Espero que nadie me considere
excesivamente cínico si afirmo que un buen resumen de cómo funciona la
programación de la televisión comercial y pública es simplemente éste: el
dinero lo es todo. En horas punta, la diferencia de un solo punto en la audiencia
vale millones de dólares en publicidad. Especialmente desde principios de la
década de los ochenta, la televisión se ha convertido en algo motivado casi
enteramente por el beneficio.
(...) Una serie llamada "The
X Files" ("Expedientes X"), que presta un flaco servicio al
examen escéptico de lo paranormal, se inclina claramente hacia la realidad de
las abducciones por extraterrestres, los poderes extraños y la complicidad
gubernamental para encubrir prácticamente todo lo que pueda ser interesante. Lo
paranormal casi nunca resulta ser un engaño o una aberración psicológica o una
mala interpretación del mundo natural. Sería mucho más acorde con la realidad,
además de un servicio público mucho mayor, una serie para adultos (como hace
"Scooby Doo" para niños) donde se investigasen sistemáticamente las
afirmaciones de fenómenos paranormales y se encontrara en cada caso una
explicación en términos prosaicos. La tensión dramática residiría en el
descubrimiento de cómo las malas interpretaciones y engaños podían generar
fenómenos paranormales aparentemente genuinos. Quizá podría aparecer un
investigador siempre decepcionado con la esperanza de que la vez siguiente un
caso paranormal sin ambigüedades pudiera sobrevivir al escrutinio escéptico.
Hay otros defectos evidentes en
la programación de la ficción científica de la televisión. "Star
Trek", por ejemplo, a pesar de su encanto y su acusada perspectiva
internacional y entre distintas especies, ignora a menudo los hechos
científicos más elementales. La idea de que Mr. Spock pueda ser un cruce entre
ser humano y una forma de vida de evolución independiente en el planeta Vulcano
es genéticamente mucho menos probable que cruzar con éxito un hombre y una
alcachofa. La idea, sin embargo, sirve de precedente en la cultura popular a
los híbridos extraterrestres/humanos que más tarde se convirtieron en una
componente central de la historia de la abducción por extraterrestres. Debe de
haber docenas de especies extraterrestres en las distintas series televisivas y
películas de "Star Trek ". Casi todas son variantes menores de
humanos. La causa debe ser una necesidad económica -el coste se reduce a un
actor y una máscara de látex- pero es un bofetón en la cara de la naturaleza
estocástica del proceso evolutivo. Si hay extraterrestres, creo que casi todos
tendrán un aspecto devastadoramente menos humano que los Klingon y Romulanos (y
estarán en niveles totalmente distintos de tecnología). "Star Trek"
no se enfrenta a la evolución.
En muchos programas y películas
de televisión, incluso la ciencia casual -las frases que no son esenciales para
un argumento ya desprovisto de ciencia- se hacen con incompetencia. Cuesta muy
poco contratar a un licenciado que lea el guión para conseguir una exactitud
científica. Pero, por lo que yo sé, eso no se hace casi nunca. Como resultado,
tenemos pifias como mencionar "parsec" como una unidad de
velocidad no de distancia en la película
-ejemplar en muchos otros aspectos- La guerra de las galaxias. Si esas cosas se
hicieran con el mínimo cuidado, incluso se podría mejorar el argumento;
ciertamente, podrían ayudar a transmitir un poco de ciencia a una gran
audiencia.
Enla televisión hay gran cantidad
de pseudociencia para los crédulos y una cantidad razonable de medicina y
tecnología, pero prácticamente nada de ciencia, especialmente en los grandes
canales comerciales, cuyos ejecutivos tienden a pensar que programar ciencia
significa un descenso de audiencia y la pérdida de beneficios, y no les importa
nada más. Hay empleados de emisoras con el título de "corresponsal
científico", y un programa de noticias ocasional que se dice dedicado a la
ciencia. Pero casi nunca se habla de ciencia en ellos, sólo de medicina y
tecnología. Dudo que en los canales haya un solo empleado cuyo trabajo sea leer
el ejemplar semanal de Nature o Science para ver si se ha descubierto algo
digno de mención. Cuando se anuncian en otoño los Premios Nobel de Ciencia, hay
un "gancho" de noticia perfecto para la ciencia: una posibilidad de
explicar por qué se dieron los premios. Pero, casi siempre, lo máximo que oímos
es algo así como: "...ojalá se llegue pronto a descubrir un remedio para
el cáncer. Hoy en Belgrado...". (Págs. 403-405)
(...) Entre las tendencias que
trabajan al menos marginalmente por la implantación de una serie muy limitada
de actitudes, recuerdos y opiniones se incluye el control de las principales
cadenas de televisión y los periódicos por un pequeño número de empresas e
individuos poderosos con una motivación similar, la desaparición de los
periódicos competitivos en muchas ciudades, la sustitución del debate
sustancial por la sordidez de las campañas políticas y la erosión episódica del
principio de la separación de poderes. Se estima (según el experto en medios de
comunicación americano Ben Bagdikian) que menos de dos docenas de corporaciones
controlan más de la mitad "del negocio global de diarios, revistas,
televisión, libros y películas". Tendencias como la proliferación de
canales de televisión por cable, las llamadas telefónicas baratas a larga
distancia, las máquinas de fax, las redes y boletines informáticos, la
autoedición a bajo precio por ordenador y los ejemplos de programas
universitarios de profesiones liberales tradicionales podrían trabajar en la
dirección opuesta.
Es difícil saber en qué va a acabar todo.
El escepticismo tiene por función ser peligroso. Es un desafío a las
instituciones establecidas. Si enseñamos a todo el mundo, incluyendo por
ejemplo a los estudiantes de educación secundaria, unos hábitos de pensamiento
escéptico, probablemente no limitarán su escepticismo a los ovnis, los anuncios
de aspirinas y los profetas canalizados de 35.000 años. Quizá empezarán a hacer
preguntas importantes sobre las instituciones económicas, sociales, políticas o
religiosas. Quizá desafiarán las opiniones de los que están en el poder. (Pág.448)
* Del libro: El mundo y sus demonios; Carl Sagan; Ed. Planeta, 1997.