eficacia de las acciones humanas) no se ha emparejado a una escala semejante con los recursos que la humanidad ha desarrollado para controlar las fuerzas que rigen las vidas humanas. Y lo que es más importante, la globalidad no se ha igualado con una escala global semejante de control democrático.
De hecho podemos decir que el poder ha “volado” de las instituciones desarrolladas a lo largo de la historia que, en los Estados nacionales modernos, solían ejercer un control democrático sobre los usos y abusos del poder. La globalización en su forma actual significa pérdida de poder de los Estados nacionales y (por el momento) ausencia de cualquier sustituto eficaz.
Ya en otra ocasión, los actores económicos efectuaron una desaparición a lo Houdini semejante a ésta, aunque, evidentemente, a una escala mucho más modesta que la que se ha efectuado en nuestra era de la globalización. Max Weber, uno de los analistas más agudos de la lógica de la historia moderna (o de la falta de ella), observó que lo que marcaba el nacimiento del nuevo capitalismo era la separación de la actividad económica de lo doméstico (donde lo “doméstico” significaba la densa red de derechos y obligaciones mutuas mantenidos por las comunidades rurales y urbanas, por las parroquias o los gremios de artesanos, en las que familias y vecinos habían estado estrechamente envueltos). Con esta separación (mejor llamarla “secesión” en honor de la antigua alegoría de Menenio Agripa), el mundo de los negocios se aventuró por una auténtica tierra fronteriza, una tierra de nadie libre de problemas morales y restricciones legales y pronta a ser subordinada al código de conducta propio de la empresa.
Como ya sabemos, esta extraterritorialidad sin precedentes de la actividad económica condujo en su momento a un espectacular avance de la capacidad industrial y al acrecimiento de la riqueza. También sabemos que, durante casi la totalidad del siglo XIX, esa misma extraterritorialidad redundó en mucha miseria humana, en pobreza y en una casi inconcebible polarización de las oportunidades y niveles de vida de la humanidad.
Por último, también sabemos que los Estados modernos entonces emergentes reclamaron esa tierra de nadie que el mundo de los negocios consideraba de su exclusiva propiedad. Los organismos que establecen las normas del comportamiento de los Estados invadieron aquel espacio hasta que, no sin vencer una resistencia feroz, se lo anexionaron y colonizaron, llenando así el vacío ético y mitigando sus consecuencias más desagradables para la vida de sus súbditos o ciudadanos.
La globalización se puede considerar como la “segunda secesión”. Una vez más, el mundo económico se ha escapado del confinamiento doméstico, aunque esta vez el hogar que se ha abandonado es el moderno “hogar imaginario”, circunscrito y protegido por los poderes económicos, militares y culturales del Estado nacional, a los que se suma la soberanía política. De nuevo, el ámbito económico ha conseguido un “territorio extraterritorial”, un espacio propio por el que pueden andar, tumbando con toda libertad los pequeños obstáculos levantados por las débiles potencias de lo local y tratando de sortear los obstáculos construidos por los fuertes, y donde pueden perseguir sus fines pasando por alto o dando de lado el resto de los fines, a los que consideran irrelevantes económicamente y por tanto ilegítimos. Y una vez más observamos unos efectos sociales semejantes a aquellos que, en tiempos de la primera secesión, tropezaron con la repulsa social, sólo que esta vez a una escala inmensamente mayor, global (como la segunda secesión en sí).
Hace casi dos siglos, en plena primera secesión, Karl Marx acusó de “utópicos” a aquellos que abogaban por una sociedad mejor, más equitativa y justa y que tenían la esperanza de lograrlo deteniendo en seco el avance del capitalismo y volviendo al punto de partida, al mundo pre-moderno del ámbito doméstico y los talleres familiares.
No había vuelta atrás, insistía Marx; y, al menos en ese punto, la historia le dio la razón. Cualquier tipo de justicia y de equidad susceptible de arraigar hoy día tiene que partir del punto en que unas transformaciones irreversibles han llevado ya a la condición humana.
Una vuelta atrás de la globalización de la dependencia humana, del alcance global de la tecnología y de las actividades económicas es imprevisible con toda seguridad. Respuestas como “pongamos las carretas en círculo” o “volvamos a las tiendas de campaña tribales” (nacionales, comunitarias) no servirán. No se trata de cómo remontar el río de la historia, sino de cómo luchar contra su contaminación y canalizar sus aguas para lograr una distribución más equitativa de los beneficios que comporta.
Y otro punto que es necesario recordar: sea cual fuere la forma que adopte el control global sobre las fuerzas globales, no puede ser una copia ampliada de las instituciones democráticas desarrolladas en los dos primeros siglos de la historia contemporánea. Dichas instituciones se hicieron a la medida del Estado nacional, que entonces era la 'totalidad social', de mayor tamaño y que más abarcaba y son particularmente poco aptas para ser ampliadas hasta una escala global.
El Estado nacional no era tampoco una hipérbole de los mecanismos comunitarios sino que, por el contrario, era el producto final de formas radicalmente nuevas de convivencia humana, así como de solidaridad social. Tampoco fue el resultado de una negociación y un consenso logrado tras una dura negociación entre comunidades locales. El Estado nacional, que finalmente proporcionó la tan buscada respuesta a los desafíos de la “primera secesión”, surgió a pesar de los obstinados defensores de las tradiciones comunitarias y mediante la progresiva erosión de las ya escuálidas y menguadas soberanías locales.
Toda respuesta eficaz a la globalización no puede más que ser global. Y el destino de semejante respuesta global depende de que surja y arraigue un ámbito político global (entendido como algo distinto de “internacional” o, para ser más precisos, interestatal). Es este ámbito político el que hoy brilla por su ausencia.
Los actuales actores mundiales se niegan abiertamente a establecer dicho ámbito. Sus adversarios visibles, entrenados en el viejo y cada día menos eficaz arte de la diplomacia entre Estados, parecen carecer de la habilidad necesaria y de los recursos indispensables para lograrlo. Se necesitan nuevas fuerzas para establecer y dar vigor a un foro auténticamente mundial adecuado a la era de la globalización, y éstas sólo se harán valer evitando a unos y otros.
Ésta parece ser la única certeza. El resto depende de nuestra inventiva compartida y de la práctica política del tanteo. Al fin y al cabo, muy pocos pensadores, si es que hubo alguno, fueron capaces de prever en plena primera secesión la forma que adoptaría finalmente la operación encaminada a reparar los daños. De lo que sí estaban seguros era de que una operación de esa clase era la necesidad más imperiosa de su tiempo. Todos estamos en deuda con ellos por esa clarividencia.
(Artículo publicado en el diario EL PAÍS el 20 de Julio de 2001. )

lunes, 9 de marzo de 2009

de "COSAS DE (mi) INVENTARIO" (*)

El camino del aprendizaje es el camino del conocimiento de uno mismo en principio, porque el uno es parte del todo, como el todo es uno, así como yo y tú somos nosotros. Así, he hecho este listado en la idea de la frase de “aportar de uno al mundo”, y por eso, por ahora, puedo decir que he aprendido:


• Que “ser humano” no es la mera denominación de nuestra especie, sino una cualidad interior que muchos no ponen en práctica, y así le va al mundo.

• Que nacemos distintos, unos más flacos, otros más gordos, pero la desigualdad no es culpa de la naturaleza, es culpa de la personas.

• Que el cariño siempre debe ser correspondido aunque más no sea sólo con una sonrisa y aunque quien nos lo brinde no sea alguien trascendente para nosotros.

• Que hay que ver a las personas como eso, como personas, y no como un posible contacto en la agenda, puesto que no somos cosas, somos Seres Humanos y lo que le pase a la humanidad también me pasará a mí.

• Que a veces los mejores momentos compartidos son aquellos en los que no nos decimos nada, porque la verborragia aturde cuando el silencio sana.

• Que una caricia o un abrazo dicen mucho más que torpes palabras y formalismos.

• Que porque alguien no me da su amor en la forma en que yo lo deseo, no significa que en realidad no me esté amando.

• Que es mentira que sólo hay una primera vez en la vida.

• Que no hay peor frío que el de la soledad que nace del desprecio y desdén que se brinda a otro.

• Que las heridas que se tienen no siempre son sólo por culpa de otro.

• Que querer no es tomar, no es controlar, ni es poseer, es brindarse a brazos abiertos.

• Que sé muy bien que por mucho que me preocupe o ayude a los demás, muchos no se preocuparán por mí, otros después me darán la espalda, otros jamás me lo agradecerán y otros ni siquiera vendrán a mi entierro, pero no me arrepiento, si lo hice es porque creía en lo que hacía.

• Que creer en la humanidad de las personas aunque algunos nos hayan defraudado, no es repetir errores, es comprender que no se tiene derecho a repartir culpas indiscriminadamente.

• Que para entender a alguien no basta con oír lo que dice, también hay que ver desde dónde lo dice y pensar en aquello que calla.

• Que la Humildad no es sinónimo de pobreza ni de sumisión, de la misma forma que la Grandeza no es una cuestión de estatura, ni la Locuacidad es síntoma de gran sabiduría.


• Que para que haya confianza entre las personas se necesitan tiempo y sinceridad.

• Que la confianza se rompe cuando las cosas no son cara a cara.

• Que la confianza, no implica amistad.

• Que lo que verdaderamente cuenta en la vida no son las cosas que me rodean o que puedo comprar, sino mis principios, mis convicciones y las personas que realmente llevo en mi corazón.

• Que la lealtad esta ante todo pero nunca por sobre el honor y las convicciones.

• Que aunque a veces traten de confundir, yo estoy seguro que lealtad no es sinónimo de complicidad.

• Que debo demostrar mi cariño y mi afecto, pues ello no es debilidad ni rompe con reglas de protocolo, es un acto de pura humanidad.

• Que el mejor camino para llegar al objetivo no es siempre el que pensamos que debemos seguir, por eso siempre es bueno escuchar y levantar la vista.

• Que juzgar por la apariencia hace que no conozcamos verdaderamente al otro que tenemos enfrente.

• Que hay muchos que no pueden ver un pájaro volando sin pensarlo dentro de una jaula, y aunque la jaula que imaginen sea de oro y brillantes, nunca dejará de ser jaula.

• Que no hay que avergonzarse por lo que uno hace si lo hace de buena fe.


• Que en el camino del hacedor cuesta más trabajo vengar las injurias que olvidarlas, pues la venganza nos detiene en el camino.

• Que no hay peor venganza que el olvido.

• Que hay que aprender a perdonar a quien se equivoca de buena fe, y también aprender a perdonarse uno mismo.

• Que pedir perdón no es rebajarse, es ser digno y honorable.

• Que hay que aprender a dar, y darse, otra oportunidad.

• Que crecer no es cumplir años.

• Que hay que aprender de lo que hacemos porque, bueno o malo el resultado, nos sirve para seguir madurando.

• Que la experiencia no se mide por los años acumulados, sino por el camino recorrido.

• Que hay que respetar las opiniones ajenas en la misma medida que queremos que respeten la nuestra si queremos aprender a ser justos.

• Que no hay que tomar la terquedad de nuestros prejuicios para defender nuestras opiniones ni para juzgar a los demás.

• Que pocas cosas pueden ser tan dolorosas como la traición, el engaño y el desprecio.

• Que una manera de poder ver la humanidad dentro de las personas y descubrir su carácter, es observarlas en el trato que dan a aquellos que no pueden serles útiles materialmente.

• Que no existe forma correcta de hacer algo equivocado.

• Que no se es honesto sólo porque no se robe.

• Que está bien pensar en uno pero sin olvidarse del otro, pues juntos somos nosotros.

• Que hay que saber perdonar a quienes nos hieren por dolor.

• Que no hay que resentirse por dolor, sino que hay que aprender de él para superarlo.

• Que hay que saber decir no, aunque duela, si vemos que con un sí podemos lastimar a quienes queremos.

• Que dar un paso al costado cuando debemos dejar crecer a quienes queremos o cuando podemos lastimarlos no es abandonar a nadie, es un acto de amor aunque en el momento no se entienda.

• Que no da lo mismo cualquier medio para alcanzar nuestros fines.

• Que hay que elegir por la justicia cuando el derecho entra en conflicto con ella.

• Que no hay que desesperarse por ser el abanderado, pues no importa quien lleve el asta, lo que realmente importa es la bandera.

• Que las causas perdidas sólo son aquellas por las que nadie lucha.

• Que siempre habrá Caballeros y Quijotes que, aún sin espadas y sin Sanchos, estarán para dar la pelea.

• Que sembrar hoy en la convicción de que la cosecha llegará buena algún día aunque tal vez no lleguemos a verla, no es una pérdida de tiempo, es símbolo de humanidad.

• Que resistir a las tentaciones de tener comodidades a expensas del sacrificio y humillación de los demás no es ser estúpido o poco vivo, por el contrario es ser honrado, digno y honorable.

• Que la coherencia y la dignidad indican que nunca hay que ser como aquello que combatimos o aquello que criticamos.


• Que de tanto pensar en el adversario, nos olvidamos de los amigos y corremos riesgo de quedarnos solos porque terminamos pareciéndonos a aquello que nos enfrentamos.


• Que con dar limosna, no nos redimimos, sólo vale el hacer humano encaminado para que en el mundo no haya quienes tengan que pedirla, pues si mejora el mundo indefectiblemente también mejoramos nosotros.


• Que querer cambiar y mejorar el mundo es una hermosa idea, pero ese trabajo comienza en el mundo interior y se expande al mundo que nos rodea cotidianamente. Mundos que integran mundos...

• Que para ser íntegro hay que hacer lo correcto tanto en la luz del más público de nuestros actos como en la sombra de la más reservada de nuestras privacidades.

• Que para sentir la vida hay que recordar que existe la muerte.

• Que lo único que nos llevaremos a la otra vida es lo que hicimos en esta...

•… y que estas palabras deben ser superadas, pues este inventario es una lista inconclusa que día a día cada uno debe llenar con valores y principios que integran la virtud y así, haciéndolos carne, cada uno desde su propio lugar colaborará para que nuestro mundo humano vaya tomando una feliz forma…


Carlos A. Riego.

(*) NOTA del AUTOR:

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